Sábado 6 de octubre
Lleva tres minutos dentro de la habitación. Al principio estuvo de pie, luego se sentó en una esquinita de la cama. El agua dejó de caer hace un minuto, pero ahora se ha reiniciado el repiqueteo en las baldosas.
Mira cada dos por tres su celular; el reloj sigue su marcha. Recuerda que sólo tiene hasta ese día para pagar. ¿Por qué no se da prisa Alfredo?
Mira nerviosa a uno y otro lado. La mano izquierda, la que no sostiene el celular, da golpecitos en su pierna sin cesar.
El teléfono vibra en su mano. Se apresura a ver el mensaje. Se esperaba que fuera de Alejandra, lo que le sorprende es el contenido.
Ale: ¡Hola! No te contesté hace rato porque supuse que estabas con Matías. Seguro en ese momento querías matarme por contarle todo. Espero ya te haya pasado el enojo. ¿No es lindo tu novio? Te dije que tuviste que contar con él desde el principio. ¿Te gustó la sorpresa?
Si antes se sentía inquieta, nerviosa y temerosa, el mensaje de Alejandra hace que entre en pánico. No tarda en descifrar el significado completo de lo que su amiga hizo e intenta decir. El corazón le empieza a palpitar como alas de colibrí.
Karol: ¿Mati está aquí? ―Es lo único que acierta a escribir.
Ale: ¿No ha llegado contigo? Ya metí la pata. No le digas que ya sabías.
«¡No! ―piensa horrorizada― ¡La que metió la pata fui yo!»
Un rayo retumba en el cielo, en consonancia con su pensamiento.
«El mensaje de la mañana, la sorpresa, el recordatorio de que me ama, el whatsapp de hace rato preguntado si estaba en casa. ¡Y yo aquí!»
Se levanta como un resorte, con la única idea en mente de que debe volver a casa cuanto antes.
―Me tengo que ir ―grita.
―¿Y el dinero? ―Por fin la maldita ducha ha parado.
No responde, una idea pasa por su mente, demasiado retorcida para ser verdad. Agita la cabeza y sale sin decir más.
El lugar sigue solitario y silencioso como cuando llegó. «Nadie me vio llegar y nadie me verá salir», con este pensamiento, echa a correr hacia la calle.
«Tengo que darme prisa. Tengo que estar en casa antes que él. Y antes de que la lluvia me alcance.»
No tiene que darse prisa, pues nomás salir a la calle, presurosa, él la está esperando, recostado en su motocicleta.
Después, mucho después, será su rostro demudado por la sorpresa y la decepción lo que le arrancará más lágrimas, más que todas aquellas palabras que dijo, a pesar de lo hirientes que llegaron a ser.
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Tiene el teléfono en la mano. Su pulgar izquierdo juguetea con el botón de desbloqueo. La tentación de llamarle es enorme. Empieza a sentirse incómodo. «¿No debería estar en otro sitio?»
Hasta que recuerda los mensajes, la foto, la casa cerrada. Podría estar en cualquier sitio, pero la posibilidad de que esté allí… No la pondrá sobre aviso. Si resulta ser cierto… El solo imaginarlo es ya doloroso.
Repentinamente escucha pasos ligeros correr sobre la grava y el corazón se le acelera, como si supiera algo que él no.
Antes de que el propietario de los pasos se asome por la puerta, es capaz de imaginar las piedras hundiéndose levemente por la presión de los pies, ve aquellas que se esparcen en una diminuta onda y las que salen despedidas por la prisa de quien camina.
Y de pronto siente que no debería estar allí, que debería salir huyendo, que si estuviera en otro sitio nada de lo que está por pasar ocurriría.
Pero ya es demasiado tarde.
Su novia sale a la calle, confirmando todo lo que Desconocido dijo.
Se envara en el momento que la chica se detiene y se lo queda viendo. Y él a ella. Al principio no sabe cómo reaccionar. ¿Llorar?, ¿reír?, ¿largarse?, ¿exigirle una explicación?, ¿suplicarle que diga que es una broma?, ¿vilipendiarla?
Ninguna explicación servirá. La evidencia es lo más evidente.
Curiosamente no siente la ira que pensó iba a sentir si todo resultaba ser cierto.
Siente una extraña calma, como si nada fuese real, como si todo fuese una pantomima sin sentido. Pero es real. Sabe que no siente nada porque aún no lo asimila. Y lo mejor que puede hacer es marcharse, antes de que reaccione.
Teme su propia reacción.