Capítulo 3
Caí a una velocidad inexplicable. Cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo, sobre un desconocido que se quejaba sin parar.
- ¡Ahh!- gritó cuando me levanté. Miré su pierna doblada en una dirección rara.
Una punzada de dolor cruzó mi pecho y me obligué a curarlo. Cuando lo hice él seguía quejándose del dolor inexistente.
- ¡Por el mundo! Ten más cuidado imbé…- maldijo antes de mirarme.- Perdone.
Era alto, tenía el pelo negro y unos ojos verdosos, vestía con el uniforme de la guardia. Chaquetas granates con pantalones negros y el escudo sobre el corazón.
Me tensé y lo miré con mi rostro pétreo.
- ¿Está bien señorita?
- Perfectamente, adiós.- me giré para seguir mi camino cuando tomó mi mano.
- No, necesita ser revisada déjeme acompañarla al pueblo y…
- No hace falta general.- me zafé de su agarre e intenté recorrer mi camino hasta que vi que era imposible ya que me había vuelto a tomar de la mano.
¡Qué cansino que era!
- He dicho que no hace falta general.- repetí intentando mantener mi tono.
- Pero yo insisto.
- Pero yo no y debe de respetar mi opinión.- expresé con voz autoritaria.
Pareció pensárselo antes de asentir y liberarme.
- Discúlpeme, soy Derek, el general.
Un nudo se formó en la boca de mi estómago al ver como se inclinaba ante mí. Él, su ejército los mató.
- Encantada.- mentí.
- ¿Cuál es su nombre distinguida dama?
- No le incumbe, común general.- respondí en un tono falso.
Su ceño se frunció y luego mostró una suave sonrisa. En cada lado de sus labios se formaban unas comillas.
- Veo que no la educaron, ¿sus padres eran para nada estrictos verdad?
- Si le digo la verdad, no lo sé general, mis padres fallecieron cuando tenía apenas un día de edad.- respondí mirándolo con frialdad.
Derek se atragantó con su propia saliva y vi el arrepentimiento en sus ojos. Arrepentimiento que no debería de estar ahí.
- Oh, disculpe si fue ofensivo, yo no…
- No diga tonterías. Y déjeme en paz.
Me marché y me monté en Heiko.
- ¿Podría acompañarla? Necesita un acompañante si usted va a cruzar la frontera. Un acompañante humano y general.
Me debatí internamente y miré a Edrea que negaba.
- Va a traicionarnos.- susurró.
Pero las cartas decían; general, nuevos comienzos y rutas.
No podía decir que no.
Así que lo miré con rostro pétreo seguí cabalgando cuando lo oí gritar:
- ¿Eso es un sí?
- Si usted quiere venir, venga. Pero no me haga perder el tiempo.
- Lo prometo distinguida dama.
- Eso espero, común general.
- Nos hemos metido en la boca del lobo.- espetó Edrea mirándome enfurecido.
- Prefiero esto a tener que seguir viendo como los matan.- susurré.
- ¿Decía algo?
- Nada que le incumba común general.- respondí cortante.
Derek era raro. Había querido montarse en Heiko, pero eso no lo iba a permitir.
- Distinguida dama y, ¿a dónde nos dirigimos?
- A un lugar que no es de su incumbencia.
- ¿Siempre es así de cortante y de seria?
- ¿Y usted siempre es así de insoportable e irrespetuoso?- contraataqué.
Derek abrió la boca y luego la cerró, me miró serio y siguió caminando.
- Lamento si mi comportamiento no es de su agrado distinguida dama, pero me da curiosidad saber quién es, ya que nunca he encontrado a una damisela entre el bosque.
- Pues no tenga tanta curiosidad.
- ¿Por qué?
- Porque los fantasmas se lo comerán.- respondí avanzando el trote.
Edrea me miraba en la distancia con desaprobación. Sabía que acababa de firmar mi sentencia de muerte. Pero no lo admitiría. Antes tenía que salvarlos. Me daba igual morir si eso hacía que ellos viviesen. Estaría dispuesta.