No por casualidad

39. Bien juntos

Sumido en mis pensamientos, me doy cuenta de que hemos llegado sólo cuando el coche se detiene. Subimos al apartamento de Bennett. Me abre la puerta y me deja entrar. Mientras nos desnudamos, se acerca y me rodea suavemente con sus brazos varoniles. Tal vez sea esto lo que necesitaba. Porque sólo en sus brazos me siento ligera y segura.
- Ven conmigo, - me dice mirándome a los ojos.
- ¿Por qué?, - pregunto, sorprendida.
- Estaré tranquila sabiendo que estás a salvo, - dice, con una sonrisa seductora en la cara, - y sé cómo asegurarme de que nunca tengas una noche triste.
Me besa apasionadamente. Y el calor de su beso recorre mi cuerpo, reflejando millones de impulsos de felicidad en mi corazón.
- No estaré triste contigo, - le respondo.
- ¿Eso es un 'sí'? - pregunta feliz.
- Me lo pensaré.
- ¿Qué te lo impide?
- Al menos el hecho de que no tengas nada que comer, - me río.
- Eso lo arreglo, - sonríe ampliamente y me besa brevemente en los labios.
Coge el móvil y pide la cena en un restaurante. Le observo sonriente y me doy cuenta de que con este hombre no me aburriré ni pasaré hambre.
- Ya está, - dice orgulloso en cuanto termina la conversación.
- Excelente. Has superado la primera tarea. Ahora necesito una pista de dónde puedo ducharme.
- Vamos, - me coge de la mano y me lleva al baño.
Al quedarme sola, me sumerjo bajo los chorros de agua caliente. Mi cuerpo se relaja, pero mis pensamientos siguen zumbando en mi cabeza. Aún tengo que averiguar más cosas sobre el tal Luke Tucker. Al fin y al cabo, para saber de quién hay que cuidarse, hay que saber algo sobre él. Mañana tendré que preguntarle a Sam si sabe algo. Pero por hoy, he terminado. Estoy cansado de pensar.
Como no puedo ir a casa, Bennett me ofrece su ropa. Me seco y me pongo su camiseta. Es tan agradable ponérmela y oler su perfume, que me excita al instante y me transporta a los recuerdos de nuestra apasionada intimidad.
Salgo del baño y ya puedo oler los aromas que me hacen salivar. Bennett ha puesto la mesa. No se ha limitado a poner la comida que ha traído, sino que ha creado un ambiente romántico encendiendo velas y poniendo música lenta.
- No sabía que fueras tan romántico, - me dirijo a la mesa donde está sentado, - si lo hubiera sabido, me habría puesto otra cosa.
Le enseño la camiseta que me ha regalado. Levanta la vista y sus ojos se llenan de fervor depredador. Me siento a su lado y miro la comida con impaciencia, porque ya tengo bastante hambre.
Bennett se inclina hacia mí, agarra el asiento de la silla y la empuja bruscamente hacia él, junto conmigo. La silla chirría sobre las baldosas de mármol, y yo parpadeo sorprendida, consiguiendo a duras penas agarrarme al asiento y no caerme al suelo. Acerca la silla a la suya, y lo hace con tanta facilidad como si yo fuera una pluma. Le miro confusa sin saber qué esperar. Pero siento que me derrito en el agarre de sus ojos oscuros.
- Mi camiseta te queda genial, - me coge y me pone sobre su regazo, - tanto que me dan ganas de arrancártela...
Dice algo más mientras me besa el cuello, y me estremezco cuando su aliento y sus besos húmedos me queman la piel.
- Bennett... - digo, jadeando.
- Mmm, - ronronea sin dejar de besarme.
- La cena se enfriará... - sus besos y fuertes apretones me impiden hablar.
- Aquí tengo algo más caliente, - dice y me quita la camiseta.
Me mira a los ojos y me agarra las caderas con los dedos. Se me seca la boca y me relamo nerviosa. Su mirada me atraviesa. No puedo evitar gemir y morderme el labio. Eso le excita aún más y me besa con fuerza. Nuestras lenguas se entrelazan y sus dedos me aprietan aún más, provocándome otro dulce gemido. Con dedos temblorosos, le quito la camisa y le toco el torso. Su cuerpo está tenso. Cada músculo está tenso como una cuerda.
Ya estoy al límite. Estoy al borde de la excitación. Empiezo a deslizar mis caderas sobre él y me gruñe. Me coge en brazos y me lleva al dormitorio. La habitación está completamente a oscuras, pero no puedo pensar en nada más que en el placer que ambos deseamos.
Se acerca a la cama y me empuja al suelo. Le empujo suavemente y se tumba, despojándose del resto de su ropa. Me inclino hacia él, cerniéndome sobre él. Me agarra y me acerca bruscamente a él. Me muerde los labios con avidez, mordiendo y provocando temblores por todo mi cuerpo.
Me siento sobre él y me doblo del placer que me llena el fondo del estómago. Caliente. Tirón. Me aprieta el pecho con sus palmas apretadas, casi hasta las lágrimas. Me estoy acostumbrando a las sensaciones. Con cada embestida, se vuelven más irregulares, más rígidas. A medida que me acerco a la liberación, cierro los ojos y me rindo a mis deseos.
Dulces gemidos y respiraciones agitadas llenan la habitación. Todo nada ante mis ojos e incluso mi cuerpo parece brillar. En la cima, dice mi nombre y caigo en sus brazos. Sólo ahora siento una lágrima rodar por mi mejilla. Me siento bien... nunca me había sentido tan bien. Me tumbo sobre su pecho y oigo latir nuestros corazones. El mío y el suyo. Casi por igual, rápidos, incesantes. Sonrío cuando siento su suave beso en mi sien.
- Mío... - dice dulcemente.
Me apoyo en él y le miro a los ojos. Están brillantes. Incluso en la oscuridad, puedo ver su mirada apasionada.
- Mía... - digo, y le beso dulcemente.
No puedo saciarme de él. Estoy enamorada... sólo que ahora me doy cuenta de que estoy loca y apasionadamente enamorada, deseando, ardiendo... y él siente lo mismo. Lo veo en sus ojos, lo siento en sus brazos, lo acepto en sus cuidados. Cuento cada segundo para capturar en mi memoria estos dulces momentos de felicidad que estallan como pequeños fuegos artificiales en mi interior.




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