Todo empezó con un mensaje inesperado:
Elian Moreau: Hola, sé que no es tu materia favorita, pero… ¿quieres hacer la presentación de “Salud y tecnología” conmigo?
Me quedé mirando el celular como si me hubiera escrito un actor de cine.
—Claudia… —le mostré el mensaje.
—Acepta ya, mujer, que estas oportunidades no se repiten. Además, si lo piensas, es casi una cita académica.
Respondí un escueto “Está bien” para no parecer desesperada, aunque por dentro ya estaba planeando qué ropa ponér… espera, Zoe, es solo trabajo, me recordé.
Nos reunimos en la biblioteca esa tarde. Elian llegó con su laptop, un termo de café y esa sonrisa que, por alguna razón, parecía desarmarme cada vez.
—Antes de empezar… —me dijo, sacando una bolsita—. Galletas. Por si necesitas motivación.
Empezamos a trabajar, y para mi sorpresa, no solo sabía de tecnología; también escuchaba, preguntaba y hasta se interesaba por la parte médica que yo le explicaba.
—O sea que… los sensores podrían detectar una arritmia antes de que el paciente lo note —dijo él, fascinado.
—Exacto —respondí, y de pronto me di cuenta de que estaba sonriendo como tonta.
En un momento, mientras revisábamos las diapositivas, nuestras manos se rozaron sobre el mouse. Fue un segundo, pero suficiente para que mi cerebro gritara ¡alerta romántica! y mis mejillas me delataran.
—¿Estás bien? —preguntó él, con esa expresión entre curioso y divertido.
—Sí, claro, solo… calor de biblioteca —mentí.
Claudia me escribió justo en ese momento:
Clau: ¿Ya se besaron o sigo esperando?
La ignoré y seguimos. Entre risas, datos y cafés, la tarde se fue volando. Cuando terminamos, Elian cerró su laptop y dijo:
—¿Ves? Hacemos buen equipo. Deberíamos repetirlo… aunque no haya presentación.
No supe qué responder, así que solo sonreí. Y él me devolvió la sonrisa, esa fácil, natural, que parecía decir: tranquila, Zoe, yo no tengo prisa.