Domingo 16 de septiembre
Regresan con Alejandra y su novio tomados de la mano. La pareja de chicas ya no está sentada en el tocón. Con curiosidad Matías se pregunta si habrán regresado o si buscarían un lugar más retirado de ojos curiosos.
Cuando aparecen bajo el árbol donde les espera la manta sobre la que comieron, Kevin se encuentra recogiendo todo.
―¿Qué ocurre? ―pregunta Matías.
―Hora de irnos. Alejandra te estuvo buscando ―agrega para Karolina―. Ahora se está cambiando.
La chica no discute. Es consciente que son ya las cuatro de la tarde. Se supone que fue a casa de Alejandra y que quizá después iban al centro por un helado. ¡Cómo se enteren que ese helado lo venden por Yaxtunilá! Igual, no se preocupa demasiado. Se encuentra demasiado feliz y esperanzada para que cualquier preocupación apenas roce esa coraza de felicidad que la protege.
―Ahora vuelvo.
Coge la mochila donde guarda su ropa y va al encuentro de Alejandra a los vestidores. Matías solamente se pone una playera y zapatos y empieza a guardar el resto en su mochila.
―Se desaparecieron casi una hora ¡eh! ―comenta Kevin como sin más.
Matías se lo queda viendo, no le gustó el tono que usó el otro joven, pero éste está ocupado en guardar sus propias cosas, a pesar de que ya estaba en ello cuando Mati y Karol llegaron.
―¿Qué insinúas?
La sonrisa sardónica que el otro le dirige exaspera todavía más al joven.
―¿Cuántos años tienes?
―Veinte.
―Y yo diecisiete. Creo comprendes lo que quiero decir.
Lo comprende y es por eso que le molesta. Que opine de él que va revolcándose por allí a la menor oportunidad le daría hasta risa, pero que lo insinúe de Karolina, la chica más maravillosa que existe…
―Caminamos corriente abajo, charlamos y reímos, vimos los peces y las aves, una iguana y dos ardillas, si es lo que quieres decir, sí, nos tardamos casi una hora.
―¡Sí claro!
El tono cáustico de Kevin es lo que termina por enervar al joven. Por segunda vez en apenas dos días siente el irrefrenable deseo de abalanzarse sobre un idiota y agarrarlo a puñetazos, y lo va a hacer…
―¡Ya estoy de vuelta! ―anuncia Karol, se agacha y da un beso en la mejilla a su novio―. ¿Ocurre algo?
―No ―se adelanta a responder Kevin―. Matías me contaba que vieron bonitos peces y una ardilla.
―Dos ardillas ―rectifica Karolina, radiante.
A continuación, mientras terminan de recoger, cuenta emocionada la de cosas que se puede ver y disfrutar a solo unos pocos cientos de metros corriente abajo. No es consciente que todo le pareció tan maravilloso porque está irremisiblemente enamorada. Alejandra la escucha emocionada, feliz por su amiga, incluso Kevin parece convencido.
Al final, una vez han guardado sus pertenencias, van en busca de las motocicletas y ponen rumbo al pueblo. Mientras Matías conduce, apenas hablan. Disfrutan de la brisa de la tarde y del sol que ya no quema como horas antes.
Al llegar a la periferia del pueblo, el joven pregunta a dónde la lleva. Antes, cuando hicieron el camino de ida, recogió a la joven a varias manzanas de su casa. Cosa que no termina de entender Matías cuando ya el día de ayer estuvo en casa de la chica. Aunque claro, debe reconocer que no fue la mejor presentación de su persona para con la señora Velarde.
La chica duda. Entiende que debe decirles a sus padres que tiene novio. Sabe que se hará un drama: su madre sacará algunas citas bíblicas que hablarán sobre el buen proceder de las hijas, mencionará que no hace ni un mes desde su último novio, temerá sino lo cambió por otro y un montón de peros más. Su padre en cambio es más pasivo y le dirá que confía en su buen criterio. Al final, madre cederá, no sin antes presentar férrea batalla que la mantendrá de mal humor varios días y se lo hará pagar a su novio. Al menos fue lo que sucedió con Miguel.
Lo va a hacer sí, quizá esa misma noche, pero no por ello Mati la puede llevar a casa. Lo de ayer fue un caso excepcional.
Tendrá que quedarse a algunas manzanas de casa y volver caminando, como en la ida. Va a comunicarle su decisión a Matías cuando Alejandra le hace señas para que se acerquen.
―Mi hermana dice que mis padres no están en casa. Así que te quedas conmigo, te doy un retoque y luego te llevo a casa ―comunica la colocha.
―Sí ―acepta Karolina, encantada. No recordaba que ninguna llevó crema para el cabello, ni lápiz labial, ni nada.