Sábado 29 de septiembre
Karol siente la mirada de su madre fija en la espalda. Un leve escalofrío le recorre la columna vertebral; un escalofrío nada grato. No lo entiende. Es un día caluroso.
No obstante, su mundo idílico es demasiado maravilloso para que un simple escalofrío lo estropee.
La joven se dirige a la clavija de la que pende su mochila por la correa, descuelga esta y esparce su contenido sobre la cama. No mintió a su madre al decirle que tiene mucha tarea pendiente para la semana que viene. Tendría que ser menos, pero es que cuando está con Mati no tiene cabeza para nada más.
Y cuando no está con él, tampoco es que lo deje de pensar mucho rato.
Suspira y sonríe como tonta: nuevamente ha pensado en él.
Puede que ese día le diga que no se pueden ver, o ponerlo a hacer parte de sus deberes, de lo contrario no terminará a tiempo. Tiene que tomar en cuenta que dentro de menos de diez días empiezan los exámenes finales y, aunque su promedio es muy bueno, no quiere reprobar ninguna materia en el último bimestre.
Karolina Velarde no reprobó ni en el kínder.
Le inquieta lo que pueda decir el joven si le dice que no podrá quedar con él durante el fin de semana porque tiene pendiente demasiado trabajo.
Busca el celular que quedó oculto por el contenido de la mochila para llamar a Alejandra. No tiene grandes esperanzas de que su amiga haya avanzado gran cosa con las tareas, ya que la aplicada suele ser Karol, y quien lleva el peso de resolver lo más difícil, aun cuando supuestamente realizan los deberes juntas, también suele ser Karol. De todas formas, la esperanza es lo último que muere.
Sería de mucha ayuda si Alejandra le diera una grata sorpresa esa mañana.
Está buscando el número de su amiga para llamarla cuando mira el dinero entre los cuadernos.
«¡Mierda, olvidé pagar!»
El dinero en cuestión se lo dio su padre la noche del jueves para que pagara el importe del año académico en el instituto. La Dirección del centro educativo había mandado una circular en la que informaba que quien no estuviera al día con los pagos no tendría derecho a exámenes finales.
Su padre llevaba todo el año ahorrando aquella cantidad.
Ya no llama a Alejandra. Deja el teléfono en la cama y toma el dinero. Mientras lo cuenta no se percata que recibe un mensaje de Matías.
Suspira aliviada. La suma es correcta. En algún momento tuvo la absurda sensación de que el dinero no estaría completo.
«Solo me olvidé de pagar», se dice.
La oficina del instituto abre todo el día de lunes a viernes y medio día los sábados. Son las diez treinta de la mañana. Tiene tiempo para pagar, deshacerse del dinero y salir de la responsabilidad. Tener ese dinero en su habitación la hace sentir incómoda.
Y seguro que su padre le pregunta por el recibo esa tarde.
Lo más sensato es que vaya a pagar esa misma mañana.
Se saca el short sucio que lleva puesto y se traba un vaquero descolorido y una camisa de botones. No va a pasear ni nada, únicamente a pagar. Va a llevarse un bolso, pero termina optando por meter el dinero en uno de los bolsillos traseros del vaquero. Será una salida rápida.
―¿Y a tú a dónde vas? ―pregunta la madre al verla asomarse a la cocina.
―Iré a pagar la colegiatura ―informa. Y para que su madre no piense que le miente, le muestra el dinero, que vuelve a guardarse en el bolsillo―. Se me olvidó hacerlo ayer.
―Bien. Pero cuídalo. ¡No sabes lo que ha trabajado tu padre para reunir ese dinero!
―Lo sé, mamá, sé lo duro que trabaja papá. Tendré cuidado.
―No. No lo sabes. Trabaja más de lo que imaginas. ―Luego transige―. Pero de acuerdo. Vuelve pronto.
―Tan pronto pague me vuelvo.
Carolina asiente y continúa picando verduras.
Al salir a la calle, se lleva la mano al bolsillo en el que lleva el dinero. La promesa de que tendrá cuidado le parece importante. Aunque no es alguien que pierda cosas por descuido y nunca ha sido asaltada.
Sin embargo, para todo hay una primera vez.
La joven no responde.
Matías tenía la esperanza de que respondiera tan pronto recibiera su mensaje. Supone que está realizando tareas de la casa o de la escuela. Tras un breve intercambio de mensajes por la mañana, se despidieron con la promesa de que sería él quien escribiría cuando saliera del trabajo.