Llevaba dos semanas viviendo. Y no lo digo en el modo literal, ya que siempre he estado viva, me refiero a mi corazón, a mi alma, a mi esencia. Llevaba dos semanas siendo yo. Riéndome y diciendo lo que quería, expresándome y sintiendo. Me sentía más viva. Los colores los veía más fuertes, la vida la veía más lenta. Con más tiempo de saborear cada trocito de esta.
Me sentía nueva. Viva, recién nacida. Resurgida.
Ese día, Derek y yo habíamos decidido, por el cansancio, no movernos. Quedarnos quietos para saborear ese día.
Estaba tumbada en la hierba cuando lo miré.
Sus manos se movían cuidadosas y cariñosas sobre las flores. Acariciaba los pétalos con delicadeza antes de colocar las flores. Estaba sumamente concentrado.
Una arruguita se formó en su entrecejo. Como cuando curó mi herida. La concentración le formaba arruguitas.
Sonreí inconscientemente.
Porque sí, llevaba mi pelo suelto desde entonces.
Derek sonrió cuando se alejó y yo tomé un espejito de la maleta y me miré.
Estaba… viva. Mis mejillas habían adquirido un tono rosado y mi mirada anaranjada estaba diferente. Mi pelo suelto, caía sobre mis hombros despreocupado.
Y era verdad, cuando me había mirado en el espejito había visto a mis ojos brillar.
Me gustaba ese… mito, porque nunca supe su origen. Pero yo siempre trencé mi cabello.
Nadie en el pueblo sabía su origen, pero me gustaba pensar, que en otra vida, yo lo había leído y me había gustado, y se habría quedado impregnado en mi mente, como una marca de fuego en la piel. Que era imposible de borrar. Y eso me agradaba.
Así que siempre trencé mi cabello. Hasta ahora, porque la tristeza había desaparecido.
Cerró los ojos e inspiró el aroma húmedo del clima.
Yo me lo quedé mirando un rato hasta que noté las primeras gotas de lluvia caer sobre mi nariz.
Miré al cielo y pronto, la lluvia apretó.
Mi fármaco de la felicidad.
Abrí los brazos y miré al cielo cerrando los ojos. Inspiré la lluvia y me sentí realmente feliz.
Noté cómo Derek se posaba a mi lado y tomaba mi mano. Abrí un ojo y lo miré.
Frené en seco y me quité las botas y las dejé desperdigadas sobre la hierba. Quería tocar la lluvia con cada parte de mi cuerpo.
El vestido beige, se pegaba a mi cuerpo y yo corría y corría por la hierba riendo y saltando.
Derek se había quitado las botas y la camisa y corría detrás de mí.
Reí al ver como se acercaba más a mí por mucho que yo corriese.
Vi una cuesta y sin pensármelo dos veces, rodé. Era divertido. Se lo enseñaría a mis hijos, en otra vida haría lo mismo. Amaba girar cuesta abajo. Sentía adrenalina.
Cuando llegué a una planada de hierba, me levanté y seguí corriendo mientras reía.
Derek me alzó por la cintura y me hizo girar en el aire.
Me agarré a sus hombros y sonreí. Derek comenzó a girar y yo lo miré a los ojos. Solo podía concentrarme en sus ojos, en él.
Cuando toqué el suelo eché a correr.
La lluvia era pesada. Pero me encantaba que fuese así. Corrí y vi mis botas debajo de un árbol. Derek se había parado a recogerlas.
Mi corazón latió frenético y seguí corriendo. Lo vi detrás de mí. Así que comencé a correr en círculos para luego seguir corriendo recto, pensando que así, se cansaría. Pero se lanzó sobre mí y acabemos los dos en el suelo, riendo sin parar.
Derek tenía una sonrisa traviesa.
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Editado: 20.09.2024