No me digas adiós

Capítulo 54

Domingo 16 de septiembre

Tras dejar a Karolina en casa de Alejandra, Matías se lo toma con calma. Conduce lento, saboreando las dulces horas que pasó al lado de la chica de la sonrisa mágica. En su mente aún no se acostumbra a denominarla siempre por su nombre, que aunque es muy bonito y único, esto último porque empieza con “K”, para él “la chica de la sonrisa mágica”, tiene una connotación especial. Aunque claro, esto no se lo ha dicho, ni se lo dirá, se moriría de vergüenza.

Menos mal que conduce despacio o no habría frenado a tiempo para evitar colisionar con el auto que se le ha puesto por delante. Está por hacerse a un lado y proseguir camino, indiferente a la pregunta de quién fue el descuidado cuando reconoce el carro: ¡El auto de Rivera!

Precisamente el conductor, que es el mismísimo Rivera, baja el vidrio y pregunta con inocencia.

―¿Estás bien?

―Sí, no te preocupes, no pasó nada.

Lo que de verdad se pregunta es si fue un accidente. «Sí, tiene que serlo ―intenta convencerse―, no hay manera que supiera que yo pasaría por esta calle. Además, nadie está tan loco para cruzarle el auto a otro a propósito». A menos que no teman las consecuencias. Pero sabía que ese no era el caso.

―Te pido que me disculpes, venía distraído con el celular.

―No te preocupes. Si me disculpas, me voy.

―Sí, de acuerdo. ―En el momento que Matías está por irse, recuerda algo―: Espera, ¿no eres tú el chico que anda con Karolina Velarde?

Matías no se cree que de pronto lo reconociera. Ahora está convencido de que es por la joven que le ha atravesado el carro. Si intuición le dice que lo mejor es que no responda, que gire el timón y se vaya a casa, pero, por otro lado, ya va siendo hora que Rivera se entere que está con Karolina y pierda cualquier esperanza con ella.

―Sí. Es mi novia.

Alfredo niega con la cabeza, como si no lo creyera.

―Es rápida esta chica ¿eh? ―Suspira y vuelve a negar con la cabeza―. Hace apenas unos días juraba quererme.

Matías procesa la respuesta del joven en silencio. No dice nada, le parece muy sospechoso que de pronto aparezca y le suelte esa información. Lo mejor será irse de allí. Ya decía que tenía que hacerlo desde el principio. Pero Rivera no ha terminado.

―Pero bueno ¡qué se la va a hacer! ―exclama con resignación―. Estas cosas son así, ayer fue mía, pero ahora supongo que te quiere a ti, aunque con estas cosas nunca hay que estar seguro.

―Deja que me preocupe yo de ello y tú ocúpate de tus asuntos ―dice Matías, quiso decirlo con naturalidad; no cree que haya sido así.

―Tranquilo, tampoco pretendía fastidiarte ―se excusa Rivera con fingida inocencia―. Te haré caso, iré a ocuparme de mis asuntos. Te recomiendo algo, consíguete un auto, no creo que en una motocicleta puedas practicar la de cosas que Karol y yo hicimos aquí. ―Sube el vidrio y se marcha, dejando a Matías con la boca abierta y un caos en su cabeza.

Mira el auto alejarse, luego únicamente la estela de polvo que levanta a su paso. «Tendría que haberme ido desde que bajó los vidrios y vi su petulante rostro. O al menos tendría que haberle dado un puñetazo en la cara ―una sonrisa amarga asoma a su rostro―. ¡La de ganas que me han entrado últimamente de agarrarla a puñetazos con todo mundo!»

―Creo que necesito una cerveza ―musita para sí.

Tiene que darle vueltas a lo que dijo Rivera. ¿Lo hizo solo para fastidiar o hay un trasfondo de verdad en todo ello? Llama a Francisco para ver si está libre, aquél responde que sí por lo que dice que irá a buscarlo a su casa.

―No estoy en casa ―dice Francisco―. Estoy en el parque.

Matías nota un cambio en la voz de su amigo.

―¿El parque? ¿Y qué haces allí?

―Te cuento luego, tú ven a traerme.

 

Diez minutos más tarde están sentados a la mesa en una refresquería del interior, con una Gallo cada uno. Después de algunas chanzas habituales, Matías pregunta a su amigo qué hacía en el parque. De momento está logrando ignorar las palabras de Rivera. Nota que Francisco se pone nervioso tras su pregunta, da un trago a la cerveza y mira como distraído al exterior, donde no hay nada digno de ver salvo la calle y un perro viejo.

―Estaba con Andrea ―suelta al fin.

Una amplia sonrisa cruza el rostro de Matías.




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