No me digas adiós

Capítulo 47

Sábado 15 de septiembre

―¿Ese no es Rivera?

―Sí, lo es.

Matías percibe el deje de amargura en la voz de Karolina. No menciona de nuevo al que hace un par de días creía que era su novio. La joven solo le dijo que ya no es amiga de Rivera, sin ahondar en detalles. No es el momento para sacar un tema que no deja indiferente a la chica. No con lo bien que se lo están pasando.

Es alrededor de las tres de la tarde. La carrera de cintas concluyó hace diez minutos y en esos momentos están entregando los premios a los que lograron llevarse al menos una argolla. Han empezado de menor a mayor. Alfredo Rivera es el antepenúltimo con cinco anillas. Lo que le concede el tercer puesto.

El joven jinete clava unos segundos la mirada en Matías, están lejos, por lo que es indescifrable su semblante, no obstante, el joven cree que lo ve con rencor.

Cuando una de las reinas de la belleza local hace entrega de los premios que le corresponden, todos embalados en papel de regalo, Alfredo recibe una fuerte salva de aplausos. Los acomoda como puede en su montura, de la que no ha desmontado para que los asistentes la admiren, y se aleja en busca de alguien en quien descargar los engorrosos obsequios. Matías se pregunta con una punzada de celos si Karol subió alguna vez en ese caballo, con lo amigos que eran…

Luego del divertimento de la carrera de cintas, por el sonido avisan que la siguiente distracción es “Pato enterrado”. Una diversión bárbara que consiste en enterrar un pato de tal modo que lo único que queda fuera es el cuello. Los jinetes, con sus cuerdas de vaquero, correrán a por el pato y gana el que logre lazarlo y arrancarle la cabeza. El joven reprime un escalofrío de solo imaginar la suerte del pobre bípedo.

―¿Estás bien? ―pregunta Karol.

―No me gusta eso del pato enterrado ―confiesa Matías―. Lo vi una sola vez de niño y me arruinó el resto de la tarde.

―A mí tampoco me gusta.

―¿Quieres que vayamos a por una bebida mientras termina esa barbarie?

―Sí, vamos.

Se lo están pasando bien, aunque el chico no termina de soltarse por la misión que se ha impuesto para ese día. Piensa que entre más rápido diga lo que quiere decir, esa tensión extra desaparecerá. El punto es que ningún momento le ha parecido adecuado para confesar sus sentimientos.

Ha sopesado medio centenar de veces llevar a la chica a comer algo a otro lado, pero es día de asueto obligatorio en todo el país y son muy pocos los comercios que habrá abiertos. Además, la joven se lo está pasando muy a gusto con las actividades que la municipalidad ha preparado. No debe ser egoísta anteponiendo sus deseos a los de la chica. Tiene que confiar en que hacia el final se presentará la ocasión que desea.

Al “Pato enterrado” le sigue “El cerdo encebado y el palo encebado”. La primera diversión consiste en un cerdo untado de grasa, suelto en un improvisado aprisco. Gana el o los que lo logren capturar, siendo el premio el propio cerdo. Tarea nada sencilla, pues la grasa hace que el puerco resbale y se zafe de continuo de sus perseguidores. Lo que hace el delirio de la gente. En esta ocasión hasta el propio Matías termina uniéndose al jolgorio general. Es imposible no reír ante la de caídas, gritos, improperios y lamentos que el cerdo causa entre los valientes, y sin miedo al ridículo, que han entrado en la disputa.

El palo encebado, consiste en un largo tronco de abeto desprovisto de piel y untado de grasa, de manera similar al cerdo, que los participantes deben escalar hasta llegar a la cima y tomar el premio en efectivo puesto allí.  

En un momento dado, mientras el cerdo corre despavorido dentro del corral, le parece escuchar una carcajada familiar. El joven sigue la dirección de la risa y mira a su amigo Francisco. «Pero si dijo que no venía». La sorpresa mayor la constituye la colocha que ríe a su lado. «¡Andrea! Caray amigo, ¿cómo lo hiciste?». Ver a su amigo reír con su amiga le quita un peso de encima. De vez en cuando pensaba en Andrea y su semblante triste de esa mañana. Lo pone muy contento que la chica ría, y qué mejor que lo haga con su amigo. Pero, ¿no ríen demasiado fuerte? Una sospecha pasa por su cabeza, pero la deshecha de inmediato.

¡Vaya sorpresa! Ese par juntos.

Durante el resto de la tarde se siente todavía mejor. De por sí está que no cabe de felicidad por pasear a lado de la chica de la sonrisa mágica, felicidad que se ve acentuada por ver la parejita que forman sus amigos. Sabe que es muy pronto para presagiar algo, pero, las esperanzas están allí. Karol nota su exceso de felicidad porque toca el tema.

―Hace rato que no paras de reír ―comenta―. Si no fuera porque conozco a alguien que desde hace poco no deja de reír como tonta, hasta me darías miedo. ¿Por qué tanta felicidad, joven Mati?, ¿puedo saber el motivo?




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