En el cielo nocturno y sin nubes, una luna llena con un brillo frío iluminaba una ciudad olvidada en el tiempo.
Con algunos edificios altos que alcanzaban el cielo, de apariencia vieja y con una densa vegetación creciendo por toda su estructura, el lugar estaba dominado por un espeso bosque de pinos y cedros que ocupaban gran parte del suelo.
Junto a esos árboles, grandes estructuras derrumbadas y áreas abiertas conformaban el entorno, con algunas llanuras de hierba alta que interrumpían la densa vegetación.
En una de esas áreas, un gran grupo de bestias, más de treinta, descansaba.
Parecidas a bisontes, debido al pelaje que cubría todo su cuerpo, pero de un tamaño mucho mayor, formaban un círculo con las cabezas vueltas hacia el bosque y los edificios que las rodeaban, creando una protección para los más jóvenes en el centro.
Sin embargo, incluso en formación, las bestias rumiaban con respiraciones suaves y, con párpados pesados, descansaban en un entorno tranquilo, compuesto por el canto de los grillos y el susurro de las hojas. Mientras tanto, en el centro de aquel círculo, los individuos más jóvenes dormían acostados sobre la hierba.
Pero, rompiendo esa paz, un extraño silencio se apoderó del lugar, con los insectos dejando de cantar y las brisas cesando por completo.
Los bisontes gigantes, percibiendo ese cambio repentino, abrieron los ojos y comenzaron a observar todo a su alrededor, agitados.
Entre ellos, el mayor del grupo, con un tamaño superior al de un elefante africano, abrió los ojos con calma y bufó con fuerza.
Ese sonido hizo que los demás, al escucharlo, se calmaran, aunque permanecieran alerta.
Con eso, el líder comenzó a mirar a su alrededor, hacia el oscuro bosque que los rodeaba.
Mientras lo hacía, bufando de nuevo, una fuerte brisa fría golpeó al grupo y a los árboles cercanos, haciéndolos balancearse. En ese momento, al moverse una rama llena de hojas, algo blanco, como si fuera nieve, iluminado por la luz de la luna, llamó su atención.
Comprendiendo de qué se trataba, mugiendo con un gruñido ronco y grave, que en nada se parecía al de un bisonte, alertó sobre la amenaza.
Respondiendo a la advertencia, las bestias a su alrededor comenzaron a prepararse, cerrando con sus grandes cuerpos los espacios que había entre ellos, mientras los más jóvenes en el centro se levantaban.
Poco después, con pasos lentos, una criatura esguía y blanca salió de entre los árboles, adentrándose en la llanura.
Estaba demacrada, con una terrible cicatriz en el rostro y un cuerpo cubierto de quemaduras solares recientes, evidentes en su piel pálida. Pero lo que más destacaba en ella eran dos características: un brazo mal desarrollado y una boca de la que escapaban sus dientes.
Deteniéndose en medio de la hierba alta, con una mirada completamente negra, observaba al grupo de bisontes frente a ella.
Al recibir la mirada de esa criatura, sintiendo su presencia, una fuerte agitación invadió al grupo, con las orejas y el pelaje erizándose, además de los ojos abiertos de par en par y fijos en el intruso.
El alfa, ignorándolo momentáneamente, miraba hacia el bosque circundante, buscando algo más entre las hojas.
“…”
Pero, al no encontrar nada, se volvió hacia el humanoide, que aún permanecía inmóvil en el mismo lugar.
Tomando la iniciativa, dio unos pasos pesados hacia la amenaza, pero sin alejarse mucho de su grupo, se detuvo a unos metros de distancia. Allí, bajando la cabeza, apuntó sus cuernos al humanoide y comenzó a mover la cabeza bufando, mientras golpeaba el suelo con las pezuñas, produciendo sonidos de impactos secos que resonaban en el bosque.
Sin embargo, al observar aquello, el humanoide permaneció tranquilo.
Aunque era alto, con una diferencia no muy grande entre ambos, era delgado, con miembros finos y largos, al punto de parecer que se romperían con el menor impacto.
El alfa, tras unos minutos demostrando fuerza, comprendiendo que la criatura no se retiraría, decidió embestir en su dirección.
A pesar de ser una gran masa de músculos y pelaje, su velocidad era sorprendente. Cortando el aire y la hierba, se acercó a la criatura en pocos segundos, pero, en el último momento, el humanoide giró su cuerpo hacia un lado, esquivándolo.
Pasando de largo, como un tren descontrolado, el bisonte entró en el bosque y derribó varios árboles antes de finalmente detenerse.
El humanoide, tras mirar rápidamente al animal atrapado entre los árboles, se volvió hacia el grupo, aún en formación frente a él, hacia los más pequeños en el centro del círculo.
Dando un paso adelante, hundió su pie en el suelo antes de lanzarse hacia el grupo.
En respuesta, rápidamente y de forma organizada, tres animales salieron del círculo y se dirigieron a interceptarlo.
El primero de ese grupo, mucho más adelantado que los demás, bajó la cabeza para golpear al humanoide, quien, llevando el brazo hacia atrás, lo trajo de vuelta con toda su fuerza, chocando contra el cráneo de la bestia.
En el impacto, un chasquido fuerte resonó en el bosque, como si fuera un disparo, pero, sin detenerse, el bisonte continuó avanzando. Dominado, el humanoide fue empujado hacia atrás, dejando marcas de sus pies en el suelo en dos pequeños surcos.
Queriendo tomar distancia, saltó lejos, pero fue inmediatamente rodeado por los tres, así como por el alfa, que ya se había liberado de los árboles.
Mirando su mano herida, por la que corría una sangre oscura sobre su piel blanca, y sintiendo el cansancio pesar en su cuerpo, la criatura se quedó inmóvil.
Los cuatro, sin perder tiempo, bajando la cabeza, corrieron hacia el humanoide, intentando aplastarlo.
Pero, mirando hacia adelante, la criatura corrió hacia uno de ellos, llevando nuevamente el brazo hacia atrás, preparando un ataque, para luego dirigir su puño hacia el cráneo del bisonte. Sin embargo, esta vez, en el último instante, redujo la velocidad del brazo y agarró la cabeza del animal, saltando sobre él.