Viernes 5 de octubre
No cree en presagios, pero no hallar libre su banqueta especial le provoca malestar. Por alguna casualidad que se prolongó varias semanas, siempre que iba a recoger a Karol al instituto encontraba la banca libre. Hasta ese día.
Tampoco lo acompaña Francisco, aunque esto es frecuente. Desde que se hiciera amigo de Andrea, y ahora novio, cada uno ha empezado a tirar por su lado. ¿También lo está perdiendo? Agita la cabeza para despejarse.
Como no pretende pasar tiempo en el parque, aparca no muy lejos del portón y espera recostado en la motocicleta. Faltan cinco minutos para que el timbre señale la hora de salida con su característico ruido, irritante para muchos, liberador para los alumnos, y por qué no, también para los maestros.
Dedica el tiempo de espera a serenarse, a alejar dudas, en colmarse de positivismo, a pensar que la semana más apática de su vida está a punto de terminar.
Al sonar el timbre, el muchacho espera confiado en que ese día termina todo.
Se equivoca por un día.
Desde que ve salir a su novia acompañada de su mejor amiga sabe que algo va mal. La colocha le acaricia de manera inconsciente el hombro a Karol y le dice algo al oído. La otra apenas asiente, su rostro una máscara de desesperación.
Intenta cambiar de rostro al notar la mirada preocupada e interrogativa de Matías. Pero ya es demasiado tarde.
―Hola ―saluda la joven. Lo intenta, más su voz normal se niega a acudir a su rescate.
El joven cumple con lo que se prometió. Le da un beso, un abrazo que se alarga demasiado, que la chica necesita más que él, y le susurra al oído que la echó de menos durante el día porque la ama profundamente.
―Y yo te amo a ti ―expresa la chica, un timbre agudo en su voz. Se separa, mira con ojos vidriosos a su novio y le da un beso. Cuando se separan, el rostro de la chica está cambiado. Ya no refleja desesperación o miedo, sino alivio, decisión y amor por él―. Llévame a casa.
―Hablamos luego ―se despide Alejandra, que pasa al lado de la pareja encasquetada en la moto de Kevin.
Karolina le dice adiós a la colocha con la mano.
―¿Estás bien? ―pregunta el chico. Es obvio que no.
La chica niega con la cabeza y se limpia con los dedos las lágrimas que no llegó a derramar.
―No ―admite―. Por eso quiero que me lleves a casa. Hay algo que quiero contarte.
Curiosamente es el alivio que sintió en esos momentos una de las cosas que recordará con más sentimiento en el futuro.
Porque cuando la joven dice “hay algo que quiero contarte”, en ningún momento piensa que se trata de algo malo. «Me dirá que es lo que la ha tenido rara estos días y ya», piensa. Siente que una losa se quitó de su espalda. Diga lo que diga la chica, nada puede ser tan malo como para separarlos. Después de todo, le acaba de decir que lo ama.
―Por supuesto ―asiente con una sonrisa. Le da otro beso a su novia «para que sepa que la amo y que es lo mejor que me ha pasado en la vida» y sube a la motocicleta.
Camino de casa de la joven, Karol se abraza de su cintura y recuesta la cabeza sobre su espalda. Nunca había hecho algo así. Matías no negará que se siente ridículo, pero lo gusta. Sobre todo porque presiente que lo que estaba roto ha vuelto a unirse y que nada lo romperá de nuevo.
«Me contará sea lo que sea que me ocultaba y lo olvidaremos en el acto. Seremos de nuevo esos muchachitos enamorados del principio», piensa con regocijo.
Al llegar a casa de la joven, la primera en asomar la cabeza por el vano de la puerta es la pequeña Joselyn. Al ver que se trata de su hermana y su novio, regresa al interior de la vivienda, indiferente como siempre. Matías la saluda con la mano, pero la chiquilla ni siquiera miró su saludo.
―Ya la conoces ―dice Karol con un leve encogimiento de hombros―. Espérame en la perezosa bajo el árbol. No quiero que mi madre nos escuche.
Otro beso, poco más que un pico, como todos los que se han dado esa tarde, y entra en la vivienda. Matías sonríe, esperanzado. La chica también le sonrió, hasta su andar parece más suelto. Definitivamente esa tarde despejará todas sus dudas.
Como persona educada debería entrar para saludar a Carolina, pero su novia le dijo que esperara en la tumbona. El chico obedece.
Diez minutos después, la chica todavía no ha regresado. El joven frunce el ceño y mira el gorrión que vuela en torno a una flor de las macetas de Carolina, con la intención de apartar cualquier otro pensamiento.
El teléfono vibra en sus bolsillos. Lo extrae, pero duda cuando tiene el teléfono en la mano. De pronto lo acosa un mal presentimiento. Su mente vuela a Desconocido y sus anónimos que desacreditan a la joven. ¿Ahora qué dirá?