No por casualidad

18. Consecuencias de la velada

Cuando llegué a casa, decidí darme un baño caliente. El agua caliente y el olor a lavanda del jabón me ayudaron a relajarme, pero mis pensamientos volvían una y otra vez al gran salón del ayuntamiento. Intentaba encontrar la respuesta a por qué Leier había decidido conceder una entrevista después de tantos años ocultando todo sobre su vida y sus negocios. Y por qué era yo. Mi intuición me decía que algo iba mal, pero mi cerebro no encontraba respuesta.
Cuando salí del baño, vi una llamada perdida de Sam. «Oh, se me olvidó llamarla», me dije mentalmente y marqué el número de teléfono de mi amiga. Después de unos timbres, oí una voz excitada:
- Nicky, ¿dónde estás? Estoy preocupada por ti.
- Estoy en casa, mamá, - me gustaba bromear con ella.
- ¡No tiene gracia! Pero me alegro de que estés bien. Por cierto, alguien te estaba buscando aquí.
- ¿Quién?, - pregunté, pero ya sabía quién era.
- Bennett Brown, ¿te acuerdas de él?
- Aunque quisiera, no dejaría que me olvidara de él, - respondí irritada a mi amiga.
- Sí, es molesto. Pero es el tipo de chico que hace que te enamores perdidamente.
- Yo no corro peligro de eso, - dije con seguridad.
- ¡Vaya, vaya, no lo pareces!
- ¡Sam!, - me volví hacia mi amiga con un reproche.
- ¡Me callo, me callo! Vale, Nicky, tengo que irme. Hasta mañana.
- Hasta mañana. Adiós.
Cuando terminé de hablar con Sam, noté un nuevo mensaje en mi teléfono. Era de un número desconocido:
«Quería bailar contigo otra vez, pero no eres tan fácil de atrapar».
Era fácil adivinar que se trataba de Bennett. Un segundo después, recibí otro mensaje suyo:
«Esto es aburrido sin ti».
Mis dedos empezaron instantáneamente a teclear una respuesta:
- ¿Y qué haces allí si es aburrido?
En ese momento, me di cuenta de que estaba sonriendo a la pantalla. Y eso me molestó mucho. Temerosa de mis sentimientos, puse el teléfono sobre la mesa como si eso fuera a ayudarme a salvar mi corazón. Pero la esperanza de recibir un nuevo mensaje suyo me hacía seguir mirando el teléfono.
«¡Contrólate, Nicky! ¡No dejes que se apodere de ti! Esos hombres sólo juegan y te dejan sola con el corazón roto. La felicidad para siempre no tiene nada que ver con él» - Mis pensamientos se confundían en mi cabeza y me debatía entre el deseo de olvidarle y el de escribirle.
Hubo unos segundos de silencio y entonces vi en la pantalla una llamada entrante del mismo número desconocido. Emocionada, cogí el teléfono y dije:
- Hola.
- Quería oír tu voz. Espero que no te importe.
Una pausa me hizo dudar en contestar:
- No.
- Me alegra oírlo. Me preguntaste qué hacía aquí. Los negocios me mantienen aquí, - volví a hacer una pausa, - pero preferiría estar ocupado contigo.
- ¿No es demasiado para ti? - se me pasó la vergüenza y quise poner a aquel insolente en su sitio.
- ¡Puedo hacer cualquier cosa si me dejas!
- ¿Y si no?
- ¡Entonces encontraré la manera de persuadirte!
- ¡Qué arrogante! ¿Y cuánta gente se lo cree?
- Para ser sincero, nunca he intentado ligarme a nadie más que a ti. Y resulta que no es tan fácil.
- ¿De verdad? ¿Se supone que debo creer eso? ¿Y la reputación del rompecorazones local se te pegó?
- ¡Sí, se me pegó! No es mi culpa que las chicas me coqueteen y luego difundan chismes. Pero esa reputación a veces incluso me beneficia.
- Me pregunto, - dije pensativo.
- ¿Exactamente qué?
- Por regla general, la gente de tu estatus se preocupa por su reputación.
- Vaya, Nicky, ¿de verdad piensas en estereotipos?
- No es que... - Me sentí avergonzada por mi comentario e intenté justificarme.
- Cariño, estoy bromeando, - me di cuenta por el tono de su voz de que estaba sonriendo, - entiendo por qué lo dices. Pero quizá tengas que conocerme mejor para entender que no tengo nada que ver con gente de «esa condición».
- No soy tu novia.
- ¿Así que no te importa conocerme mejor?, - dijo Bennett desafiante.
- ¡Eres insufrible!
- Suena como un cumplido viniendo de ti!- Después de eso, dejó de hablar bruscamente y no supe qué decir. Intenté encontrar una respuesta durante unos segundos hasta que oí su tono serio al otro lado del teléfono.
- Nicky, sobre la entrevista de mañana. ¿Te vendría bien reunirte con el señor Leier sobre las cinco de la tarde? - Su voz era uniforme y tranquila, como si no hubiéramos hablado antes. Además, tenía la sensación de que nos tuteábamos desde hacía mucho tiempo, así que no entendía su repentino cambio de humor, así que hablé en voz baja y confusa:
- Sí.
- Bien. Entonces vendrá un coche a recogerte a las cinco y media. Prepárate. Que tenga un buen día.
Y colgó el teléfono.
Y yo estaba sentada con el teléfono en las manos, intentando averiguar qué había pasado y por qué había vuelto a cambiar. No era la primera vez que esto ocurría, y volvió a enfadarme mucho. Parecía que estaba jugando conmigo. ¿Debía dejarle hacerlo? Desde luego que no. Con estos pensamientos en mente, me envolví en un pijama calentito y me fui a la cama.
Pero mi enfado con Bennett me mantuvo despierta durante mucho tiempo. En mi mente, volvía al baile, recordaba nuestro baile, nuestros movimientos y la increíble atracción que sentía por aquel hombre. En mi imaginación, seguía viendo su mirada penetrante, que me atraía como un imán. Al mismo tiempo, me fastidiaba con sus excesos y su capacidad para hacerlo todo a su manera, como le daba la gana.
Me quedé tumbada durante horas pensando en aquella noche. Pero al final venció el sueño y me quedé dormida.




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