Sábado 22 de septiembre
―¡Sí! ―exclama la chica alzando los brazos en son de victoria―. ¡Encesté! ¿Lo has visto Frank?
―No hago otra cosa que verte a ti y lo que haces ―dice el joven al ir por el balón de baloncesto. Andrea se sonroja. Agradece en su fuero interior que el chico le dé la espalda―. Aunque no veo por qué tanta emoción, lo lograste al quinto intento.
Para recalcar sus palabras, el joven lanza el balón sin botarlo, la pelota pega en el tablero, juguetea con los bordes del aro y por fin cae afuera.
La carcajada de la chica es inmediata. El joven se encoge de hombros. No le molesta la risa de Andrea. Le encanta verla reír. Desde la vez que le dio dos cervezas la joven no había reído tanto como esa tarde.
―Lo hice adrede ―agrega con una media-sonrisa.
―¡Sí, claro! ¡Y yo soy colocha por fuerza de voluntad!
Están en una de las canchas mixtas anexas al estadio municipal de fútbol. En ellas se práctica futsal y basquetbol indistintamente y a menudo se celebran pequeños campeonatos locales de cualquiera de esos dos deportes. Son cuatro canchas en total, tres de cemento y una de grama sintética. En las restantes tres se juegan partidillos entre grupos de amigos. El de básquet que se jugaba en la que pisan ellos, terminó unos diez minutos atrás. Partido en el que jugó Andrea y que Francisco observó divertido desde una de las banquetas de cemento que rodean las canchas.
―Hazlo de nuevo ―pide el joven entregándole la pelota a la chica―. Piensa que en el partido que jugaste no metiste ni una.
―¡Qué malo!
―¡Es que eres pésima!
―Lo dice el que falló la última…
El joven bota el balón una vez y lanza al aro. La pelota bota contra el tablero y entra limpiamente en la canasta.
―¿Decías? ―inquiere con una sonrisa socarrona.
―¡Presumido!
La chica va a por el balón y tira tras botar hasta tres veces la pelota, pero no logra encestar hasta el tercer intento.
―¡Ya vas mejorando!
―¡Me vas a mosquear!
No es cierto. El chico lo único que hace es bromear. Le gusta esa personalidad tan resuelta que tiene. Para todo tiene una palabra al punto, ya sea apoyo o una puya. Esa semana se han acercado bastante. Es demasiado pronto para decir que le gusta, pero le gusta.
Continúan otro rato lanzando al aro desde la zona de los tiros libres. El chico la anima a que intente uno de tres puntos, pero a la joven le parece una distancia insalvable para sus flacos brazos.
―Recuerda que es la primera vez que juego básquet ―le señala al chico.
―Lo recuerdo. Todavía no me creo que nunca hayas jugado baloncesto, ni fútbol, ni canicas, ni nada. Puede que ni muñecas.
La chica ríe las ocurrencias de Francisco. El grupo de amigos que la invitó a jugar, la mayoría compañeros del colegio, se ha dispersado. Quedan muy pocos por allí. Un poco más allá, en una banqueta que hay bajo un árbol, Matilde está muy ocupada con un muchacho. Curiosamente no tiene envidia de que su mejor amiga tenga novio, algo que sí ocurría en el pasado.
―Muñecas sí que jugué ―responde a los comentarios de Francisco― y mil cosas más, pero aquellos juegos que implican contacto físico me repelen. ¡Has visto lo que sudan jugando al futbol!
―Ahora estás sudando.
―Lo que me disgusta no es tanto el sudor, sino cuando se pegan a ti y te rozan… ―la joven reprime un escalofrío.
Francisco suelta una carcajada.
―No te rías. Si vine hoy es porque me apetecía hacer algo distinto. Y por alguna razón, cuando me vio vestida para jugar, mi madre no puso las pegas de costumbre. Es posible que empiece a soltarme un poco la correa.
―Bien por ti.
El joven cae en la cuenta de que su teléfono lleva rato vibrando. ¿Quién será?, ¿será Matías insistiendo que se vayan a tomar unas cervezas? No es Matías. Se lleva una buena sorpresa al ver que se trata de Alejandra.
―¿Quién es? ―pregunta Andrea que se ha acercado a husmear.
El joven se plantea no contestar. Pero por alguna razón intuye que se trata de algo importante.
―¿Alejandra? ―pregunta― ¡Hola!
―Disculpa por llamar, sé que estoy molestando, pero quiero saber si de casualidad estás con Matías.
―No es ninguna molestia, y no, no estoy con Matías. ¿Qué ocurre?