Capítulo 28
            Han pasado dos semanas. No sé nada de Edrea. Es extraño estar sin él.
Extraño sus apariciones repentinas y su voz y ese Belinda que tanto odié la primera vez que dijo.
  - Bela no te pega para nada.- espetó negando y haciendo una mueca.
  
 Estábamos colgando de las ramas de un árbol, boca abajo. Según nosotros, así seríamos más listos. 
Me senté ya que me estaba mareando y negué con una sonrisa. Ya habíamos tenido esta conversación. 
El árbol estaba altísimo, desde nuestra posición, veía el cielo anaranjado a la perfección.
  - Tú que vas a saber, Edrea. Parece que tus padres te odian.- bufé.
  - Belinda, Belinda. No te metas conmigo.
  - No me llames así. Eso es peor.
  - Oh, vamos, es mil veces mejor.- rió.- ¡Eh Einar!
  
 Einar caminó hacia nosotros confuso.
  - ¿Ocurre algo?- inquirió.
  - ¿A que es mejor Belinda que Bela?
  - No sé, no me gusta ninguno.- confesó encogiéndose de hombros.
  - Será posible.- me quejé cruzándome de brazos.
  - Es verdad. Bela… Bela es un nombre raro y Belinda también.- apoyó las teorías.
  - Pues anda que el tuyo, Einar, parece que dices peinar.- pinché.
  
 Einar negó mientras se reía.
  - Por eso es que nunca me dirijo a ella por su nombre.- espetó este antes de alejarse.
  - Belinda, Belinda, aquí faltan capítulos, necesito información.
  
 Negué, sería imposible que me quitase ese apodo.
  - Maruja.- le saqué la lengua.
  - Lo sé, Belinda, lo sé.
  
 Reí al recordarlo. Lo extrañaba demasiado.
Por alguna razón, todos nuestros momentos, se reprodujeron en mi mente.
Como cuando llegó llorando porque le daba grima ver a los muertos.
  - ¡Belindaa!- bramó en un sollozo cruzando la puerta de casa.
  
 Yo estaba tirada en el suelo con hojas desperdigadas escribiendo.
  - ¿Qué ha pasado esta vez?
  - Los he visto otra vez, a los muertos. Odio verlos. Parecen espíritus y tienen cara de muerto. El brillo ha desaparecido, la esencia.
  
 Negué entre risas.
  - Edrea, son muertos. Son espíritus, entes.- expliqué.
  - Cuando me muera, me moriré al ver a tanto muerto.
  
 Asentí. Estaba acostumbrada a sus disparates.
  - Seguro que los muertos te llenan de besos.
  - ¡Antes muerto!- gritó haciendo cara de espanto.
  
 Reí y no pude parar de hacerlo. Así era Edrea. Su odio por los muertos era la fuente de bromas más caudalosa del mundo.
  - ¿No podrás evitar que los vea no?
  - Si la madre quiso que los veas es por algo. 
  - Pero dan miedo.
  - Tu problema es.
  - Belinda no digas eso. Me ofende. No es solo mi problema, es el tuyo también.
  - ¿Y yo que tengo que ver?- inquirí confusa.
  - Siempre te buscan a ti. Soy una especie de consejero de muertos. Cuando me muera tendré ese trabajo. Sería el mejor.
  
 Negué con una sonrisa.
  - Te buscan porque los ignoro.- confesé.
  - Pues a ver si no los ignoras, porque no son normales, eh. Son unos muertos raros. De verdad. Son raritos.- abrió los ojos mientras asentía.
  - Veré que puedo hacer.
  - Bueno, vamos a dejar el tema de los muertos a un lado, cuéntame de tu novela, venga Belinda, no tengo todo el día.
  
 Cogí una pluma y se la tiré con poca fuerza.
  - Que no me digas así.- reí antes de comenzar a dictar todos mis avances.
  
 También recordé, la vez que en mi cumpleaños, la tarta se convirtió en veneno.
  - ¡Feliz cumpleaños Belinda!- bramó mientras colocaba delante de mí una masa rara.- He hecho yo la tarta.- comentó emocionado.
  - No es por ofenderte, pero… ¿has seguido las instrucciones?
  - Claro.- respondió seguro.- las del libro verde- añadió cuando yo ya tenía un trozo en la boca.
  
 Cogí una servilleta y lo escupí.
  - ¿Qué libro verde?
  - El que pone, instrucciones de cocina casero rápido.- me dio el libro y negué entre risas.
  - Ahí no pone eso. Pone, instrucciones de veneno casero rápido. Has hecho la tarta de veneno.
  - ¡Por Hécate!- bramó angustiado.
  - ¿Qué has hecho?
  - ¿Es mortal?- negué.
  - Solo produce dolores de barriga y fiebre, afortunadamente, no es el otro pastel que te mata.
  - Menos mal.- comentó con una risilla.- le he dado un trocito a cada persona del pueblo. Me había sobrado mucho.
  - Hay Edrea, ¿qué vamos a hacer contigo?- reí.
  - Pues, lamentándolo mucho, no hay pastel de cumpleaños.
  - ¿Quién dice que no? ¿Un libro que pone instrucciones de veneno casero rápido? Me tienta tanto que…- cogí un trozo y me lo comí.- me voy a comer esta maravillosa tarta.
  - Pero te vas a enfermar.
  - Mi cumpleaños no es todos los días y no todos los días, mi mejor amigo envenena al pueblo. Es un día en un millón, venga, vamos a comer.- le di el cubierto y nos sentamos a comer esa tarta, que estaba riquísima.
  
 A los dos días estábamos tumbados en la cama sin poder movernos, por el dolor de barriga y la fiebre.
Recordé también, la vez que Edrea y yo fuimos al bosque en busca de flores para adornar la casa y abejas comenzaron a perseguirlo.
  - ¡BELA AYÚDAME!- bramó con las flores en la mano.
  - ¡Suelta las flores!- grité desde mi posición. No iba a arriesgarme a que me picasen a mí.
  - ¡Ni loco, me ha costado cogerlas, he tenido que saltar un arbusto que casi acaba conmigo!
  - ¡Suerte con las abejas!- grité.
  - ¡BELINDAAAA! ¡AYÚDAME ME VAN A MARTAR!
  - ¡No digas tonterías!- reí.
  - ¡POR FAVOR!- sollozó.