Dentro del búnker, dos personas estaban sentadas a la mesa: Isis y Yuliya, quien, pausando su relato de lo que le había pasado, tomó un sorbo de té.
Aprovechando el momento, Isis, titubeante, hizo una pregunta:
“… ¿Por qué no te detuviste cuando Sete te llamó?”
Sorprendida por la pregunta, Yuliya pensó un momento.
“Bueno… estaba tan concentrada en atrapar al conejo que su grito no fue más que un ruido…”
Con una mirada distante, buscando en sus recuerdos, Yuliya, bajando la taza, continuó.
“Mientras Sete intentaba detenerme…
…
Esquivando escombros que el conejo usaba para entorpecerla, Yuliya se mantenía justo detrás del animal.
Cuando, al pasar un último obstáculo, llegaron a un área abierta donde el conejo ya no podía esconderse.
(¡Es ahora!)
Aprovechando ese momento, determinada, usó la adrenalina para acercarse al animal y atraparlo.
Pero, al dar un paso más, sintió el suelo ceder bajo su peso.
“¿Eh?”
Con un frío en el estómago, se dio cuenta de que no era solo una pierna la que se hundía, sino todo su cuerpo.
No era solo donde había pisado; todo a su redor colapsó, revelando un agujero que la engullía.
Mientras caía, vio al conejo una última vez, escapando.
Mirando hacia arriba, extendió la mano para agarrarse a un borde, pero este se deshizo.
(¡Maldita sea…!)
Mientras se hundía, sintió algo en ese ambiente frío envolviendo su cuerpo.
Cuando alguien tomó su mano, tirando de ella contra la pendiente.
“¡Sete!”
“¡Te dije que pararas! ¡¿Por qué no paraste?!”
Aunque su voz cargaba enojo, su expresión no coincidía con eso; era una mezcla de emociones: asustado, preocupado, pero, sobre todo, aliviado.
“Lo… lo siento, no escuché nada…”
Sintiendo un sabor amargo, Yuliya desvió la mirada.
“Voy a sacarte de ahí: uno, dos, tres y—”
Tirando de ella, intentó sacarla del cráter, pero ni siquiera logró moverla.
Con una expresión amarga y agotada, se detuvo por un momento.
(Di todo lo que tenía para alcanzarla, no me quedan fuerzas…)
Sete estaba exhausto, con la visión ligeramente borrosa, intentando calmar su corazón, que latía acelerado como su respiración irregular.
“Lo siento, necesito recuperar el aliento…”
Sentía sus piernas entumecidas y sin fuerza después de tanto correr; incluso sus brazos estaban cansados.
No sabía muy bien cómo la había alcanzado, pero creía que la adrenalina le había dado fuerzas para cerrar la distancia entre ellos.
(Solo un momento más…)
“No… hay problema…”
Escuchando la voz débil y frágil de su hermana, la miró con atención.
“¿Estás—”
Cuando abrió los ojos de par en par, gritando.
“¡Eso es gas!”
Una neblina de coloración verde tenue la estaba envolviendo completamente, pero, por suerte, no alcanzaba a Sete.
“¡¿Estás bien?!”
“No…”
Yuliya, somnolienta, se sentía débil y con dificultad para hablar.
(Pensé que era cansancio.)
Después de tanto que corrió, no sería extraño sentir una debilidad repentina después de que la sangre se enfriara.
Notando que su mano se deslizaba, Sete gritó, angustiado.
“¡Agárrate fuerte! ¡No me sueltes!”
“Lo… estoy… intentando…”
Sosteniéndola con ambas manos, Sete la sujetaba con fuerza.
“¡No te desmayes! ¡Resiste! ¡Por favor!”
Dando todo de sí, Sete intentó tirar de ella otra vez, pero aún no podía.
Yuliya sentía su visión nublarse, como también las cosas a su alrededor comenzando a girar, junto con un sueño que la dominaba.
(Estoy… mareándome…)
Jadeante, comenzó a respirar por la boca, pues sentía que le faltaba el aire.
Aunque luchaba por mantenerse despierta, sintió sus fuerzas desvanecerse poco a poco, sin que pudiera hacer nada.
“¡Y-!”
Todo quedó en silencio, junto con su visión, que se oscurecía.
“…”
Mirando a Sete, un poco mareada, todo lo que veía era su boca moviéndose, pero no salía ningún sonido.
Él gritaba, pues abría la boca demasiado para solo estar hablando, con los ojos asustados, un poco llorosos, intentando decirle algo, pero nada salía.
Sintiendo sus párpados pesados y su conciencia desvaneciéndose, con todo oscureciéndose, sabía que pronto caería allí dentro.
Sete no tendría fuerzas para sacarla de vuelta; era su fin.
Con un terror tremendo, pero una paz aún mayor, intentó decir algo.
“Lo… siento…”
Justo después de terminar de hablar, sintió algo húmedo cayendo en su rostro, cuando entonces perdió la conciencia.
…
“¡¿Cómo te sacó Sete de ahí?!”
Levantándose de la silla bruscamente, Isis se apoyó en la mesa, algo que tomó a Yuliya por sorpresa.
“… No lo sé, después de eso recuerdo que él me estaba cargando hacia casa, de forma fragmentada, nada más que eso…”
(Cuando llegué a casa, a partir de ahí recuerdo lo que pasó…)
Isis, incluso recuperándose, ese día el búnker estuvo agitado, lo suficiente como para captar su atención.
Yuliya siendo colocada en la cama, su fiebre aumentando, Padre saliendo de casa por la noche para buscar medicamentos en la ciudadela.
(La expresión de Sete…)
Con una expresión amarga, Isis miró hacia abajo.
Esa noche, nadie pudo dormir; todos estaban intentando ayudar a Yuliya, incluso los más pequeños.
(Quería haber ayudado más…)
Apretando los puños, Isis se sentó.
“Después de eso, los recuerdos más fuertes de esa época fueron los días que siguieron, esperando a que Padre regresara con algo que funcionara.”
“Sí… fueron los peores días, estabas sufriendo.”
Fiebre, dolores por todo el cuerpo, tos, dificultad para respirar, todos juntos, a toda máquina, porque nada de lo que tenían funcionaba.
“… Sí, pero fui bendecida; se suponía que debía haber muerto después.”
Con una expresión mixta, cálida pero depresiva, Yuliya miraba su sopa de hierbas.