No me digas adiós

Capítulo 67

Sábado 29 de septiembre

En el balneario el sol brilla con tanta fuerza como en el pueblo, pero bajo la sombra de los árboles hace fresco y hay cerca de un centenar de asistentes más madrugadores que ellos. Conforme avance el día, ese número se incrementará.

Karolina ya no está tan entusiasmada como al principio. De alguna manera, al decir Matías: “Tú y yo, esta vez sin amigos” se había formado la idea de que efectivamente solo serían ellos dos.

«Como me reconozca alguien…» Luego recuerda que Matías prometió llevarla a casa, por lo que el que la reconozcan no debería preocuparle. Sin embargo, al pensar en su madre y lo que dirá, duda que escaparse con su novio haya sido la mejor idea.

El joven detiene el vehículo bajo la sombra de un árbol, medio se vuelve y le roba un pico a la chica.

―Llegamos ―anuncia en un susurro.

A la chica le gustan esos gestos espontáneos de su novio. Le devuelve el beso y se apea de la moto.

―Sí, llegamos.

Llegados a ese punto no piensa arruinar el día con sus dudas repentinas. Lo que se propone es pasar un rato agradable con Matías; ya luego se preocupará de lo demás. No arruinará el día del joven, no con lo feliz que está.

―Iré a vestirme ―avisa la chica enseñando la bolsa de nylon negro en la que lleva el short que pasó comprando con prisas para no regresar a casa por uno.

―Yo también.

El joven, con menos pudor que la joven, mira a los lados, se fija en que nadie repara especialmente en él, se zafa el pantalón y se pone la pantaloneta que compró en el mismo sitio donde compró Karol.

¡Listo!

La siguiente media hora la pasan en el agua, relajados, divertidos, felices de estar el uno con el otro. Chapotean de aquí para allá mientras ríen, hablan de temas insulsos y de vez en cuando un casto beso.

No necesitan más, sólo pasar tiempo juntos y saber que se quieren.

El número de asistentes al balneario empieza a incrementarse de a poco a medida que el sol alcanza su cénit. Y conforme llega más gente, se encuentran con que tienen que compartir el agua con más bañistas de lo que les gustaría.

Muchos de los que ahora nadan entre ellos son adultos jóvenes, que a veces no disimulan las miradas lascivas que lanzan a Karolina. La mayoría son mayores que Matías, más fuertes y más altos. Empieza a sentirse incómodo entre ellos, sobre todo cuando dirigen comentarios aparentemente inofensivos a su novia.

Un: “Nada muy bien” o, “¿A que está deliciosa el agua?” son frases pensadas para romper el hielo y entablar conversación con alguien. Al joven no le agrada la idea de que su chica coja confianza con alguno de esos tipos.

Es por ello que le propone salir del agua y regresar al pueblo. Pronto será mediodía y aprovecha la excusa de que tiene hambre para no parecer un novio posesivo y celoso.

―¿Quieres ir un momento a nuestro lugar especial? ―pregunta la joven antes de salir del agua, con sus brazos alrededor del cuello del chico.

Matías tarda un segundo en dar con el lugar al que se refiere Karol. Se trata del claro corriente abajo donde le dijo por primera vez que la ama. Es un lugar especial para ambos.

―Sí. Lo que tú quieras ―accede.

―La última vez no pudimos sacarnos ninguna selfie allí, y tratándose del sitio de nuestro primer te amo… ―el chico no la deja terminar pues estampa sus labios en los de ella.

Es imposible resistir la tentación de sus sonrosados y carnosos labios teniéndolos tan cerca de los suyos, sobre todo cuando dice te amo.

―Vamos.

Recogen sus pertenencias y realizan el mismo recorrido que ya hicieran días atrás.

A su alrededor, la gente es ajena a ellos. Sonríen y saludan de vez en cuando, con esa afabilidad que sólo los que bogan en la cúspide de la dicha pueden prodigar. Algunos rostros se vuelven, responden a sus saludos, pero luego vuelven a lo suyo. Se trata solo de una pareja de jóvenes enamorados. Como tantas que pululan por allí. Al menos es lo que la mayoría cree.

Matías y Karol no se consideran una pareja de novios más. Ellos saben que lo suyo es especial.

Pronto dejan atrás el balneario y siguen la angosta corriente por la orilla.

―Más adelante este arroyo se une a otros ―explica el joven, mientras sus pies descalzos buscan espacios libres de espinas y guijarros―, el caudal se hace mayor y en algunos lugares se forman ensenadas de más de cien metros de ancho, demasiado lejos e inaccesibles para hacer de ellos lugares más visitados. Sólo se puede llegar a ellos a través de lanchas, también a pie pero el camino es largo y arduo. Y más adelante se une a un río más grande, aunque no estoy seguro si es el Pasión o el Usumacinta. Un día haremos ese recorrido, y te encantará, porque pocas cosas son más hermosas que admirar la naturaleza en todo su esplendor.




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