No me digas adiós

Capítulo 78

Sábado 6 de octubre

Mati: ―Buenos días, princesa ―es el mensaje con el que Karolina despertó esa mañana―. Estoy deseando verte. Tengo una sorpresa para ti. Nada malo ¡eh! Te amo.

El mensaje la confunde al mismo tiempo que la hace sentir culpable.

Matías es un chico de arrebatos; la ira y el enojo se le pasan rápido. Su estado normal es el de un chico más bien solemne que se suelta cuando está con gente que aprecia y según la situación. Sobre todo es bueno, amable, dulce y tierno. Así lo percibe ella.

Sea lo que sea que sintió anoche ya se le ha pasado, que no olvidado. Sin duda les espera una larga charla.

Al percibir la ternura y el amor que destila su mensaje, enviado a las 4:13 de la mañana, se siente tentada de cambiar de planes. Le entran profundos deseos de llamarle y contarle la verdad. En cambio, le responde el mensaje de buenos días.

Karol: ―Buenos días, mi amor. Ya te dije que no me gustan las sorpresas, excepto si vienen de ti. Estoy deseosa de saber. Yo también te amo.

Ninguna mención de la discusión de ayer. Él también hizo caso omiso de los mensajes sentidos que le envió al marcharse. El tema se tocará más tarde. Para ese entonces ya habrá solucionado lo de la colegiatura. El resto será convencerlo de que nada malo pasó, olvidar esa semana negra y retomar la relación en el punto que todo iba de maravilla.  

La tentación de sincerarse con Matías ha pasado. Es demasiado tarde para ello. Si no se hubiera ofuscado ni entrado en pánico, le habría contado todo desde el principio. La solución habría sido sencilla y no todo ese embrollo que se formó por su mente cegada.

Demasiado tarde se da cuenta de ello.

Si la directora del instituto no le hubiera dado un ultimátum, lo haría todavía. El caso es que ayer viernes la llamó a su oficina, y tras un saludo poco cortés, le recordó que si no satisfacía el monto de la colegiatura, no tendría derecho a exámenes finales. Por ende, perdería el año.

Puesto que los exámenes son el lunes siguiente, tiene de plazo hasta esa mañana para saldar la deuda.

La advertencia de la directora se dio a primera hora de clases. Fue cuando, desesperada, entre clases, le contó todo a Alfredo (guardándose apenas ciertos detalles). El joven, merced a la disculpa que aceptó el domingo en aquel diminuto parque, le había estado enviando mensajes recordándole que estaba a su disposición.

Karol no había respondido hasta el viernes, acuciada por la angustia.

Ya no el miedo, sino el pavor se apoderó de la joven, que de otro modo no se habría aferrado a ese último recurso que como un trozo de madera en un naufragio se ofrecía a su vista.

A la salida del instituto no había conseguido llegar al madero. Alfredo prometió ayudarla, pero no había asegurado nada. De manera que cuando vio a su novio esperándola a la salida, todavía estaba asustada.

Pero cuando Matías la beso y la abrazó, ella se aferró a él y entendió, por primera vez desde que iniciara todo aquel asunto, que él era el madero que necesitaba, que no tenía que buscar más allá, que aquél que podía salvarla del naufragio estuvo siempre a su lado, sin temor que pudieran hundirse.

Entonces decidió contarle todo. Y se sintió tan bien con la idea sola. Liberada y en paz. Supo que por fin iba a hacer lo correcto.

Fue al entrar a dejar sus cosas a su habitación cuando vio que Alfredo le había respondido. Le dijo que disponía del dinero pero que no podía dárselo hasta la mañana siguiente debido a que se encontraba en la Isla de Flores, pasando la noche con los amigos.

Ella lo pensó y terminó aceptando. Al final, así fuera a última hora, aparecía la solución a su problema sin inmiscuir a su novio, sin cargarlo de responsabilidades. Después, se prometió, no habría más mentiras ni arrebatos aventureros. A partir de ese día todo iría bien.

Y aunque Alfredo utilizó la palabra “compensación”, Karol no le pidió el dinero regalado. Se lo pagaría, prometió, y aunque el joven dijo que no era necesario, que lo tomara como indemnización o como aquellos regalos caros que rechazó, al final terminó aceptando la propuesta de la joven.

Pensó que el problema había terminado, que ya no habría más quebraderos de cabeza. Se inventó una mentira que contarle a su novio, sin dejar de jurar que sería la última, y listo, todos felices. Pero no. El chico, demasiado susceptible y también muy perspicaz, se dio cuenta que mentía.

Y puesto que cuando alguien dice una mentira, comúnmente es para ocultar algo peor, Matías piensa que le oculta algo fuerte: una infidelidad. Pero no es una mentira grave, ¿verdad? Ahora ya no está segura de nada. La cuestión es que ya no puede cambiar su accionar.




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