No me olvides

Capítulo 29

Hacían cuatro días que habían muerto. No lloré hasta que llegué a casa de Catrina. Corrí a sus brazos y le lloré. Le conté todo. Catrina me preparó un té de hierbas tranquilizantes y una sopa de marisco, su especialidad.

Esa noche no pegué ojo.

Al despertar, le lloré a Hécate, a Catrina, a la vela que encendí para ellos. Lloré demasiado. Cuando encontré una cabaña, la pagué y empecé de cero. Estaba vacía, no había grimorios ni libros, ni especias u hierbas medicinales. Tampoco estaba mi altar. No había nada, y no tuve la necesidad de restaurar nada.

Coloqué los vestidos que había podido salvar en el armario y me tumbé en la cama.

Me quedé así el día entero. Tumbada. Al día siguiente tampoco me moví. Ni al otro.

Hasta que oí el crujido de la madera de la entrada.

Me levanté corriendo, yo había cerrado la puerta, y lo vi. Vestía la misma ropa, tenía la misma sonrisa de siempre. Era él.

  • Vaya cabaña más sucia Belinda. Esto lo ve Catrina y te hechiza.- rió Edrea antes de sonreírme.- Enserio, límpiala.- rió.- yo te ayudo.
  • Edrea…- mis ojos se empañaron.

Edrea hizo aparecer una escoba y me miró cruzándose de brazos.

  • ¿Me ayudas o tendré que hacerlo solo?

Reí y comencé a limpiar a su lado. Cuando terminamos, Edrea me abrazó. Noté el frío en mi cuerpo. Noté la falta de calor. Pero Edrea me estaba abrazando.

  • Hay mucho muerto Belinda. Me da miedo.- dijo dramáticamente.- ¿Sabes?

Negué con una sonrisa mientras me sentaba en el suelo atenta a él. Podía estar horas escuchándolo. En otra vida, seríamos hermanos. Los mejores, el uno para el otro.

  • Tengo una buena noticia y una mala.
  • La mala.- espeté.
  • La mala, es que veo a los muertos y es asqueroso.- hizo una pausa.- la buena, es que no me voy a ir. Así que tranquilízate que me tendrás aquí toda tu vida Belinda.
  • ¿Cómo? ¿Por qué?
  • Le he rogado a Hécate.- se encogió de hombros.- ¡Soy tu consejero de muertos!- gritó emocionado.

Reí y lo miré. Edrea. No se iba a ir.

  • Te he extrañado.
  • Lo sé, tienes el naranja más apagado. Y no me iré hasta que ese naranja cobre color Belinda. Así, que a trabajar.

Negué con una sonrisa. Edrea se sentó a mi lado y yo dejé mi cabeza sobre su hombro.

  • ¿Podemos quedarnos en silencio? Como cuando íbamos al bosque en silencio.
  • Vale Belinda, me parece bien. Por cierto, está lloviendo.- susurró.
  • Creo que la lluvia no me anestesia ya.
  • Todo a su tiempo Belinda, todo a su tiempo. Porque estoy seguro de que volverás a reír y a saltar bajo la lluvia Belinda. Estoy seguro.
  • ¿Y cómo lo sabes?
  • Tengo una corazonada.
  • Te he extrañado, Frather.- murmuré.
  • Lo sé. Lo he visto. Pero tranquila, todo va a estar bien Belinda, yo estoy aquí, no me voy a ir.

Y nos quedamos así los dos, viendo a la nada.

Y ese día, sentí que Edrea no había muerto. Nunca entendí sus palabras, hasta hoy.




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