No me digas adiós

Capítulo 77

Viernes 5 de octubre

A mitad de camino, entra en una refresquería. Su intención no es embriagarse, sino relajarse. Nada mejor para esa tarea que un par de cervezas. Saluda de lejos a los parroquianos y pide una Gallo en la barra. Se sienta en una mesa vacía. Ninguno de los clientes es conocido, tampoco hay muchos, aunque es viernes apenas pasan de las seis de la noche.

La cerveza lo relaja desde el primer trago. Valga decir que se bebió la mitad del contenido con ese trago.

Cuando pide la segunda cerveza, ya más sereno, sopesa que quizá se equivocó en su precipitada huida. ¿No debería haberle dado tiempo a Karol para que pensara mejor si le hablaba con la verdad o no? Al instante de plantearse tal pregunta la desecha por absurda.

La chica no tendría que haber dudado.

No dudó. Tenía claro que ya no pensaba contarle la verdad.

¿Qué verdad es tan fuerte para que no quiera contársela? ¿Y con quién habló el rato que estuvo dentro de la casa?,  ¿qué solución encontró que decidió inventarle una mentira?

«No me mintió una vez ―concluye―. Me ha mentido muchas veces».

¿Significa que su relación se ha grietado tanto que toca a su fin?

La idea le produce una sensación de ahogo. Le da un buen trago a su cerveza. No lleva ni un mes con su chica de la sonrisa mágica, pero sólo de imaginar que la pierde siente que muere. Se ha convertido en alguien vital para él.

«Entonces no tendrías que haberla llamado mentirosa. Ni te hubieras marchado con tanto apremio ―se recrimina―. ¡Pero es que es mentirosa y me enervó que pese a haberla descubierto en una mentira se negara a reconocerla! ¿O es que tengo que fingir que le creo con tal de vivir en una burbuja de falsa felicidad?»

El segundo trago es más largo, lleno de rabia.

Su teléfono ha sonado un par de veces desde que entró al local. Supone que son mensajes de la chica. Los lee con la esperanza de que le pida volver y que será sincera con él.

Karol: Tú reacción fue desmedida. Incluso mi madre se dio cuenta de que algo pasó. Preguntó por qué te fuiste y yo me encogí de hombros. También estoy molesta, no te iba a defender. Te importé un carajo en ese momento, lo único que te importa es satisfacer tu ego de macho al que no se le puede negar nada. ¿No entiendes que hay asuntos demasiados personales para contárselos siquiera al novio?

El mensaje fue escrito con ardor y el joven puede imaginar las lágrimas de la chica mientras lo escribía. ¿Otra vez la hizo llorar? ¿Es que es tan patán que solo sirve para hacer llorar a la que ama?

«No, no ―se dice―. Esto es argucia femenina. Como todas, Karol quiere darle vuelta a la situación. Si lo permito, seré yo quien termine pidiendo perdón cuando la que miente y oculta cosas es ella.»

El siguiente mensaje lo mandó diez minutos después, cuando Matías no había leído el primero.

Karol: No lees mi mensaje. ¿Harás lo de la otra vez? Allá tú. Solo diré que te amo, que te amo como no tienes idea y me duele que desconfíes de mí. Porque eso es lo que piensas, crees que me escribo con otros y que me veo con ellos. ¡Me da tanta rabia! No diré más. Feliz noche.

¿Huele a manipulación? No lo sabe.

Se termina la segunda cerveza y va a pedir la tercera pero cambia de opinión. Paga y se va a casa antes de que no pueda parar. Ganas no le faltan.

¿Dónde quedó esa relación tan hermosa que habían iniciado?

Camino a casa decide que le llamará. Quizá no viéndose puedan hablar sin que se exacerbe. Cae en la cuenta de que él tampoco ha sido del todo sincero. Le contará lo de los mensajes, lo de todos los anónimos. Incluso de lo que le dijo Alfredo la otra vez. Pero no por teléfono, piensa luego, algo así tiene que hacerse en persona. Mañana. Esa noche ya huele a alcohol y está demasiado aturdido y las chispas podrían brotar con facilidad.

Al llegar a casa su madre le ofrece de cenar. El joven responde que no tiene hambre y va directo a su habitación. Ha estado arisco los últimos días incluso con su familia. No es justo, pero no puede fingir un estado de ánimo diferente al que siente. Como actor estaría viviendo bajo un puente, si bien le iba.

 Se desviste y se mete a la ducha. Permanece quince minutos bajo el agua fría, hasta que siente que le pasa el efecto de las dos cervezas que se tomó. Luego se tumba en la cama con el teléfono en la mano. Los únicos mensajes que tiene son del grupo “Trabajo” y del grupo “Ex-compañeros”. Entra a los respectivos chat para que desaparezcan las notificaciones. No le gusta que haya mensajes sin leer.




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