No me digas adiós

Capítulo 73

Perdón por hacerles esperar, pero se me había aruinado mi computadora.

Domingo 30 de septiembre

La mañana es soleada. Las nubes que en el cielo son arrastradas lentamente por el viento parecen de algodón. No es probable que llueva. En un día tan hermoso nada tendría que salir mal. En los días soleados todo tendría que ir de maravilla.

Es lo que piensa Karolina mientras camina en soledad por la calle. No obstante, está nerviosa. En las últimas semanas ha tenido más motivos para estar nerviosa que en los quince años anteriores. 

No puede negar que mucho tiene que ver Matías. Lo ama, y la hace feliz, pero ¿no ha trastocado su mundo cuando debería darle estabilidad?

No le cuenta lo del dinero porque tiene miedo de su reacción. No quiere que se sienta responsable, o peor aún, que piense que es mentira. No sabe por qué, pero siente que la segunda posibilidad es más probable que la primera. Lo cual es absurdo, por supuesto.

Va camino a hablar con una pareja que la puede ayudar. Si consigue la ayuda, será la chica más feliz. Se prometió que si consigue el dinero volverá a ser la Karol mesurada de antes, no esa que miente a sus padres y se escapa imprudentemente con su novio. Es esa vena atrevida y aventurera la que la tiene en un embrollo. Es hora de ser la chica correcta que siempre ha sido.

Pero si no la ayudan… no, no quiere pensar en esa posibilidad. Encontrará la ayuda que necesita, debe confiar en ello.

Su nombre es Tomasa y el de él, Nazario. Son un matrimonio que regenta una cafetería y refresquería en la calle contigua a la calzada principal. Ha laborado con ellos, sirviendo mesas, los últimos dos años al término del año escolar. Dos meses y medio el primer año; tres meses, el último.

No tiene ni un céntimo del salario obtenido. Hizo uso de él durante el año escolar que siguió a los meses de trabajo. Sus padres no siempre tienen dinero, así que si quería ropa nueva, la afición más común en las adolescentes, tenía que comprársela ella misma. «En ropa, un celular y saldo para el celular ―se dice― en eso invertí el dinero.»

En esos momentos duda si fue inversión o gasto.

El matrimonio le cogió aprecio y le aseguraron que la volverían a contratar el año siguiente. Hizo números y logra cubrir el monto de la colegiatura si trabaja tres meses. Su esperanza, es explicarles lo que le sucedió y pedirles el pago por adelantado de esos tres meses. Son buenas personas y cree que le ayudarán.

Si eso resuelve el problema, no le importa el sacrificio que tendrá que hacer al año siguiente.

Al llegar a la cafetería respira tres veces antes de entrar. Está nerviosa y siente un poco de vergüenza. Pero es lo que hay, así que tras serenarse lo más que puede, entra por la puerta del recinto.

No le sorprende que todo esté igual que antes. Acostumbra pasar por el local una vez al mes, para tomarse un refrigerio y charlar un rato con alguno de los dueños. No es bueno olvidarse de quienes te echan la mano.

El lugar está prácticamente vacío, excepto por dos muchachos que se toman una michelada en una mesa de las esquinas. Karolina agradece que haya pocos clientes, por eso eligió pasarse allí por la mañana. Necesita encontrar a los señores desocupados para que tengan tiempo de escucharla.

La muchacha de servicio pone servilleteros en las mesas y acomoda las sillas. Tomasa envuelve cubiertos en servilletas detrás de la barra. La mujer no tarda en alzar la vista y localizar a su empleada de temporada.

Algo debe notar en el rostro de la joven porque sale de detrás de la barra y va al encuentro de Karol.

―¿Cariño, qué ocurre?

La chica se reprende por no poder ocultar la preocupación de su rostro. Aunque quizá pueda ayudarle como un tipo de chantaje emocional. Entre más compungida, más posibilidades de que se conduelan.

Diez minutos más tarde, en torno a una diminuta mesa de la cocina, tras contarles la manera estúpida en que perdió el dinero (aunque no contó que iba con su novio sino con Alejandra), los esposos, de los cuales el señor, diez años mayor, empieza a pintar canas, se miran antes de volverse hacia ella y negar con la cabeza.

La chica siente que el alma le cae a los pies. Y de pronto nota que las lágrimas golpean en sus ojos. ¿Por qué tiene ganas de llorar todo el tiempo? Pero no, no llorará. Sabía que esta respuesta era posible.

―Lo siento, pequeña ―dice Tomasa―, pero no podemos ayudarte.

―¿No tienen el dinero?

―Lo tenemos…

―Por favor, ayúdenme ―suplica con renovadas esperanzas―, les prometo que jamás tendrán empleada más diligente y agradecida que yo.




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