No me digas adiós

Capítulo 41

Viernes 14 de septiembre

―Se ven monos ―comenta la chica de cabello rizado, su mirada es soñadora mientras mira la espalda de su amiga que se aleja.

―¿Sí?

―¿A ti no te lo parece?

―Si temblar de nervios es verse lindo, entonces sí ―concede Matías.

«Entonces yo debo brillar como un cometa». Bueno, tal vez exagera, aunque sí es cierto que se siente un poco nervioso. No sabe qué decir. La chica tiene novio, y no es lo mismo tontear desde el teclado de un celular a hacerlo en persona. Para su fortuna, o desgracia, la joven no está por la labor.

―Entonces no eran imaginaciones mías. ¿Temblaban?

Francisco asiente. Alejandra ríe, al principio de manera leve, luego de forma más estruendosa hasta que parece que se va a ahogar. Francisco también ríe, pero se detiene mucho antes que la joven.

―Perdona ―se disculpa―, pero es que estoy imaginado la cara que va a poner Karolina cuando le diga cómo se veía.

Francisco imagina también la cara que pondría Matías y se une a las risas de la joven. Tardan un minuto o más en calmarse. Tres jóvenes que pasan por allí los miran como si se hubiesen vuelto locos.

―Supongo que es porque de verdad se gustan ―opina la chica cuando las risas cesan.

―Pienso igual.

―Sabes, yo pensaba desvalijar a tu amigo, pero como se fue, creo que el infortunado serás tú. Prepara la cartera que traigo hambre. ―Lo toma del brazo y lo arrastra al interior del inmueble, donde justo en esos instantes está empezando el partido por el tercer lugar.

Francisco se ve sorprendido y arrastrado por una chiquilla que apenas le llega al pecho. No es que la chica sea especialmente baja, es que tiene quince años y él es un poco más alto que el resto. Se deja llevar, no le incómoda el contacto de la muchacha ni la familiaridad con la que lo está tratando. Se dice que no tiene que emocionarse, conoce lo suficiente a la joven para saber que es simpática con todos. Pero díganle eso al corazón.

―¿Te gusta el fútbol?

―No mucho la verdad. A veces veo algún partido por la televisión, pero es raro que lo haga. Si me preguntas, sólo conozco a Cristiano por guapo y a Messi porque es su rival.

La respuesta hace reír a Francisco. La chica suelta su brazo y señala una de las ventas dentro del predio del estadio. El chico lamenta que lo suelte.

―Lo primero que quiero es un coctel de frutas y una soda.

―¿Es cierto que piensas desvalijarme entonces?

―¿Lo dudabas?

―Tenía la esperanza…

Se sonríen y van por un vaso de frutas cortada en trozos y una soda para cada uno.

―Si no te gusta el fútbol, ¿por qué no vamos a otro lado? ―aventura el chico después.

A Matías le funcionó ser osado, piensa, ¿por qué a él no? La respuesta llega pronto.

―Porque tengo novio. Cómo me vea o le cuenten que me vieron con alguien…

―Claro, el novio. ―El buen humor del joven desaparece tan pronto abre la boca la chica para responder. Se mete un trozo de sandía en la boca y muerde sin entusiasmo―. Me sorprende que no te hayas ido corriendo a buscarlo.

La joven lo mira y sonríe sin dejar de comer. Lo que molesta todavía más a Francisco. ¿Se burla de él?

―Vamos, quita esa cara. No me voy ir corriendo a ningún lado. Estoy aquí contigo ¿no?

―Bueno sí, pero…

―Pero nada. No tienes por qué adoptar esa actitud de dolido. ―El semblante de la chica se torna serio de un instante al otro―. Tú y yo sólo podemos ser amigos, tengo novio y lo quiero. Ya lo sabías. No entiendo por qué ahora vienes a actuar como si no lo supieras, como si te hubiera engañado. ¿De qué te ríes?

Es cierto. A medida que la jocosa muchacha habla, la sonrisa del joven se expande, divertida.

―No es nada. Simplemente se me hace curioso cómo pasaste de la hilaridad a la más absoluta seriedad. Hasta me asustas.

―¡Tonto!

―Y también pensaba en otra cosa.

―¿En qué?

―Si alguien nos viera en otro lugar y le cuenta a tu novio, ¿no es lo mismo a que nos vean aquí? Y mira que aquí hay mucha gente. Hasta estamos juntitos y comemos lo mismo.

La cara de la chica es un poema. ¿En serio no había pensado bien el problema? Francisco lo intenta pero no puede evitar soltar una carcajada. La chica le da un puñetazo en el brazo que la arranca un quejido.




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