No por casualidad

41. Desenfrenado

El comienzo de la semana laboral pasa volando. Todo el mundo está ocupado trabajando en el nuevo número de la revista. Por la tarde, Sam y yo conseguimos escaparnos a un café no muy lejos de la redacción.
- Hoy pareces triste, - le digo a mi amiga, que hoy está sorprendentemente callada, - ¿tienes otra vez problemas con tu artículo?
- No, me has conseguido tanto material que sólo tengo tiempo para mecanografiarlo, - dice, con una sonrisa tensa que delata su turbación interior.
- ¿Entonces qué ha pasado?
- Esa es la cuestión, nada... - responde con tristeza, - no pasa nada con Tom.
- ¿Qué quieres decir? - pregunto sorprendido, - hace poco me dijiste que os lo habíais pasado bien juntos en el club.
- Eso fue sólo una vez, - mantiene los ojos fijos en su taza de café, - y en general, nuestros días entre semana... y los fines de semana son domésticos y aburridos.
- Siempre ha sido muy hogareño, - le digo.
- Sí, pero eso solía ser suficiente. Nos divertíamos juntos, - suspira cansado, - y ahora vivimos como vecinos. Es muy extraño, vivo con un chico, pero me siento sola a su lado.
- Sam, - le toco el hombro para animarla, - ¿quizá estáis atravesando una crisis de pareja? Id a algún sitio, pasad algo de tiempo juntos fuera de casa.
- Él no quiere nada, - sus ojos están tristes, - y yo tampoco, la verdad.
- Ni siquiera sé qué decir, - digo, y yo misma me siento terriblemente triste.
Tom y yo no nos veíamos muy a menudo, porque Sam estaba sola en todos los eventos y fiestas. Así que ahora me resultaba difícil darle algún consejo a mi amigo, porque no veía lo que él sentía por ella. Aunque al principio de su relación, estaban enamorados y eran felices.
- Tal vez se acabó, - dice Sam.
- No digas eso. Intenta hablar con él... - me distrae el teléfono que suena en mi bolso.
Me agacho para cogerlo y me quedo paralizada cuando veo el nombre de Leier en la pantalla. La sorpresa aparece en mi cara y no escapa a la atención de mi amiga, que pregunta:
- ¿Quién?
Me limito a mostrarle en silencio la pantalla del teléfono, donde aparece el número de Leier. Sam me hace un gesto para que guarde silencio y responda a la llamada lo antes posible. Vuelvo a mirar la pantalla. El corazón me late como loco. Me doy cuenta de que me está llamando con noticias de mi padre. Carraspeo nerviosamente y respondo:
- Buenas tardes, señor Leier.
- Buenas tardes, señorita Smith. ¿Cómo está? - me pregunta con tono frío.
- Estoy bien, gracias.
- Le llamo por la reunión con su padre, - continúa, como si no le interesara mi respuesta, - ¿Sigue queriendo reunirse con él?
Estoy harto de sus preguntas aclaratorias. A veces parece que quiere disuadirme del encuentro o asegurarse de que realmente lo deseo. Pero su pregunta ya no me hace dudar. Ya he tomado mi decisión y estoy dispuesta a enfrentarme a mi pasado, pase lo que pase.
- Sí, - respondo brevemente.
- Me alegro. Le enviaré un coche mañana por la noche.
- ¿Quiere...? - tartamudeo, - ¿quiere conocerme?
Me regaño por hacer una pregunta estúpida. Después de todo, es dudoso que Leier me hubiera llamado si mi padre se hubiera opuesto. Pero ahora me siento como una niña pequeña que necesita oír que su padre se preocupa por ella.
Mi pregunta hace que Leier se piense su respuesta. Por lo visto, en el texto preconcebido que me había contado antes no había opción a que yo hiciera preguntas. Y cuanto más calla, más nerviosa me pongo.
- Sí, realmente quiere hacerlo, - sus palabras me alivian tanto que sonrío involuntariamente.
- De acuerdo, gracias, - respondo, aliviada.
- Adiós, señorita Smith.
Cuelgo el teléfono y me encuentro con la expresión interrogante de mi amigo.
- ¿Qué quería?
- He quedado con mi padre mañana, - digo emocionada.
Mi voz baja por la excitación. Cojo un vaso de agua y doy un sorbo nervioso, intentando deshacerme del nudo en la garganta que me dificulta el habla.
- No te preocupes, - me dice, - ¿quieres que te acompañe a la reunión?
- Gracias, Sam, pero estoy bien sola... - empiezo a calmarme, sonriendo agradecida a mi amiga.
- Como quieras, - responde ella, - pero ten en cuenta que si algo sale mal, date la vuelta y huye de este padre afligido.
- Sí, - respondo, pero ya estoy muy lejos en mis pensamientos, imaginando la reunión de mañana.
¿Cómo es él? ¿Me parezco a él? ¿De qué deberíamos hablar?... Muchas preguntas surgen en mi cabeza e intento organizarlas de alguna manera para no confundirme mañana. Pero me doy cuenta de que probablemente sea imposible preparar este encuentro. No le conozco de nada y él tampoco me conoce a mí, así que tendremos que conocernos y buscar la manera de establecer una relación.
Sam y yo nos sentamos un rato en la cafetería y luego volvimos a la oficina. Pero en cuanto empecé a trabajar, recibí un mensaje de Bennett:
«Lo siento. No podré reunirme contigo hoy. Pero mi chófer te recogerá y te llevará a casa».
Inmediatamente recuerdo la conversación de la mañana. Hoy parece frío. No quiero ir con su chófer. Si no puede recogerme, iré yo misma. Pero él estaba en contra de que volviera a mi apartamento, así que lo aclaro:
«¿A casa dónde?».
Un par de segundos después, respondió:
«Ahora mi casa es tu casa. No hace falta que vengas a tu apartamento por ahora».
Tiro el teléfono sobre la mesa, enfadada. Sus acertijos ya empiezan a aburrirme. No quiero contestar nada, porque sé que se opondrá. Pero esta noche me voy a casa, quiera él o no. No soy de las que siguen sus instrucciones sin rechistar. En cuanto me explique de qué debo cuidarme, hablaremos.




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