Ruinas del pasado - 1 - part 3

Saltando sobre un obstáculo, Siete permaneció detrás del conejo.

Desde que salió de la planicie y entró entre los edificios, lo seguía siempre de cerca, pero nunca lograba acercarse lo suficiente como para saltar sobre él. Aunque lo intentó innumerables veces, cada vez que lo hacía, el animal comenzaba a meterse entre las plantas y los obstáculos que encontraba.

Eso lo entorpecía, haciéndolo perder velocidad y alejarse de él. Además, también lo cansaba, pues tenía que saltar sobre bloques de concreto o pasar por dentro de arbustos.

No era diferente con su hermano, que venía justo detrás.

La distancia entre los dos era un poco mayor que la de Siete y el conejo, pues tenía más dificultades para seguir el ritmo y esquivar los obstáculos.

Por suerte, el animal parecía evitar hacer eso todo el tiempo, usando esa maniobra solo como último recurso. Tal vez porque temía quedar atrapado en algún pasaje más estrecho o engancharse, aunque fuera por poco tiempo, reduciendo aún más la distancia que intentaba aumentar.

(Si las cosas siguen así…)

Su hermano no parecía que fuera a aguantar mucho más; poco a poco, se estaba alejando de él mientras sucumbía al cansancio.

Esto no ocurría solo por la diferencia de preparación física entre los dos. Las cosas que llevaban puestas tampoco ayudaban a mantener el ritmo.

Además de la ropa y las botas pesadas que usaban, también cargaban una gran mochila en la espalda. Por sí sola no sería gran cosa, pero completamente llena con las hierbas aún mojadas, se convertía en un peso considerable.

Y, para empeorar las cosas para Leon, el peso era el mismo para ambos.

Incluso para Siete, que también llevaba una mochila llena en la espalda, sentía ese peso frenándolo mientras corría. Por eso, cuando miraba a su hermano, notaba cuánto se estaba esforzando por seguirlo, pero aun así, sentía un sabor amargo.

Porque, incluso con ese esfuerzo, sabía que si las cosas continuaban así, el conejo escaparía.

(¿Otra vez?)

No era la primera vez que lo perseguían; de hecho, ya habían perdido la cuenta de cuántas veces lo intentaron. Incluso su padre había fallado en capturarlo.

La primera vez que lo encontraron, intentaron atraparlo con su hermana mayor, pero, además de escapar de ellos, provocó un accidente con ella.

Aunque podrían ser conejos diferentes, Siete estaba seguro de que se trataba del mismo.

Una de las razones era su pelaje característico, que era completamente blanco todo el año. Si no fuera por eso, no habría ninguna otra forma de identificarlo por su apariencia.

En las varias tentativas de capturarlo, también comenzaron a notar cómo actuaba siempre de la misma manera.

Siempre lo encontraban en lugares donde había plantas que recolectaban, comestibles o hierbas medicinales; la única excepción fue cuando lo encontraron una vez cerca de casa. Parecía incluso que los estaba siguiendo para encontrar dónde tenían comida.

Incluso después de tantas tentativas de atraparlo, parecía que ni siquiera se molestaba en mantener una mayor distancia o esconderse mejor de ellos, actuando con naturalidad.

Eso irritaba un poco a Siete.

Mirando hacia atrás, vio a Leon alejarse un poco más.

“¿Puedes aguantar un poco más?”

Con dificultad para responder, Leon buscaba aire por la boca entre las palabras.

“Solo… un… poco… más…”

Mirando el camino que tenían por delante, intentó encontrar un punto para acercarse.

Como el animal solo se metía entre los obstáculos cuando se acercaba demasiado, necesitaba encontrar un lugar sin arbustos ni escombros, para que no tuviera dónde esconderse cuando intentara acercarse.

Estaban corriendo por una estrecha calle entre los edificios, que por suerte permaneció igual desde que comenzaron la persecución. Cerca de la base de los edificios, montones de escombros bloqueaban el primer piso, dejando pocos lugares por donde seguir.

La vegetación estaba presente entre los escombros y en las paredes de los edificios, con varias enredaderas que bajaban desde las grietas de la cima hasta el suelo, algunas conectándose con edificios cercanos.

En el suelo no eran de gran tamaño, compuestas en gran parte por musgo y algunas plantas pequeñas. Periódicamente encontraban algunos arbustos solitarios.

En el camino había algunos escombros de los edificios y montones de metal retorcido, que estaban en mayor cantidad y eran rápidamente utilizados por el animal siempre que lo necesitaba.

Pero, más adelante, Siete vio una oportunidad.

En una recta justo enfrente no había nada que pudiera ser usado.

“¡Leon, es ahora!”

Los dos, dando todo de sí por última vez, comenzaron a acercarse.

Al notarlo, el conejo también comenzó a correr más rápido, pero, también agotado, no tenía suficiente velocidad para alejarse, solo para dificultar un poco su acercamiento. Consciente de eso, desesperadamente intentaba encontrar algo para usar y retrasar a sus perseguidores, pero no lo encontraba.

Al acercarse lo suficiente al animal, Siete finalmente logró estar lo bastante cerca.

Aprovechando esa oportunidad, saltó sobre él—

(¿Eh?)

—Cuando el conejo giró hacia un lado, entrando en una calle que se cruzaba con la que estaban.

Cayendo al suelo, Siete rodó por un momento antes de finalmente detenerse.

“¡Hermano!”

Preocupado, Leon se acercó para verificar si estaba bien, pero se asustó cuando Siete se levantó repentinamente del suelo gritando.

“¡Aún no se acabó!”

Sin perder tiempo, fue hacia la calle por la que el conejo había entrado.

No era muy larga, pero llevaba a una área abierta entre los edificios.

Mirándola, chasqueó la lengua, pues no veía al conejo por ningún lado.

“¡Vamos, Leon!”

Al llegar al final de esa calle, entraron en una área que parecía ser una gran plaza entre los edificios.