No me digas adiós

Capítulo 68

Sábado 29 de septiembre

El regreso al pueblo transcurre en medio de un mutismo pesado. No hablan, no hay miradas ni sonrisas cómplices, solo silencio y la sensación de que algo se ha roto. A lo mejor es cosa del susto que se han llevado, de la certeza de que estaban a punto de cometer un gran error, del miedo a las consecuencias de haberse dejado llevar.

Antes, permanecen largo rato sentados hasta que por fin se atreven a ponerse de pie. Recogen sus cosas, el joven la mochila en la que aún anda su catálogo de ventas y el pantalón y la camisa que se quitó al llegar. Cruza la correa en su hombro y restos de hojarasca caen al suelo con parsimonia.

Empieza a quitar toda la basura que está a su alcance mientras Carolina hace lo propio. Luego ella limpia su espalda y él le devuelve el favor. Tampoco dicen nada en ese momento. Solo asienten para confirmar que están todo lo limpios que podrían estar dadas las circunstancias.

La joven recoge la bolsa de nylon, se pone la camisa de botones y deja el pantalón en la bolsa. Luego se ponen en marcha.

Nadie se fija especialmente en ellos cuando regresan donde están los demás. Sin embargo, la sensación es que todo el mundo los observa y los juzga, no ya por lo que estaban a punto de hacer, sino como si lo hubieran hecho. Como si tener sexo con tu pareja fuera un acto reprobable.

Al subir al vehículo y poner rumbo al pueblo, siguen sin decirse nada. Tampoco han mirado ni saludado a nadie, la jovialidad con la que hicieron la ida ha desaparecido para la vuelta.

―¿Quieres ir a almorzar? ―pregunta el joven cuando están por llegar al poblado. Ya conoce la respuesta.

―No tengo hambre.

La joven no pretende ser brusca, pero es lo que transmite.  

―¿A casa entonces?

Karolina no responde, lo que el muchacho toma como aquiescencia.

En realidad, la mente de la joven intenta dilucidar si que la lleve a casa es la mejor opción. Al aceptar escaparse un rato con él, se imaginaba volver a casa de otro talante, riéndose de lo bien que lo habían pasado, sin más preocupación que el gesto ceñudo de su progenitora que sin duda podrían aplacar.

En esos momentos lo que menos desea es reír. No es que esté triste, sino confusa y preocupada. Piensa en lo que estaban a punto de hacer.

Antes ha pensado en sexo, no sería una joven normal si no lo hiciera. En alguna ocasión se planteó entregar su primera vez a Miguel; afortunadamente eso no fue. Y en la soledad de su habitación, cuando las luces se apagan, ha fantaseado con Matías. Pero del pensamiento al hecho…, hecho que estuvo a punto de ocurrir.

Le gustaría saber qué piensa el joven. ¿Le pedirá que terminen lo que empezaron en la orilla del arroyo?, ¿la estará juzgando en su mente?, ¿pensará mal de ella por estar a punto de entregársele así tan de pronto?

Las posibles respuestas a tales preguntas la hacen temblar.

¿Por qué no dice nada? ¿O es que está tan asustado como ella?

Tienen que hablar. Pero el joven no dice nada. Y ella siente la garganta seca, y no sabría qué decir.

Ve que están a unas manzanas de su casa, y por cómo se siente en esos momentos, no tiene ningún deseo por apaciguar a su madre.

―¡Con Alejandra, llévame con Alejandra! ―logra decir, y el joven alcanza a cruzar en la esquina que tenía delante para llevarla al destino que le ha dado.

Mira su celular, que tiene restos de hojas y tierra adherida a la tapadera, y ve que son las doce con cuarenta minutos. Además de la hora ve las tres llamadas de su madre. Suspira, madre no, en esos momentos no.

Llama a Alejandra para saber si está en casa. Para su buena fortuna la chica contesta al tercer bip.

―Ale, ¿estás en casa? ―Su voz es carrasposa, aguda, y de pronto cae en la cuenta de que siente una imperiosa necesidad de llorar.

¿Y Matías por qué no dice nada?

―¿Qué ocurre? ―pregunta su amiga, que le conoce la voz y sabe que algo no anda bien.

―¿Estás en casa?

―Sí.

―Llego en un minuto, necesito tu ayuda.

Llega en quince segundos. Estaban a una manzana de casa de Alejandra. La joven de cabello rizado todavía no ha salido. La chica baja de la moto y va a entrar sin despedirse, pero el joven la detiene al cogerle la mano.

―Perdóname ―dice, por el tono de voz la chica entiende que el joven también está sentido y que le cuesta encontrar las palabras para expresar lo que siente―. No fui un caballero hoy, me dejé llevar, no creas que te invité para… para eso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.