Viernes 05 de octubre
Ha sido una semana extraña, apática, de contrastes. Pero sobre todo, desconcertante. La idea de que algo va mal no lo ha abandonado, si es posible, se ha afianzado.
Esa tarde del viernes 5, está seguro de que su relación con la chica de la sonrisa mágica se encuentra en un punto muerto. La desazón lo embarga. Lo peor es que no sabe qué hacer.
No. Lo peor es que teme lo peor. Por más que en esos momentos parezca que todo está bien con Karol.
El domingo anterior fue a casa de Karolina tal como dijo a Francisco.
Al llegar a casa de la joven se encuentra con que no está. Quien sale cuando llega es el padre; la madre, como no podía ser de otra manera, se encuentra en la iglesia.
Al principio piensa que su novia está con la madre, retomando la ayuda que le presta en tales actividades, que había pausado tras hacerse su novio. Piensa en ello: una razón más para que a la matrona no le agrade.
Pero no, no está con ella, le confirma Armando. Se fue a ver a sus anteriores jefes, los que le dan trabajo temporal al cese de clases.
―Me dijo que iba a preguntar si este año también la contratarían ―informa Armando―. Es extraño que no te lo haya mencionado.
«Sí, sí que es extraño.»
―No hemos hablado hoy ―señala el chico―. Mi visita era una sorpresa.
En las semanas que llevan de novios, aparte de aquella ocasión que se quedó conversando con su amigo de la iglesia, la chica le envía mensajes cuando sale a algún sitio ya sea sola, con Alejandra u otra compañera del colegio. Y lo mismo ha hecho él. Creía que era porque se cuentan todo, porque hay confianza. Empieza a darse cuenta de que no es así.
Y desconfianza es lo que siente en ese instante.
―Volveré luego ―comunica.
Las emociones en esos momentos son contrastadas, por lo que considera prudente irse a casa.
Se vieron a la tarde de ese domingo. Y nada fue bien.
El joven recuerda que el momento que pasaron juntos estuvo lejos de esos ratos maravillosos a los que se ha vuelto adicto. La chica lo abrazó y lo besó y le susurró muchas veces que lo quería. Pero cuando quería verla a los ojos, rehuía de su mirada. El joven los buscaba con ahínco, cuando los encontraba, a ratos parecían serenos, y otras veces los notaba vidriosos.
La chica le explicó lo que hizo durante la mañana, sin embargo, cuando preguntó si ocurría algo, le respondió que todo estaba perfecto. El joven no le creyó ni por asomo.
Más tarde el celular de la joven vibró y miró la notificación con naturalidad. Debió tratarse de algo grave porque su expresión cambió drásticamente. Por supuesto, negó que fuera algo importante cuando Matías le preguntó al respecto.
Fue más de lo que el joven pudo suportar. Le ocultaba algo, tan seguro como lo mucho que la amaba.
En un acceso de rabia estuvo a punto de mostrarle los mensajes que Desconocido le había escrito sobre de ella. Estaba dispuesto a preguntarle si se mostraba huraña, huidiza y mentía porque preparaba una de sus jugadas. Afortunadamente no lo hizo, porque al rato se sintió miserable de solo pensarlo. A pesar de sus dudas, se negaba a creer que su chica de la sonrisa mágica le jugara sucio.
Lo que sí hizo fue marcharse. La chica no intentó detenerlo.
El lunes que fue a buscarla a la salida de clases, la chica estaba radiante. Durante algunos minutos el joven se engañó y pensó que, fuera lo que fuera lo que ocurrió el día domingo, había quedado atrás. Por un momento él también fue feliz y la llevó a tomar un helado.
Hasta que notó que, cuando creía que el chico no la observaba, su sonrisa desaparecía.
Matías comprendió que continuaba ocultándole algo pero que trataba de aparentar normalidad para que la relación no se resintiera.
«¿O lo hace para no romperme el corazón?», recuerda que pensó en la heladería y un dolor agudo le atenazó el pecho.
Insistió una vez más, tratando de sonsacar qué le ocultaba, a lo que la chica se mantuvo firme en su respuesta. Esto es, que todo iba bien.
En esa heladería se rindió. Si no confiaba en él, no insistiría. Pensó en los mensajes de Desconocido y concluyó que si no le contaba nada era porque le afectaba directamente a él.
Pensar en que los mensajes podrían tener razón lo estaba volviendo loco. Pensar que la chica podría no ser lo que era, lo hacían llorar en la almohada hasta quedarse dormido.