No nací para encajar (menos contigo)

Mamá siempre tiene la razón..¿O no?

Volví a casa con la buena sensación de haber terminado la presentación con Elian y con una sonrisa que me duró… hasta que abrí la puerta.

—¿Ya viste la hora? —fue lo primero que dijo mi madre, sin saludar.
—Estaba en la universidad… trabajando —respondí, intentando mantener la calma.
—Siempre tienes una excusa. Antes era que “tenías tareas”, ahora es que “trabajas con tus compañeros”. No sé qué tanto haces que no puedes ayudar más aquí.

Mi hermana, que estaba en el sillón revisando su celular, intervino sin levantar la vista:
—Seguro estaba con su “compañero” favorito.

Y ahí, el buen humor se me fue por el desagüe.
—Sí, estaba trabajando con mi compañero favorito, porque resulta que quiero graduarme y no vivir pendiente de tu aprobación —solté antes de subir a mi cuarto.

Cerré la puerta y me dejé caer en la cama, con esa mezcla de rabia y tristeza que no sabía en qué orden procesar.
Entonces sonó el teléfono. Era un mensaje de Elian:

Elian: Espero que hayas llegado bien. La presentación quedó genial gracias a ti.

Sonreí un poco. Luego, otro mensaje:
Elian: Por cierto… creo que hoy batimos récord de cafés tomados en una sola tarde.

Reí, y ese simple gesto me alivió más de lo que quería admitir.

Claudia también me escribió:
Clau: ¿Qué pasó? Tienes cara de que quieres prenderle fuego a tu casa.
Yo: Mamá y mi hermana. Nivel experto en comentarios venenosos.
Clau: Respira, Zoe. Tú vales más que esas palabras. Y mañana, desayuno conmigo. Terapia de carbohidratos.

Me quedé mirando el techo, pensando que, aunque mi familia no siempre fuera el lugar más seguro, tenía a dos personas que, de alguna forma, lograban reconstruirme cuando me rompía.

Y por primera vez en mucho tiempo, me dormí sin llorar.




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