Separé mis párpados iluminados por el tenue resplandor de mi cielo. Los pájaros desafinaban, el rechinar de los platos que lavaba mamá era desesperante y los perros ladraban con las gargantas irritadas. Llovía como de costumbre pero, aun así, iría a trabajar con mamá. Ella salió primero con su paraguas azul en mano, partiendo el agua por la mitad cual moisés. Hacía lo mismo cada vez que los días se veían borrosos, aunque se que ella habría preferido que yo no tuviera que ir a prestar horas de vida a cambio de algo de dinero. No paraba de llover. Miré su espalda al seguir sus pasos decididos de siempre y su cara con las expresiones de quien es familiar a la manera en que el mundo funciona. En su nuca encontré opacos mechones de pelo que parecían imitar el gris de las nubes. La lluvia era nítida y, como en cada día húmedo, no podía escuchar nada que no fueran las gotas volviéndose charcos. Mamá dijo algo, pero no sé qué.