No me olvides

Capítulo 40

Se hizo de día y Derek abrió la puerta del carruaje. Me miraba con miedo, aunque también veía el cariño.

  • Buenos días Bels. Tenemos que hacer una parada.- informó antes de dejarme salir.

Cuando lo hice, noté su mirada en mí. Pero no me inmuté.

  • Vamos a visitar la aldea. Mis guardias no pueden pasar Bela, ¿por qué?
  • No tienen el acceso permitido.- respondí tajante.

Caminé por el suelo húmedo y suave hasta llegar a la última aldea que visitamos.

Al llegar, la gente me reconoció. Derek caminaba a mi lado, vestido de general y pude ver en sus pantalones, unas cadenas para manos u pies.

  • Bels, por motivos de seguridad, necesito ponértelas en los pies.- informó.

Levanté un poco en vestido y vi como colocaba as cadenas, que a mi paso, resonaban como una melodía de entierros.

  • Tiene que ser rápido Bels, tenemos que regresar.

Lo ignoré y caminé entre las calles de la aldea. La gente se inclinó. Llegué hacia la señora que me había dejado hospedarme en su casa.

  • Señora…- empezó a decir.
  • Pronta será mi marcha, incinerada será mi alma.- espeté seria.- Gracias por dejarme hospedar en tu casa. Le agradeceré por siempre. Como muestra de gratitud, le dejaré algo.

Hice aparecer una No me olvides de todos los colores y se la entregué.

  • En el momento que esta flor entre en su casa, se volverá permanente. No se marchitará nunca.- informé.
  • Gracias señora. La llevaremos en la aldea y en nuestras almas.

Se volvió a inclinar y yo me giré miré a Derek y caminé dejándolo atrás.

La aldea entera se inclinó. Oí los sollozos de algunos. Pero yo seguí caminando.

Al salir, me quitaron las cadenas y me encerraron en el carruaje.

Ese día, solo me dieron la cáscara de una manzana que tuvo el mismo resultado que la cáscara de naranja.

Yo hice aparecer unas fresas y las degusté en silencio.

Me paré a pensar en cuál sería la siguiente aldea. Y pensé en ella. Ileana. Ella no podía verme así. Se rompería en mil.

La noche cayó. Yo me quedé destruida. Pensé entonces en lo difícil que sería marchar de aquella aldea.

Porque era un adiós.

***

El sol se mostraba alto cuando salí de aquel carruaje. Me volvieron a colocar las cadenas en los pies y emprendí mi travesía hacia la aldea.

Lo primero que vi, fueron a todos los infantes reír y saltar, después la oí.

  • ¡BELA!- gritó su infantil voz.

Oí sus pasos antes de ver cómo corría hacia mí frenética. La oía sollozar.

Derek se tensó a mi lado.

Yo me acuclillé a su lado y abrí los brazos. Ileana sollozó entre mis brazos.

  • Hola Ileana.- susurré con una sonrisa.
  • Bela…- sollozó.- ¿por qué estás así?
  • ¿Recuerdas todos los vestidos que te he hecho y la flor de todos los colores?
  • Mira, llevo uno de tus vestidos.- musitó alegre.
  • Te queda muy bien.- alagué.- pues, eso es un recuerdo.
  • ¿Esto es un adiós Bela?
  • Esto es un adiós.- acepté.- pero, antes tengo que volver a probar la tarta de calabaza de tu mamá.- sonreí melancólica.
  • ¿Por qué va Derek vestido de malo?- susurró temerosa.
  • Nunca confíes en algún general Ileana.- aconsejé.
  • ¿Derek tiene la culpa de esto?- asentí débilmente.
  • Pero no pasa nada, porque me llevarás en cada vestido que lleves puesto.

Ileana sollozó y negó repetidas veces.

  • No quiero despedirme de ti.
  • Créeme que yo tampoco.- me mostré vulnerable.

Ileana se alejó un poco y tomó mi mano.

  • Mamá va a hacer la mejor tarta de calabaza del mundo.- dijo aún con lágrimas en sus ojos.

No había hablado con Derek. Lo estaba ignorando.

Al adentrarnos más en la aldea, la gente sollozó más. Los niños lloraron y los padres de Ileana también.

Esas personas me habían tratado como una hija más. Así que cuando el padre abrió los brazos no dudé en aceptar aquel abrazo.

  • Gracias curandera.
  • Partiré pronto y mi alma quedará incinerada. Pero antes tenía que venir a probar el pastel de calabaza por última vez. – miré a la madre que corriendo se puso a hacer el pastel.
  • Ileana, soy Derek, ¿te acuerdas de mí?- preguntó Derek cuando nos quedamos solos los tres.
  • ¡Te odio!- gritó la niña.- ¡Por tu culpa Bela está así!- gritó enfurecida.
  • Oye Ileana… no es…
  • ¡Cállate!- gritó antes de venir a abrazarme.- Bela no puede estar así. Te odio general, te odio…- repitió.

Derek me miró dolido. Yo solo me concentré en calmar a Ileana.

  • Tranquila Ileana. Estoy bien.
  • Tienes cadenas y ropa rota.
  • No me duelen las cadenas.- mentí, me costaba andar, las cadenas estaban apretadas.

Ileana se agachó y comprobó mis pies. Vio que tenía una herida por las cadenas y ahogó un grito.

  • Tienes…
  • No pasa nada Ileana, se curará.- sonreí.

No me dejó hablar, tomó mi mano y me llevó dentro de su casa. Me obligó a mostrarle mis pies y con paciencia curó cada herida que me habían provocado las cadenas.

  • Tú una vez curaste mis heridas.- fue lo único que dijo antes de empezar.

Cuando terminó, esperamos sentadas en la mesa a que su madre terminase la tarta. Dibujé con ella, me contó anécdotas de su aldea y pasamos un rato entretenido.

Cuando llegó la tarta, me senté y en silencio degustamos la tarta. Estaba deliciosa.

  • Está deliciosa.- felicité.- siempre recordaré este sabor señora.
  • Gracias Bela.- sonrió melancólica.

Derek no comía nada. No lo merecía.

  • ¿No quiere un trozo?- ofreció el padre.
  • No papá, él no puede comer.- respondió Ileana enfadada.
  • Ile.- reprendió su madre.
  • No se preocupe señora, no me apetece comer, eso es todo.- se excusó.
  • Ile, esas cosas no se dicen.- regañó su madre.
  • Por su culpa Bela está así.- musitó con asco la niña.




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