Miércoles 19 de septiembre
―Se me figura que tendré que ponerle un nombre a esta banqueta ―bromea Matías.
Francisco mira la banqueta en la que están sentados y no le parece distinta de las demás. La verdad es que apenas prestaba atención a la conversación de Matías, su mente volando al encuentro de alguien más. Tarda medio minuto en caer en la cuenta que se trata de la misma banqueta en la que estuvieron sentados aquel día en que su amigo vio por primera vez a la que ahora es su novia.
―Tu banqueta de la suerte ―señala Francisco.
―Sí. También estuve acá el 15, cuando le regalé un globo con el logo del barsa.
―¡Amigo, qué detalle! ―ironiza el moreno.
―Anda, ríete. Pero le gusta mucho el fútbol y le encantó.
―Fue lo que te dijo para no hacerte sentir mal.
―Menos mal que eres mi amigo.
Francisco suelta una carcajada.
―Estoy de broma, hombre. Y por cierto, como que hoy te has arreglado más de lo normal.
―¿Qué?, no, es mi vestimenta del diario.
―¡Sí, claro!
Lo cierto es que se puso su pantalón más nuevo, zapatos formales y una camisa de botones. No es un vestuario que utilice a menudo, pero procura no darle importancia.
―¿Escuchaste? Es el timbre, ya saldrán ―avisa Matías.
―No estoy sordo ―aclara su amigo―. Tercer día consecutivo montando guardia a la salida del instituto ¿eh?, ¿no te parece irónico?
―No estoy en plan buitre viendo sobre quién me abalanzo. ¡Estoy esperando a mi novia! Y eso, Francisco, eso marca una gran diferencia.
―Lo que tú digas.
―Tienes las llaves ¿cierto?
―Bien, date una vuelta por allí y yo te llamo para que me vayas a recoger.
―Eso ya lo sé, no tienes que explicármelo. Es lo mismo que hicimos hace diez minutos.
Hace diez minutos Matías fue a recoger a Francisco a tan solo dos cuadras de la Abarrotería Flores. Fue la primera vez que el chico acompañó a Andrea, en cuyo colegio salen media hora antes que en el instituto de Karolina. Matías no ha querido presionar a su amigo para que le cuente cómo fue todo, pero piensa que entre esos dos está surgiendo algo. Lo más seguro es que ya le pasó su encaprichamiento con Andrea, tanto así que un poco más allá está Kevin esperando en su motocicleta a la colocha y Francisco parece indiferente.
―Tienes razón. Tienes que disculparme, es que estoy nervioso.
Entonces Francisco cae en la cuenta de lo que en realidad sucede.
―¿¡Te llevará con sus padres!? ―Pregunta sorprendido. Matías asiente mientras traga saliva―. ¿Me puedo quedar con tu moto si de casualidad mueres esta tarde?
―¡Vaya ánimos que me das!
―Lo sé, no sé qué harías sin mí. Y dime, ¿ellos ya saben o lo van a soltar todo de sopetón?
―Karol se los dijo anoche y hoy por la mañana le dijeron que quieren conocerme. Aunque su madre ya me conoce, por eso estoy tan nervioso, tengo la impresión de que no le caigo bien.
―La comprendo, de solo imaginar a su querida hija con semejante adefesio se le sube la bilis ―Francisco ríe su propia broma―. ¡Y si además imagina cómo serán sus nietos!
―Quién puede contigo ―se rinde Matías―. El punto es que haremos el camino a pie para que podamos hablar un poco más del tema.
―Bien pensado, así cuando llegues sudoroso y temblando como flan por la tensión acumulada, todo será más sencillo. ―Francisco muestra las palmas de las manos en son de paz ante la mirada iracunda de Matías―. Yo solo digo que es mejor no postergar nada, porque sólo te pondrás más nervioso.
―No, Karolina me hará sentir mejor.
―Entonces, ¿me quedo con la moto?
―¿Por qué Francisco pregunta si se queda con tu moto? ―interrumpe Karolina con jovialidad.
Mientras los chicos hablaban se abrieron los portones del instituto y los alumnos salieron en el torrente de siempre. No se percataron que la joven iba hacia ellos.
―Porque nosotros vamos andando a tu casa. ―Se pone de pie y saluda de beso a su novia.
―Te extrañaré, amigo ―continúa Francisco.
Matías niega con la cabeza. Cuando su amigo se pone en plan bromista es imposible decir dos o tres frases sin que salga con alguna ocurrencia. De modo que se limita a decirle que le marca luego. Una vez han dejado atrás a Francisco, Karol le pregunta a Mati: