Viernes 14 de septiembre
Está acostado en la cama, con la cabeza apoyada en los brazos. Tiene una pierna encogida, la otra sobre la rodilla de la primera. Su pie se agita al son de una canción de Camila: Todo Cambió. No la puso él, fue cosa de la reproducción aleatoria de su smartphone. La canción es adecuada. «Todo cambió».
Es cierto. Durante las últimas semanas solo hubo tormenta en su interior, hubo calma en contadas excepciones, pero ni ésta era buena. Tenía tantas dudas, tantas preguntas, tantos sentimientos. Ahora todo está claro. La tormenta pasó y dejó el cielo límpido y al sol más brillante que nunca. Sol que no se ha opacado desde esa mañana ni en lo que va de la noche.
Le parece increíble que no tenga dudas de ningún tipo. Está enamorado, eso es lo más evidente del mundo. Lo extraño es que no expuso sus sentimientos a la joven, pero está seguro que cuando lo haga será correspondido. No tiene dudas al respecto. Tampoco tiene ya dudas ni respecto a Carmen o Andrea. Hasta ya decidió la respuesta que va a dar a César respecto a la oferta laboral. ¡Qué sencillo parece todo ahora!
No tiene que pensar mucho para dar con el motivo del por qué ahora el mundo le parece más brillante. Karolina, y esa sonrisa embebida por el brillo de las estrellas. Sonrisa que se replica en su propio rostro. El único “pero” que puede poner es la ansiedad que tiene por verla de continuo, por oírla, por saber más de ella. Es una ansiedad que le agrada.
Su celular suena, interrumpiendo una canción de Ricardo Arjona. Es una notificación de whatsapp. Se lanza sobre el teléfono como si al no tomarlo peligrara su vida. No puede evitar cierta decepción al ver que es un mensaje de Francisco. Tendría que haberlo sospechado. Karolina le dijo que parte de la noche estaría ayudando a su madre en la iglesia.
Luego se obliga a desechar esa pizca de decepción y lee el mensaje de Francisco. No es nada importante. Es el mensaje de una persona entrando en estado etílico. Matías le responde preguntándole cuántas se ha tomado.
Se despidieron de las chicas a las cuatro de la tarde, después de la final, que se fue a tiempo extra, y la premiación. A juzgar por los gritos de emoción de la afición, fue de lejos una de las mejores finales. No obstante, ni Mati ni Karol prestaron demasiada atención al partido. A pesar del gentío a su alrededor, del bullicio, de las cornetas, de los vendedores anunciando sus productos, para ellos únicamente existía el otro. Apenas fueron conscientes del silencio entre sus amigos. Estos sí que se dedicaron a ver el partido. Fue hasta después de quedarse a solas con Francisco que Matías comprendió que el silencio entre él y la colocha era porque una barrera había surgido entre ellos.
―¿Estás bien? ―le preguntó.
―Bastante mejor. ―Su sonrisa fue cansada―. Al menos entendí que esa chica no es para mí.
―Lo siento.
―No te preocupes. Tampoco estaba tan colgado como tú. Te apuesto que se me pasa con unas cervezas. Y yo creo que me las gané.
―Te compraría una camionada si pudiera. Hoy me prestaste un gran servicio. En serio me gusta esa chica, y después de lo que hablamos, todos los malentendidos se borraron.
―Mucha charla y poca chela.
―Tienes razón, vamos.
Matías se tomó cuatro y paró. En parte porque estaba escribiéndose con Karolina y no quería regarla con una borrachera. Por otro lado, habían quedado el día de mañana y llegar con cara de resaca no le haría ganar muchos puntos. Las chicas de quince años suelen ser muy quisquillosas con esos temas. De modo que le dejó un billete de cincuenta a Francisco y se fue a casa. Ahora se siente mal por haberlo dejado, aunque no siguiera tomando, piensa que debió quedarse con él.
Suena el tono de llamada y atiende al ver que se trata de Francisco.
―Doce ―responde su amigo a la pregunta que le hizo por whatsapp―. Creo que me he tomado doce.
Matías suelta un silbido.
―Ya estás un poco borracho entonces.
―Picado estoy.
―¿Quieres que te vaya a traer?
―No. Me encontré con otros amigos.
―Eso es bueno.
―Sí. ―Una pausa―. Sabes, estaba pensando, la vez anterior me dijiste que tu amiga morenita te gustaba para mí. ¿Aún lo sostienes?
―Sí. ¿Quieres que te la presente?
―Sería mejor si me das su número. Ya me la presentaste el otro día en la feria.
―Sabes que no me gusta hacer eso. Sería como violar su confianza. Además, seamos honestos, estás medio borracho, y uno siempre dice y hace locuras en ese estado.