No me doblegaré #1 Saga Pasiones Ocultas

Capítulo 12: Frías sensaciones

Por un momento su mente se desconectó y su cuerpo empezó a sentir esas cálidas sensaciones que le nublaban a la razón. Sin embargo, cuando su espalda chocó contra el duro suelo, notó la incomodidad de la hierba sobre su espalda. El beso no estaba resultando tan placentero como había llegado a sentir en unos breves segundos.

- Espera, Peter - soltó cuando su boca estaba libre y pudo decir algo. 

Pero el muchacho pareció que no la escuchó porque la siguió besando; ahora por el cuello. Intentó relajarse pero no pudo. No encontraba nada agradable en ello. 

- Por favor, detente - suplicó viendo que el control en él se le estaba yendo. Por fin, él se apartó de ella con esfuerzo. Parecía que había recorrido mil kilómetros a pie porque jadeaba ruidosamente.

- Perdóname - su voz sonaba ronca y se mesó los cabellos -. No quería sobrepasarme.

Cassandra negó con la cabeza sintiéndose un pelín culpable. Ella le había impulsado que la besara. Ambos habían participado en ello. 

- No tengo que perdonarte, Peter - se acercó a él y vio el crudo deseo en los ojos del joven. 

Tragó saliva y apartó la mirada de él. De pronto, se sentía vulnerable. Quiso llorar de pura frustración consigo misma, tenía tantos sentimientos encontrados.

- Eh, no quiero que te avergüences - le susurró malinterpretando su gesto. Cassie no le sacó de su error y le permitió que continuara -. Cuando seamos marido y mujer, tendremos la libertad para besarnos y de hacer...

No llegó a terminar la frase y se ruborizó. La joven lo miró con curiosidad sin llegar a entender lo quería a decir. 

- Bueno, mejor te llevo a tu casa, se está haciendo tarde - cambió el tema y ella no lo quiso contradecir. Necesitaba estar a solas y reflexionar sobre lo ocurrido. 

Acompañó a su prometida a casa en un silencio aparentemente en calma. Los dos jóvenes se prometieron verse en el baile de compromiso. Se despidieron con un beso breve en los labios. Cassie lo vio irse montado en su caballo. Saber que lo iba a ver hasta el baile le producía un sosiego inesperado. Suspiró y volvió a sus aposentos. No quería encontrarse con nadie. Menos para hablar de su encuentro que había tenido con Peter.

***

Londres, unos días antes al baile de compromiso.

Alguien tocó la puerta de uno de los aposentos masculinos  provocando que el dueño de esa habitación dejara a su amante en la cama, ya saciada, y se pusiera la bata sobre su cuerpo desnudo. Cuando abrió la puerta descubrió que era el mayordomo y su ayuda de cámara. 

- ¿Qué quieres Gregory? No me vale que se esté incendiando la casa para hacerme que me levante y deje mi cama caliente.

El hombre no se almidonó ante el tono brusco de su patrón. Pero no pudo evitar esbozar una sonrisa sarcástica para sólo molestarlo. Aunque sea un poco. 

- No es nada importante, pero creo que su tía no pensará lo mismo.

La mención de la duquesa en su casa lo hizo fruncir el ceño. No tenía previsto ese día que lo visitara su tía, ni siquiera le llegó una nota avisando de su llegada. 

Desde que se había establecido en Londres, en un piso de soltero tenía pocas visitas. Sólo lo visitaba su buen amigo Edward para hablar asuntos del bufete y  de mujeres. El bufete que había iniciado estaba prosperando aunque lentamente. Había conseguido lo más importante: tener como clientes fijos a personas procedentes de la casa de los lores y de la nobleza. Ahora, tanto su amigo como él pretendían a ampliar ese número de clientes.

 El hecho de que lo visitara su tía trastocaba sus planes y más cuando había pasado toda la madrugada intimando con la mujer, que por una noche, había sido su amante. Esa mañana había pensado en retomar el caso de Howard, uno de sus clientes que estaba teniendo problemas financieros con sus acreedores. Ahora tenía que ocuparse de su tía, relegando un poco más tarde el caso.

- Está bien. Dile que en cinco minutos bajaré - Gregory no discutió. Sabía que su jefe era puntual con el tiempo. 

Se fue como el más el silencioso de los trabajadores. Matthew no se entretuvo y se vistió sin hacer caso a la mujer que se había despertado y quería jugar.

- ¿Por qué no regresas a la cama? - ronroneó su amante.

Él la miró sin ninguna intención de volver. No era de repetir con la misma mujer aunque ésta fuera la más deseable de todas las mujeres; ni siquiera se entretenía más tiempo con su amante pasado las diez de la mañana. No le gustaba profundizar más allá del coito, ni establecer lazos personales con su compañera de cama.

- Creo que deberías irte - dijo sin más preámbulos. Se colocó los pantalones, se remetió la camisa y se puso el chaleco -. Si me haces el favor, intenta ser discreta y que nadie te vea.

La mujer bufó claramente molesta con sus palabras y su despedida brusca. 

- Eres un desgraciado - lo insultó antes de que él tuviera la intención de irse de la habitación.




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