No por casualidad

2. Una cita a ciegas

Salí al vestíbulo y me dirigí a mi mesa. Me parecía que llevaba tanto tiempo caminando, y todo este tiempo mis pensamientos habían estado ocupados por mi nuevo amigo: "¡Qué hombre tan audaz! Debe amarse a sí mismo para estar seguro de que una desconocida correrá a sus brazos y le besará. Aunque con su aspecto, sin duda, las mujeres corren tras él en manadas... ¡Pero basta! ¿De qué estoy hablando? ¿Qué clase de pensamientos son éstos?". - Apartando mis pensamientos, me dirigí a la mesa donde me esperaba mi cita.
Cuando se percató de mi presencia, incluso se removió y me sonrió dulcemente. Ahora recordaba por qué quería escapar de esta cita. Martin (el nombre de mi cita a ciegas) era el tipo de hombre callado e inseguro que esperaría a su mujer aunque supiera que estaba con un amante. Seguía todos mis movimientos, escuchaba cada palabra con interés. Y cuando no estaba escuchando, intentaba impresionarme con aburridas historias de su vida con su madre. Y esta es otra gran desventaja en él - bueno, un hombre de treinta años no puede ser tan dependiente de su madre... En general, tenía todos los rasgos que yo no querría en mi marido.
Siempre he soñado con un hombre relajado, seguro de sí mismo, que sabe lo que quiere y persevera en pos de su objetivo. Un hombre que hiciera que te olvidaras de todo en el mundo y te entregaras a tus sentimientos... un hombre que pudiera hacer que te desnudaras con sus ojos... y estos pensamientos se vieron invadidos de nuevo por la mirada de aquel engreído en el pasillo... Asustada por mis propios pensamientos, me obligué a desterrarlos y volver a la cena.
- Siento haber llegado tarde, - le dije a Martin sin siquiera levantarle la vista.
- Está bien... entonces dónde estaba... ah, ya me acuerdo. Así que mi madre decidió darme una sorpresa y volver a pintar mi habitación, pero al parecer se olvidó de que no me gusta el gris. Y de todos los colores, ¿adivina cuál eligió? - se rió y continuó sin esperar mi respuesta, - ¡el gris, por supuesto!
Esperaba que las historias sobre mi madre hubieran terminado, pero no fue así. Y por lo visto tendré que escuchar estas historias toda la tarde. Lo más patético era que esta historia venía del hombre sentado frente a mí con una camisa gris, que seguramente había sido elegida por su madre. Mi mente relampagueó: "¿Y por qué no acompañó a su hijo en la cita? ¡Qué raro! ¿Quizá está sentada en la mesa de al lado?". Miré a mi alrededor con cautela, y debí de sonreír en ese momento porque Martin se animó aún más:
- ¿No es gracioso? - y continuó su historia.
En ese momento, huí mentalmente de la cita. No escuché en absoluto a Martin, que siguió contando sus aburridas historias. Se esforzaba tanto por impresionarme que decidió contarme toda su vida durante aquella velada. Para mí, su vida era aburrida y monótona. Además, en todas las historias había una madre, así que tal vez este hombre no necesitaba tanto a una mujer, porque la tuvo en su vida durante mucho tiempo. Y cualquiera que intentara entablar una relación con él se sentiría superflua. Y yo no quería ser una mujer así. Pero al mismo tiempo, no es un mal tipo, y no quería ofenderle en absoluto. No debía contar con la ayuda de Sam porque mi móvil estaba en silencio. Así que ya había decidido que me quedaría allí sentada un rato más, escucharía su cháchara y luego le diría que tenía que irme a casa.
Pero mis planes se vieron arruinados por la misma voz masculina grave que hacía poco había despertado en mí toda una tormenta de emociones:
- Nicky, ¿eres tú?




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