Intercambié palabras legítimas con el diablo sobre el amor. Le hablé de ti, de tu obsesión por la perfección, la fijación que le tienes a buscarte irregularidades al observarte al espejo.
Le conté de tu belleza en tu interior y exterior, de tus ilustraciones y como subestimas a todas ellas
De cómo me tambaleo y me llueve por dentro cuando te veo devastado porque te sientes insuficiente, porque dudas de tu propio valor
Tuve el atrevimiento de preguntarle ¿Cómo podía hacerte cambiar?
Viró en mi dirección, esbozó una sonrisa indescifrable y en quietud me contestó: “No puedes cambiar a nadie, menos cuando padeces de lo mismo”