Se hizo de día y Derek abrió la puerta del carruaje. Me miraba con miedo, aunque también veía el cariño.
Cuando lo hice, noté su mirada en mí. Pero no me inmuté.
Caminé por el suelo húmedo y suave hasta llegar a la última aldea que visitamos.
Al llegar, la gente me reconoció. Derek caminaba a mi lado, vestido de general y pude ver en sus pantalones, unas cadenas para manos u pies.
Levanté un poco en vestido y vi como colocaba as cadenas, que a mi paso, resonaban como una melodía de entierros.
Lo ignoré y caminé entre las calles de la aldea. La gente se inclinó. Llegué hacia la señora que me había dejado hospedarme en su casa.
Hice aparecer una No me olvides de todos los colores y se la entregué.
Se volvió a inclinar y yo me giré miré a Derek y caminé dejándolo atrás.
La aldea entera se inclinó. Oí los sollozos de algunos. Pero yo seguí caminando.
Al salir, me quitaron las cadenas y me encerraron en el carruaje.
Ese día, solo me dieron la cáscara de una manzana que tuvo el mismo resultado que la cáscara de naranja.
Yo hice aparecer unas fresas y las degusté en silencio.
Me paré a pensar en cuál sería la siguiente aldea. Y pensé en ella. Ileana. Ella no podía verme así. Se rompería en mil.
La noche cayó. Yo me quedé destruida. Pensé entonces en lo difícil que sería marchar de aquella aldea.
Porque era un adiós.
***
El sol se mostraba alto cuando salí de aquel carruaje. Me volvieron a colocar las cadenas en los pies y emprendí mi travesía hacia la aldea.
Lo primero que vi, fueron a todos los infantes reír y saltar, después la oí.
Oí sus pasos antes de ver cómo corría hacia mí frenética. La oía sollozar.
Derek se tensó a mi lado.
Yo me acuclillé a su lado y abrí los brazos. Ileana sollozó entre mis brazos.
Ileana sollozó y negó repetidas veces.
Ileana se alejó un poco y tomó mi mano.
No había hablado con Derek. Lo estaba ignorando.
Al adentrarnos más en la aldea, la gente sollozó más. Los niños lloraron y los padres de Ileana también.
Esas personas me habían tratado como una hija más. Así que cuando el padre abrió los brazos no dudé en aceptar aquel abrazo.
Derek me miró dolido. Yo solo me concentré en calmar a Ileana.
Ileana se agachó y comprobó mis pies. Vio que tenía una herida por las cadenas y ahogó un grito.
No me dejó hablar, tomó mi mano y me llevó dentro de su casa. Me obligó a mostrarle mis pies y con paciencia curó cada herida que me habían provocado las cadenas.
Cuando terminó, esperamos sentadas en la mesa a que su madre terminase la tarta. Dibujé con ella, me contó anécdotas de su aldea y pasamos un rato entretenido.
Cuando llegó la tarta, me senté y en silencio degustamos la tarta. Estaba deliciosa.
Derek no comía nada. No lo merecía.
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Editado: 20.09.2024