Era un día cualquiera en la universidad, o al menos eso creía.
Mientras revisaba unos apuntes en la biblioteca, sentí una mareo inesperado, un vértigo que me hizo tambalear.
Elian estaba justo a mi lado y, en un instante, se dio cuenta de que algo no estaba bien.
—Zoe, ¿estás bien? —preguntó con preocupación, sosteniéndome antes de que pudiera caer.
Sentí cómo mi cuerpo cedía y lo último que recuerdo fue su voz calmada pidiéndome que respirara hondo.
Cuando desperté, estaba en la enfermería, con Elian y Claudia a mi lado, ambos preocupados y atentos.
—Te asustaste mucho —dijo Elian, tomando mi mano con cuidado.
—Fue solo estrés, pero supongo que necesito cuidar más de mí —respondí, aún un poco débil.
En ese momento comprendí que no solo era importante cuidarme por mí, sino también por los que me importaban.
Elian me sonrió, y en sus ojos vi una promesa silenciosa: estar ahí, pase lo que pase.