No me digas adiós

Capítulo 64

Domingo 23 de septiembre

Francisco mira a su amigo, sonríe, mueve la cabeza, le da un trago a su cerveza, vuelve a sonreír y a mover la cabeza, todavía incrédulo.

―Yo no habría sido capaz ―comenta.

―¿De qué hablas?

―Lo que hiciste: notas, la manta, los niños, tu madre y tu hermana, las rosas… Moría de vergüenza tras la cortina de claveles con el ramo de rosas en los brazos, esperando el momento para dártelos. Si lo hice es sólo porque eres mi amigo y te aprecio.

―Lo sé.

El joven también da un trago a su cerveza y se permite una sonrisa de complacencia. Él también tenía vergüenza, pero esta se vio mitigada por el miedo a que lo que había preparado no fuera suficiente. No miedo a que su chica de la sonrisa mágica no lo perdonara, que el perdón ya lo había obtenido desde la mañana; a lo que de verdad tenía miedo era que la pelea abriera una brecha imposible de cerrar.

Tenía la impresión de que todo había salido bien, que si hubo brecha esta se atajó en el instante. No obstante, por momentos, dudaba, y con las dudas venía un miedo como pocos.

―¿Nos tomamos otra? ―pregunta Matías.

―Supongo. No piensas embriagarte ¿verdad?

―No. Dos o tres y nos vamos a casa.

―¡Cuántas veces no habré oído eso!

Matías se ríe sin mucho entusiasmo y pide otras dos cervezas. La alegría por hacer las paces con Karol se ve opacada al recordar lo que hablaron luego del almuerzo. Hablaron sobre la confianza, sobre creer en el amor del uno por el otro, acerca de la fidelidad, de los amigos. Se podría considerar que ese punto quedó claro. Casi.

Lo que más dudas genera en el joven es la incógnita sobre la identidad del sujeto que le envió la foto. Elucubraron con la joven acerca del responsable. Surgieron nombres, pero no hubo manera de señalar de forma contundente a alguien.

No se atrevió a contarle que no es la primera vez que le mandan una fotografía de ella.

Son las siete de la noche. Se reunieron hace veinte minutos. Están en un lugar tranquilo, con música suave, (en esos momentos suena el tema “Verde, amarillo y rojo” de Gondwana), que les permite hablar sin verse obligados a alzar la voz. La tranquilidad no durará mucho. Es domingo y los clientes que piensan pasar una buena noche están al caer.

―¿Entonces Karol no sabe quién te envió la foto? ―pregunta Francisco después de un rato de silencio.

Matías niega primero con la cabeza.

―No. Está claro que no fue su amigo Javier, pues la fotografía fue tomada a distancia. Conozco el lugar en el que estaban y casi puedo asegurar que fue tomada desde afuera, por uno de los espacios de la malla.

―¿Y si el amigo estaba implicado?, ya sabes, la hago reír, hacemos que parezca que pasa algo más entre nosotros, tomas la fotografía y listo.

―Lo he pensado, no creas que no. Y se lo dije a Karol, pero se negó en rotundo a creer algo semejante de su amigo. Según ella, es un muchacho entregado a las cosas de Dios. “En todo caso, manifestó ella, habría que incluir en el complot a Román, que fue quien avisó que yo estaba con él en el centro”. Y por alguna razón, igual que Karol, no desconfío de Román.

―¡Vaya, complot! ―Es claro que la idea le parece divertida a Francisco.

―Como si se tratara de derribar un gobierno ―apunta Matías con humor―. Tengo dos candidatos ―añade luego―: Rivera y Rafael. El primero porque está ardido, si no, recuerda lo del otro día. El segundo, prácticamente por lo mismo y porque nunca le he caído bien, si no, también recuerda lo del otro día. Hay gente que mata por menos.

―No descartaría a alguno de sus ex.

―Uno ―aclara Matías―, sólo hubo uno antes de mí.

―¿Estás seguro?

―Creo que sí. Ella me ha hablado de Miguel y yo de Carmen.

―Pero Carmen no fue la única antes de ella.

―No. Siguiendo tu razonamiento, también podría ser cosa de una de mis ex, o de algún pretendiente no declarado de Karol, incluso Andrea.

Francisco abre los ojos al oír el nombre de su amiga.

―¿¡Estás loco!?

―Hay niñas mucho más pequeñas que han matado y ante el mundo se presentan como dulces muchachitas.

Francisco mira a su amigo con los ojos abiertos hasta que este empieza a reírse. Sólo entonces se relaja y se une a las risas del otro joven.




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