La casa estaba en silencio cuando decidí que ya no podía cargar más con las palabras que me habían hecho daño durante años.
Me senté frente a mi familia, con el corazón latiendo fuerte pero con la convicción de ser finalmente yo misma.
—Quiero que escuchen —comencé, con la voz firme—. Durante mucho tiempo, me he sentido como si no fuera suficiente, como si todo lo que hago no fuera lo que esperan. Sus comentarios, aunque a veces disfrazados de bromas o consejos, me han lastimado más de lo que creen.
Los miré a los ojos, sin miedo.
—Ya no puedo vivir para encajar en un molde que no es mío. Necesito soltar todo eso, no para hacerlos cambiar, sino para poder ser feliz conmigo misma. Por mí, y por nadie más.
Hubo un silencio que se sintió eterno. Mi madre bajó la mirada, mi hermana no dijo nada, pero yo sentí que algo en el aire había cambiado.
Esa noche, Elian me acompañó a casa. Nos sentamos en el jardín, mirando las estrellas que parecían más brillantes que nunca.
—Estoy orgulloso de ti —me dijo, tomando mi mano con suavidad—. Nadie debería tener que pedir permiso para ser quien es.
Sonreí, sintiendo que por fin había encontrado un lugar donde podía ser auténtica, libre y amada.
Porque no nací para encajar… y menos para nadie que no me quiera por lo que soy.*