No mires mi rostro © [completa]

Capítulo único

En una noche tranquila, en la que ya resonaba el cantar de los coquíes, se encontraba un hombre de unos cuarenta años sentado junto a la cama de un niño. El hombre acariciaba el hermoso pelo del pequeño y le pedía a éste que cerrara los ojos para que pudiera descansar y así levantarse al otro día para la escuela.

—No quiero —le dijo el niño—. Cuéntame una historia. 

—¡Ay de mí, Andrés! Una corta, ¿vale? —respondió el hombre con una sonrisa. 

—Corta no —dijo con cara triste—. Mi favorita, por favor. 

—Bien. Pero después de la historia te acuestas a dormir o de lo contrario, nos van a regañar a los dos. 

—¡Sí, sí! —respondió el niño emocionado. 

En esos instantes, el hombre se levantó y buscó en una gaveta del cuarto un pequeño libro. Lo agarró con delicadeza en sus manos y regresó a sentarse junto al pequeño. Abrió el mismo y con una voz de narrador de película comenzó a leer. 

«Érase una vez, un joven de unos diecinueve años que soñaba con encontrar a la chica de sus sueños. Pensaba diariamente en hallar a esa joven que le llenara el estómago de mariposas. ¡Ay de aquéllos que creen que los hombres no sienten ese cosquilleo de enamorados! Sebastián sí creía en ese sentimiento, y esperaba con ansias que le ocurriera igualmente a él. Sin embargo, estaba consciente de que no era el chico que las muchachas buscaban ni se fijaban. Él era feo y punto... o al menos de eso estaba convencido. Su fealdad, según los estándares de belleza del planeta, venía a causa de la extraña condición con la que había nacido. Desde pequeño sufría de miradas de asombro, de personas que lo apuntaban con un dedo y preguntaban qué era, de burlas a diario y discriminado por doquier. Sebastián tenía el extraño síndrome de Ambras y las personas le llamaban «gorila» u «hombre lobo» por el crecimiento excesivo del cabello en todo su cuerpo. Las personas a su alrededor desconocían u otros ignoraban el daño emocional y psicológico que le hacían al joven con sus comentarios y desprecios. 

Poco a poco, el joven comenzó a esconder su cuerpo en su totalidad, incluyendo su rostro. Andaba siempre con un abrigo negro y bajaba la cabeza cuando pasaba por al lado de las demás personas. Se sentía feo, incluso horrendo, y deseaba con toda su alma poder quitarse todo ese pelo que le cubría el cuerpo. A pesar de que tardaba horas eternas afeitándose para minimizar el cabello excesivo, éste volvía a salir rápidamente por todo su cuerpo. Resignado por su condición y por los desprecios de la gente, comenzó a encerrase en su hogar. Tuvo muchas discusiones con sus padres pues éstos lo motivaban a salir de la casa, sin embargo, el joven solo quería permanecer encerrado. Visitó un sin número de especialistas para trabajar con su autoestima y estado de ánimo, pero no tuvieron mucho éxito. 

Todos los días la pasaba encerrado en su cuarto utilizando su computadora. La usaba para navegar en línea y aprender por su cuenta. Además, las pocas amistades que tenía las había obtenido por este medio. Podía finalmente ser él sin estar pendiente a qué dirían los demás al ver su físico. Hizo un sinnúmero de amigos y conocidos que jamás pensó podría tener. Todo, a través de la tecnología. Incluso, dialogaba a diario con una joven de su edad y disfrutaba a menudo de los temas que surgían. La joven llevaba por nombre Andrea y según su foto de perfil, era la chica más hermosa que él había visto en su vida. Lástima que nunca la vería en persona. Su amistad crecía día a día y hablaban de temas como sus gustos en música, en libros, mascotas, comidas, pasatiempos, viajes, hasta temas más específicos como el derecho, la inclusión, problemas sociales, entre otros. 

Sebastián encontró en Andrea más que una amiga... se convirtió en una confidente, en la consejera de su vida, en su amor platónico. Así estuvo hablando diariamente con la chica por dos años. En ese tiempo, se sintió vivo y motivado, como nunca se había sentido. Logró compartirle a la joven sus inseguridades y su condición, con miedo a que la chica dejara de ser su amiga cibernética. Para su sorpresa, Andrea fue su mayor apoyo y le compartió que en su caso, ella sentía frustración cuando los chicos solo se enamoraban de su belleza externa y no de su interior. Esto último hizo sentir a Sebastián que no estaba solo. 

El apoyo de Andrea fue muy importante en la vida de Sebastián, pues a sus veintiún años éste finalmente comenzó a salir poco a poco de su hogar. Andrea le recalcaba que no hiciera caso a las palabras hirientes de las demás personas. Sea feo o no, siempre alguien haría un comentario despectivo de alguna forma. Lo importante era cómo uno tomaría ese comentario a su favor y no dejar que le bajara más la autoestima. Siguiendo sus consejos, se inscribió en un programa sub-graduado y empezó a ir a la universidad. Aún utilizaba su abrigo negro para cubrirse, pero mantenía conversaciones con algunos estudiantes. Por las noches se comunicaba con Andrea para contarle los adelantos que estaba teniendo a diario en las clases y en las interacciones con otros. Andrea era su mayor motivación y todos los días ella le enviaba mensajes alentadores. 




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