No me digas adiós

Capítulo 69

Sábado 29 de septiembre

¡No!

El corazón empieza a palpitarle a mil por hora

¡No!

Revisa el pantalón una vez más. ¡Nada!

¡No!

Saca los bolsillos, los vuelve a meter. Le da vuelta a las mangas del pantalón. Sacude la bolsa negra de Nylon. Siente una fuerte opresión en el pecho y las lágrimas se agolpan en la compuerta de los ojos. Se palpa el cuerpo, aunque sabe que es inútil. Se cubre la boca con una mano.

¡No! ¡No! ¡Mil veces no! ¡No está! ¡El dinero no está!

Empieza a temblar de levemente. El pánico la hace su presa.

Alejandra, que revisa el chat de su teléfono alza la vista y mira a Karol. La joven tiembla y sus ojos vidriosos pronto se anegan de lágrimas.

―¿Qué pasa? ―pregunta. Deja el teléfono sobre una mesa y se acerca a la cama donde su amiga está sentada―. No dices que no pasó nada, y aunque hubiera pasado, qué hay de malo en ello. Son novios.

No sigue. Se da cuenta que su amiga está así por otra cosa. Incluso ella se contagia de parte de su miedo.

―¿Qué pasa? ―insiste.

Es el momento en el que Karolina Velarde se quiebra. Las lágrimas manan a chorros y sufre fuertes espasmos que no la dejan ni hablar. Alejandra no puede hacer más que acurrucarse junto a su amiga y dejar que esta la abrace hasta que el acceso de pánico y llanto empieza a ceder.

―¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Lo perdí! ¡Lo perdí todo!

―¿Qué perdiste?

―El dinero de la colegiatura. Alejandra, ¡perdí el dinero para pagar el año escolar!

«¡Oh mierda!» Es lo primero que pasa por la cabeza de Alejandra.

―¿Pero cómo? ¿Ya revisaste bien?

―¡Es lo que he estado haciendo! ¡No está!

Mientras Karol continúa sollozando, Alejandra mira en la habitación, recorre el camino que hicieron de la calle hasta su cuarto, observa hacia la dirección en la que sopla el viento. 

―Nada ―dice. Karol apenas la oye.

―Lo sé ―musita, ha dejado de llorar copiosamente, pero algunas lágrimas rezagadas insisten en atravesar el dique. Las limpia con el dorso de la mano, pero al instante siguiente otras reemplazan a las anteriores―. En el río, lo perdí en el río. Incluso tenía el importe de los costos de graduación.

―¿Qué hacías con ese dinero?

La joven cuenta con voz entrecortada lo que hacía con el dinero en el bolsillo del pantalón.

Alejandra comprende que su amiga está metida en un buen lío. Se va de pinta con su chico, no paga la colegiatura, está a punto de perder la virginidad en un acceso de ardor en el lugar menos adecuado y sin protección. Y por si fuera poco, pierde el dinero. Si fuera su madre, tendría muchas cosas que gritarle.

Pero no es Carolina, es Alejandra, su amiga, y tiene que apoyarla. Lo que menos necesita Karolina es que la haga sentir peor al señalarle lo irresponsable que ha sido.

―¿No es posible que lo tenga Matías? Piensa si no se lo diste a guardar, o si…

Karol niega con la cabeza antes de que su amiga continúe por ese rumbo. Ni siquiera le mencionó a Matías la existencia del dinero. Lo que viene a su mente son las voces de cuando el joven descubrió sus pechos.

―Fueron los chicos que nos interrumpieron ―dice convencida―. Los que dijeron que solo éramos dos chicos divirtiéndonos. Ellos hurgaron en mi pantalón. Recuerdo que cuando lo recogí pensé que no estaba como yo lo había doblado, pero en esos momentos tenía la mente en otros asuntos. Te juro que no me acordaba del dinero. ¡Soy una estúpida! ¿Con qué cara voy a ver a mis padres ahora? Si no me matan moriré al ver sus caras de decepción. Jamás volverán a confiar en mí.

«Ya lo creo que no.»

―¿Y dices que dejaste la bolsa junto a la mochila de Matías?

―Sí.

―Llámale y pregúntale si a él se le perdió algo. Si te dice que sí, ya sabremos entonces qué pasó con el dinero.

―No. Bueno, no sé. Si se entera que perdí esa cantidad de dinero se sentirá mal, creerá que es su culpa.

―Es que sí es su culpa. Jamás debió proponerte que te escaparas con él.




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