Domingo 16 de septiembre
Por el retrovisor ve al flaco pálido mirar en su dirección. La expresión de su rostro al dejarlo le dice que le dio mucho en qué pensar. Sonríe. Se había prometido no inmiscuirse en la vida de Karolina, pero quiso la casualidad que se encontrara con el que le ganó el favor de la joven.
Todavía no se lo cree, que ese chico le ganara a Karolina. Él es mil veces superior a ese muchachito, que aunque es mayor que él no es más grande aunque sí mucho más feo. Quizá fue esa rabia de verse superado por alguien tan claramente inferior lo que lo impulsó a decir lo que dijo.
Mientras conduce a casa, se pregunta si sus palabras provocarán una pelea entre la pareja. Desea que así sea. No le reportará ningún beneficio, claro, pero qué importa eso.
Es posible que Karolina le llame o le escriba más tarde, para recriminarle su actitud. Primero sonríe con satisfacción al imaginar el momento, pero luego se siente nervioso, y no entiende bien por qué. ¡Ah, claro!, esa chica todavía le importa lo suficiente. Duda si en el fondo no habrá hecho lo que hizo porque aún conserva esperanzas.
―¡Tonterías! ―dice al auto― Y si así fuera, jamás me perdonaría lo de la otra noche. ¡Y ahora esto! ¿De verdad soy tan despreciable?
Poco a poco empieza a arrepentirse de lo que dijo. «Si no soy una basura debería dejar a ese par en paz ―medita―. Lo haré. Pasaré de ellos. Estos días no me he comportado como un Rivera, bueno sí, pero ella merecía alguien diferente». Cae en la cuenta que fue un patán con Karolina, tan seguro estaba de su victoria que fue un pedante presumido. «Y ella no quería alguien así». Con todo, sabe que es tarde.
¿O no?
No debe tener esperanzas. Aunque a pesar de todo, a veces la vida nos da la oportunidad de resarcirnos. «Aunque en mi caso, tendría que ser una oportunidad de tamaño mundial»
Cuando llega a casa, se ha prometido de nuevo no pensar más en Karolina y dejar a esa chica en paz de una vez por todas. No está acostumbrado a perder, pero debe aprender a manejar una derrota, porque todavía es joven y tiene que entender que en el futuro habrá muchas más.
A pesar de ello, su cabeza y su corazón continúan siendo un completo lío.
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Es de noche y afuera cae una lluvia silenciosa, sin truenos, ni relámpagos, ni viento. Hacía días que no llovía en Las Cruces. Andrea está sentada en el corredor de la casa, las piernas cruzadas, la espalda contra la pared, las manos sobre el regazo, la vista fija en las hilillos de agua que caen de los canales del techo. Pero apenas los ve.
La mente de la joven viaja por otros derroteros.
Piensa en la conversación de esa mañana con Matías. El corazón se le encoge al recordar que quiso hablarle de Karolina. ¡Increíble! Ella enamorada como tonta y para él siempre fue una simple amiga. ¡Y encima eso! Ya lo sabía desde el día anterior, sin embargo, que quisiera todavía hablar de ello…
No obstante, no está enfadada con el joven, ni siquiera decepcionada, a no ser de ella misma. Cree que en esos momentos podría mantener una conversación trivial con el chico siempre y cuando no tocasen temas delicados. Por supuesto no se pondrá a prueba, es solo la convicción de que podría hacerlo. Además, prometieron distanciarse.
Sobre lo último está convencida que es lo correcto. No obstante, duele. No tanto porque ya no hablen, sino porque imagina que mientras el joven está muy tranquilo, puede que en esos momentos abrazado a su nueva novia, ella siente un dolor agudo, que sobrecoge, que apenas ha logrado paliar con sesiones de lágrimas a lo largo del día. Y también gracias a Francisco.
¡Francisco!
Otro asunto que hace que mire sin ver los hilillos de agua que caen. Sus pensamientos y dudas también giran en torno al moreno muchacho. Ella también es morena, a diferencia de Mati que es de tez clara. Claro que es un detalle irrelevante para la joven.
Lo de ayer tarde fue especial, pero llegó a considerar que lo fue por las dos latas de cerveza que bebió. Hoy ha confirmado que no fue solo cosa del alcohol.
Luego de enviarle un mensaje por la mañana, han continuado intercambiando chats el resto del día. Y, cuando la chica iba a su cuarto porque no soportaba la idea de Matías con otra, Francisco parecía intuirlo con una especie de sexto sentido ya que le marcaba y terminaba haciéndola reír.
Hasta que la convenció de que se vieran en el centro.
Se reunieron en el parque y estuvieron largo rato sentados en una banqueta. El joven le compró una rosa de plástico a uno de los pocos vendedores ambulantes que todavía daba vueltas por allí después del 15, y se la obsequió con un torpe galanteo que hizo reír a la chica. Cree que lo hizo a propósito, pero no puede asegurarlo.