Sábado 22 de septiembre
―¡Listo! ―informa el joven con una sonrisa. Acaba de terminar de ingresar el pedido de doña María, una de los clientes, en el programa de la empresa―. Su pedido está ingresado en el sistema y se lo entregan el día martes.
―Espero venga completo ―señala la oronda matrona con jovialidad.
―¿¡Qué pasó!?, ¿cuándo le he que quedado mal?
―Estoy de guasa. Quería picarlo, es que, lo noto distinto.
El joven se mira los pies y las manos y realiza toda una exhibición intentando mirarse las espaldas.
―¿¡Qué?, ¿por qué? Yo me noto igual. ¿Es qué me salió algo?
La mujer no ha dejado de reír mientras tanto.
―A eso me refiero ―señala―. Irradia felicidad por todas partes. Está muy feliz.
―¿En serio se me nota? ―inquiere extrañado pero sin dejar de reír―. Pues sí, la verdad me siento muy bien.
―Pues que le dure.
―Gracias.
Doña María no pregunta por el motivo de su alegría, de manera que el joven le extiende un recordatorio del pedido y del monto a pagar, y se despiden. Mientras se dirige a su vehículo sonríe mientras agita la cabeza incrédulo y extasiado. «¿De verdad se nota que soy el tipo más feliz del mundo mundial?»
¡Y cómo no iba a estarlo! Doña María era la última clienta de la jornada. Apenas son las once del día y de la aldea en la que se encuentra a Las Cruces el viaje no dura más de veinte minutos. Almorzar con su madre, darse un baño e ir a ver al motivo de esa alegría que irradia, como dijo la matrona. No ha planeado nada especial, y para qué, si estar con Karolina vuelve especial cualquier momento.
No se va de inmediato, sino que se sienta un momento en la motocicleta, extrae su teléfono personal del bolsillo y abre la aplicación de WhatsApp. Tiene algunos mensajes de ella, enviados hace más de una hora. Antes de entrar a leerlos pincha en la foto de perfil de la chica. Durante treinta segundos se deleita contemplando la imagen de su novia.
En la fotografía el cabello negro de la joven cae en ondas sobre los hombros y se lo sujeta con aquella cinta color fucsia que usaba el día que la vio por primera vez. ¡Está bellísima! La tentación de llevarse la imagen a los labios y darle un beso es muy grande, pero moriría de vergüenza si lo ven, así que se abstiene. En la selfie acompaña a la hermosa joven un muchacho flaco y más bien pálido que luce una sonrisota de idiota, pero a ese no le presta atención.
Entra al chat y lee los mensajes. En ellos le informa que irá a despedir a su amigo Román a la parada. Matías sabe que ese muchacho es su amigo, es con el que andaba el otro día en la feria, aun así, siente la espinita de los celos. Se obliga a apartarlos. «No, no voy a sentir celos».
El último mensaje es una selfie de la chica. De fondo se ve el patio de la casa, y en primer plano sale ella con la mano en la boca enviándole un beso. Esa fotografía hace que cualquier rastro de celos desaparezca. Usa una blusa con mangas hasta los codos, celeste con líneas blancas. El chico responde que se ve guapísima como siempre y que no la ha dejado de pensar en toda la mañana. Por último informa que ya terminó y que regresa a casa.
Al encender la moto, doña María se despide una última vez con la mano. El joven responde con un gesto igual y luego se pone en marcha. Está ansioso por ver y estrechar entre sus brazos a la chica de la sonrisa mágica.
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Faltan cuarto para las diez de la mañana. Es Román el que se percata que se acerca la hora de salida de su camión.
―Será mejor que nos encaminemos a la estación ―apunta el muchacho―. Mi bus sale en quince minutos. Aunque si me lo pides me quedo y me voy a la tarde ―ofrece juguetón.
―¿Y que no te dé tiempo a ponerte al día y pierdas el año por mi culpa?
―Eso no pasará.
―Pero para qué arriesgar.
―Es broma. Ya avisé a mi madre que llego para el almuerzo.
―Entonces vamos.
Llegaron al centro al punto de las ocho, compartieron una quesadilla y un batido en una taquería y luego caminaron sin un itinerario fijo. Ahora van a la estación y conversan sobre la ocasión en que se verán de nuevo.
―Supongo que será hasta las navidades ―comenta el chico, desilusionado―. Sería mucho esperar que me dejen venir antes.
―Navidad es mejor que hasta el otro año ―señala Karolina con optimismo.