En medio de dos grandes murallas, cubiertas por una densa vegetación, un grupo de cinco personas avanzaba por un sendero.
El lugar parecía ser algún tipo de barranco o una formación resultante de un evento sísmico, debido a la altura de las paredes y al espacio formado entre ellas. Esto, si no fuera por algunos pocos pedazos donde no había plantas cubriendo, que revelaban las ruinas de edificios abandonados.
Fortalecida por el ambiente húmedo, la vegetación crecía entrelazándose como si fuera una sola, ocultando casi completamente las estructuras.
El grupo, con ropas que escondían todo el cuerpo, dejando solo los ojos visibles, se camuflaba en medio del entorno.
En fila, avanzaban cargando mochilas de variados tamaños, proporcionales a la altura de cada uno.
Caminaban en el más absoluto silencio, cuando uno de ellos, con una voz femenina e infantil, rompió con él.
“¡Hermano mayor, podemos jugar un poco cuando lleguemos allá?”
Con su mano, tiraba de la orilla de la ropa de la persona que caminaba justo delante de ella.
“Bueno…”
Debido a la vestimenta, era imposible notar cualquier diferencia entre ellos, pero él, de mayor estatura, llevaba un arco y un carcaj en la cintura.
Al frente de la fila, lideraba el camino.
(No creo que sea un problema quedarnos un poco más de tiempo allí después de terminar…)
Mientras pensaba, antes de llegar a un veredicto, una voz femenina lo llamó.
“Siete…”
Proveniente del final de la fila, no tenía un tono infantil, sino el de alguien que ya había alcanzado la pubertad.
“¿No sería peligroso? ¿Quedarnos mucho tiempo allí? ¿Ya que estamos muy cerca del centro de la ciudad?”
Aunque leve, era posible percibir cierto temor en su voz.
(Eso…)
Dentro de la ciudad, cuanto más cerca del centro, más peligroso solía ser.
Cerca de donde vivían, era común encontrar pequeños animales, como roedores y pájaros, y esto se mantenía así en buena parte de la ciudad. Había algunas excepciones, como lugares muy próximos al centro o en algunas partes específicas, como cerca de los límites de la ciudad, donde había algunos animales más grandes, como lobos y ciervos.
Pero el centro era diferente.
Cubierto por un extenso bosque, estaba habitado por una vasta variedad de animales y otros seres, entre ellos, uno de los más peligrosos y comunes eran las bestias.
Criaturas extrañas creadas artificialmente, una mezcla de diversos animales que, a veces, ni siquiera tenía sentido, pero que extrañamente estaban mejor adaptadas para vivir en aquel lugar inhóspito.
No vivían solo allí; Siete ya había visto algunas bestias del tamaño de ratas en otras partes de la ciudad. Pero las que habitaban el centro eran las que representaban la mayor amenaza.
Todavía recordaba lo que su padre le había contado, cuando se encontró con una.
Persiguiendo a un ciervo, terminó acercándose demasiado a aquel lugar.
Justo después de doblar una calle, allí estaba ella, imponente, con el ciervo aplastado bajo una de sus patas. De un tamaño anormal, tenía un porte y proporciones similares a las de un bisonte, pero con patas y cabeza de un gran felino.
Tras un rápido intercambio de miradas, su padre, sin pensarlo dos veces, aprovechando que el animal estaba más interesado en el ciervo que en él, se alejó de allí.
Las preocupaciones de su hermana no eran exageradas con respecto al centro de la ciudad, pero…
“Isis, este lugar está cerca si consideramos los lugares a los que hemos ido hasta ahora, pero no llega a ser peligroso.”
Si lo fuera, ni siquiera estarían allí, pues no habrían sido enviados a hacer eso y, de ser muy necesario, su padre habría ido solo.
Eso no significaba que debieran actuar de la misma forma que en otras áreas; debían ser más cuidadosos de lo normal, pues había la posibilidad de encontrar alguna bestia de tamaño mediano si se quedaban hasta tarde, pero nada que pusiera sus vidas en riesgo.
Mirando al cielo, el sol ya había pasado su punto más alto.
“No tendremos problemas, siempre que no nos demoremos demasiado…” —murmuró para sí mismo—
Aunque era tarde, comparado con la hora en que salieron de casa, que fue al amanecer, y la distancia que habían recorrido, estaban en un buen horario.
“Podemos quedarnos allí media hora más, como máximo.”
Siempre que estuvieran en un lugar seguro antes del atardecer, estaba seguro de que no tendrían ningún problema.
Alegre con su respuesta, su hermana menor se mostró visiblemente animada, al igual que los otros dos que la seguían.
Sin embargo, Isis permaneció aprensiva.
“…”
Siguiendo el camino, además de los edificios, también había grandes pedazos de ellos caídos, cubiertos por musgo verde, líquenes y algunos pequeños arbustos.
No obstaculizaban el trayecto; amontonados cerca de la base de los edificios, dejaban un amplio espacio para pasar.
Sin embargo, el camino no era perfecto.
(Parece que ha aumentado desde la última vez que vine aquí.)
Un gran surco interrumpía el paso.
Al mirar hacia un lado, Siete pudo ver las calles que quedaban al otro lado de la barrera de edificios.
“Vamos a pasar a la calle de al lado.”
En la calle en la que estaban, al otro lado del surco, había un edificio caído que bloqueaba el paso.
Saltando, entró en aquella zanja.
Para reducir la caída, se deslizaba apoyándose en el barranco hasta llegar al fondo.
“Pueden bajar.”
Uno por uno, con la ayuda de Siete, descendieron al interior del surco y volvieron a caminar.
El surco, mucho más grande que aquella calle, con decenas de metros de extensión, atravesaba más de diez filas de edificios paralelos entre sí, en ambas direcciones.
Allí dentro, tras dar solo algunos pasos, notó algo extraño.
(El suelo está muy encharcado…)