No me digas adiós

Capítulo 44

Sábado 15 de septiembre

Se toma de la mano con Matías. La sensación, el hormigueo en la piel, es indescriptible. El chico la mira y le sonríe. Le gusta cómo la ve, con ternura, con cariño, con amor. La joven va a recostarse sobre el hombro del chico, este le pone la mano en la mejilla, y la detiene, no con brusquedad, sino para decirle algo… No le entiende.

―¿Qué? ―Pregunta la joven.

―¡Despierta!

―¿Qué?

―¡QUÉ DESPIERTES!

Un movimiento brusco, le arrebatan el oso de peluche que abrazada y Andrea abre los ojos, desorientada.

―¿Qué? ―vuelve a preguntar.

―Son más de las seis ―señala su madre―. Hace más de quince minutos que sonó la alarma por tercera vez. ¿Es que no piensas ir al desfile?

―¡El desfile!

Su madre la deja para que se bañe y se cambie y se va refunfuñando algo sobre hijas que solo piensan en dormir.

Mientras se mete en la ducha piensa en el sueño del que su madre la arrebató. Estaban en el vagón de la rueda en la feria. Era la noche del jueves. Pero a diferencia de esa noche, en el sueño Andrea no se mareó. La iba a besar. Sonríe con ensoñación. No obstante, un velo de tristeza corre a cubrir su rostro, casi al mismo tiempo que el agua de la regadera alcanza su cabeza.

La iba a besar, pero no lo hizo. Su madre la despertó y tergiversó el sueño.

No entiende cómo no sintió la alarma. Eran las diez cuando apagó las luces para dormir. Bueno, lo cierto es que se durmió mucho más tarde. Eran las once cuando desconectó los datos, desesperanzada, con una lágrima en la mejilla. Pero está segura que se mantuvo mucho tiempo despierta pensando en razones por las que Matías no le escribió en todo el día. Lo peor de todo es que desde las cuatro de la tarde estuvo conectado de forma casi permanente. Y nunca le escribió.

Se termina de bañar y se pone el uniforme del colegio sin mucho entusiasmo. No puede dejar de pensar en la posibilidad de que Matías se escribía con alguien más.

¡Al mediodía de ayer tenía tantas esperanzas! El chico no visitó el negocio de madre porque tenía feriado. Pero a medida que avanzaba la tarde y Matías no le escribía, la esperanza se convirtió en su contrario. Se prometió no escribirle si él no lo hacía y lo cumplió.

También se prometió lo mismo para ese día, pero ya no resiste. Va a escribirle. Tiene que quedar con él y vencer la timidez. Sólo exponiendo sus sentimientos, así tiemble como un flan, sabrá a qué atenerse. Se conocen hace ya varios días, tiempo suficiente para que el chico se haya dado cuenta si le gusta o no.

Toma el Smartphone de la cama y entra a la aplicación de WhatsApp. Lo primero de lo que se da cuenta es que el chico ha cambiado su estado. Hacía poco más de dos meses que el: “Contento de estar en casa de nuevo” no había variado ni un solo día. El que el chico puso esa mañana es un sencillo: “Esperanzado (una carita sonriente)”. La sensación de que eso no es por ella es casi una certeza.

En el sueño la iba a besar, pero no lo hizo. Lo profético que ese sueño le parece ahora la abruma y le produce una sensación de angustia y de vacío.

«¡Nunca me va a besar!»

Ya no envía ningún mensaje. En cambio se limpia las lágrimas, aunque no recuerda el instante en el que empezó a llorar.

*******

Pocas veces le había dolido tanto la cabeza después de una borrachera. Por lo general es más comedido. No logra recordar la noche anterior por completo, lo que es mucho decir, ya que casi nunca tiene ese tipo de secuelas. Recuerda que le llamó a Matías. ¡Claro! Le pidió el número de Andrea. Luego volvió con sus amigos. A partir de allí se apagó la recordadora de su mente. Medio se encoge de hombros en la cama. ¿Qué importa? ¡Estaba borracho!

Lo que sí importa es el dolor de cabeza. Son las siete treinta de la mañana y el sonido que lo sacó de la seminconsciencia en que estaba sumido vuelve a repetirse. No es la alarma. Casi nunca la pone. Es una llamada. Entrecierra los ojos varias veces hasta que distingue el nombre en la pantalla: Matías.

―¡Despierta, hombre, que llevo media mañana llamándote! Ya empezaba a temer que te habían secuestrado. ―Matías se ríe, francamente contento, y Francisco tiene que alejar el teléfono de su oreja o explotará su cabeza. No tiene deseos de hablar. Lo que le apetece es seguir durmiendo.




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