Dicen que la expresión "¡Yo me opongo!" en una boda, es salvar a la persona que amas de un gran error. Lo consideré, lo juro. Pero era algo que solamente yo sentía.
La iglesia estaba blanca, refiriéndome a la hermosa decoración que la cubría. Nunca hay que dudar de los gustos románticos que llegaba a tener Luca: En el respaldo de cada banco habían colgado una friselina blanca y unos almohadones color crema para que los invitados no esperen incómodos sentados sobre la tabla fría. En el techo colgaban guirnaldas en forma de corazones y rizos, del color de la friselina. El famoso pasillo que daba al altar fue el que más suspiros se llevó. Tengo que admitir que se me erizó la piel y me entraron ganas de llorar cuando me topé con ello: Pétalos de rosas blancas cubrían todo. El altar estaba cubierto de un mantel blanco y sobre el mismo se encontraban las cosas que el Padre necesitaba para la ceremonia.
Luca se giraba nervioso hacía mí. Yo le sonreía para aliviar esos nervios, diciéndole que se tranquilice y que de tanto moverse terminaría por arrugar el traje. Pero parecía no escuchar. Su mirada viajaba por las caras de todos los presentes: Ambas familias, Nuestros amigos, Uno que otro compañero de trabajo... ¡Hasta invitó a su jefe! No me parecía extrañó que lo haya hecho, ya que Luca es un poco (Tanto) chupa media, a pesar de tratarse de uno de los mejores días de su vida.
—Tengo que conseguir un aumento. —me había murmurado cuando con disimulo señaló al hombre canoso que tenía a su lado una mujer de cuerpo esbelto y cabello rubio— Ese viejo baboso. Ni hace una semana que andaba con una morena re buenita; La cambió por esta bruja sacada del pozo... ¡Hola, Señor Pérez! ¡Gracias por venir! —y agregó a regañadientes, haciendo que solo yo lo escuché— Ay, como los odio.
No pude evitar reírme por lo bajo. Aunque bastaba con ver la caripela del tipo para darse cuenta de que clase de persona llegaba a tratarse. Luca seguía saludando e sonriendo a la mayoría, a lo cual aproveché echarle un vistazo de pies a cabeza cuando no estaba viéndome: Había escogido un traje negro, inclusive los mocasines bien lustrados, acompañado con una camisa blanca y corbata dorada, igual al pañuelo que llevaba cuidadosamente doblado en el bolsillo pequeño del lado izquierdo superior; A su cabello castaño lo había cubierto de gel para mantenerlo algo brilloso y, sobre todo, peinado. Aunque tenía uno o dos pequeños mechones rebeldes en su nuca que parecían oponerse al arreglo. Motivo por el cual Luca se giró repentinamente, haciendo que salté de la sorpresa y mirase con los ojos bien abiertos. Sacó un pequeño sachet de gel y me lo extendió, en su acto de desesperación y suplica. Tuve que untar gel sobre su nuca. Fue una batalla contra los mechones y el lloriqueo de Luca. Inolvidable.
Justo cuando terminé de dejarle bien prolijo el pelo a mi amigo, entre risas, las puertas de la parroquia se abrieron al compás de la dulce melodía que formaron el violín junto al piano. Luca estaba encantado. Por mi parte, sentí que el corazón había dado un vuelco y mis ojos ardían. Me sentía descompuesto, en el fino límite de la compostura. Aquella persona que había llegado caminaba al altar vestida de cera.
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La habíamos conocido hace cuatro años atrás, en una noche de sábado en Believe. Luca andaba decaído tras el engaño de su ya exnovia y yo me opté en no beber mucho para cuidar de él. Estábamos sentados en la barra cuando, por arriba de la música que se encontraba a todo volumen, unas carcajadas del otro extremo de donde estábamos, se llevaron nuestra atención. Si mal no recuerdo eran unos tres o cuatro chicos de veinte años, aparentemente. Se encontraban molestando a dos chicas, a las cuales luego de saltar en su defensa, hemos conocido por los nombres de Brenda y Valentina. Ella era Valentina.
Los cuatro nos hicimos muy buenos amigos. Ambas mujeres eran hermanas: Brenda se había casado hace tiempo, pero según ella tenía como misión de hermana mayor acompañar a la segunda. La cual nunca hemos podido oír decir algo. Cosa que sería imposible, ya que no sabía como hablar. Al menos que escriba o haga el lenguaje de señas, el cual ni Luca ni yo sabíamos comprender. Ambos decidimos comprar cuadernos con hojas lisas y fibrones de trazo fino, ese fue nuestra forma de comunicarnos con ella en los posteriores días. A los tres meses, Luca tuvo que irse de Argentina por un viaje de negocios a París, y Brenda, quien había quedado embarazada de su tercer hijo, me pidió que siguiera saliendo con Valentina para distraerla. Ya que según notó, se la veía animada desde que comenzaron a juntarse con nosotros. Fueron mediodías de almuerzos en cualquier sitio de comida rápida como Burger King o Mc Donalds; Tardes de paseo por algunas de las plazas del municipio Merlense; Noches de cena o películas en el apartamento que compartía con mi amigo... Nos llevábamos bastante bien. Sinceramente me sentía encantado de compartir ese tiempo con ella. Valentina me había enseñado algo del lenguaje de señas, pero yo siempre resulté demasiado duro para aprender cosas nuevas. No obstante, ella insistía divertida en enseñarme. Había sido uno de los mejores años que pude disfrutar. En su momento tenía veintiséis años; Valentina era sólo un año menor. La errónea idea que tuve en aquel entonces, tras nuestros encuentros, fue no decirle a Luca sobre ese sentimiento que había comenzado a nacer dentro mío. Era algo difícil de explicar. Pero se sentía hermoso: Aquellos nervios por saber que me la encontraría; Mi voz temblorosa cuando hablaba sobre ella; La expresión boba que se me formaba al mirarla; Las típicas mariposas revoloteando por mi estómago... Valentina era increíble.