No puedo dejar de pensar en Ti

Capítulo Cuarenta y Dos

Ingreso a la cámara frontal, agito mi mano para que Mateo que está acostado sonría a la cámara y me apresuro a tomar la fotografía. Esbozo una tierna sonrisa mirando el resultado, definitivamente guardaré esta imagen por el resto de mi vida. Acomodo mejor mi cabeza sobre el estómago de Mateo una vez el vuelve a recostarse y me dejo llevar por las suaves caricias que me brindan sus largos dedos al cepillar mi cabello.

Después de escaparnos de clases fuimos a la tienda más cercana a comprar algunas golosinas, bebidas, pasamos a una tienda para comprar un almuerzo para llevar y tomamos un autobús que nos sacó del caótico centro de Londres. Nos bajamos en la primera parada que vimos y a lo lejos vimos un hermoso parque repleto de árboles en completa soledad —en ese momento, porque ahora todos los que viven por la zona decidieron salir a pasear—. El ambiente que ha pesar de permanecer oscuro nos brindó una atmósfera mágica, ambos hemos tenido mucho de que hablar al igual que momentos de completo silencio que no son nada incómodos.

—¿Ya escribiste sobre la luna y las estrellas? —indago cerrando mis ojos disfrutando de su atención.

—No, estoy por terminarlo. —responde y siento un suave toque en mi nariz de su parte, abro mis ojos encontrándome con su rostro a escasos centímetros del mío. ¿En qué momento se sentó?—. Necesito aprender más sobre el comportamiento de las estrellas.

—¿Comportamiento de las estrellas? —mi ceño se eleva— ¿a qué te refieres?

—Que necesito aprender como se comportan las estrellas. —responde enderezando su espalda para mirar a su alrededor.

—¿Y qué pasa con la luna?

—¿Qué tiene?

—¿No necesitas aprender de su comportamiento también?

—Con ella me siento familiarizado. —responde inclinando su cabeza hacia atrás y cerrando sus ojos.

—¿Familiarizado? ¿en qué? —le pregunto mientras me levanto y me acerco para prestarle toda la atención que me es posible.

—En que necesita su estrella para ser feliz.

Mis labios se fruncen en un puchero pensativo. ¿La luna necesita de una estrella para ser feliz? ¿A qué se refiere exactamente con el término estrella? ¿Qué significa esa estrella para la luna? Si bien, yo le puedo dar mi propio significado para él puede ser uno completamente distinto.

—No entiendo... —musito irritada.

—Pronto entenderás.

Mateo de pronto abre sus ojos y se lanza sobre mi cuerpo haciéndome cosquillas, me retuerzo entre sus brazos tratando de liberarme de su ataque en mi cuerpo mientras suelto sonoras carcajadas que lo contagian porque en poco tiempo está riendo a mi lado al mirarme.

—Mateo, ¡basta! —chillo en algún punto donde puedo articular palabras claramente y no un idioma extraño.

Mateo detiene su ataque en mí y se sienta a mi lado con su respiración agitada, su cabeza se inclina ligeramente hacia atrás y abre su boca en el proceso. Tomo bocadas de aire para recomponerme rápidamente sin apartar mis ojos de él, nunca se sabe cuando el enemigo pueda atacar. Él agita ligeramente su cabeza sacudiendo el cabello de su rostro y Dios mío... liberame de pensamiento que acaba de atacar mi cabeza al pensar en su respiración de un modo distinto. Mis mejillas se enrojecen al instante cuando mi imaginación va más allá. Él se acuesta sobre el césped apoyando su mano sobre su brazo detrás de su cabeza y me mira con una sonrisa ladeada.

Ay por Dios, esa es una sonrisa cardíaca, peligrosa y mortal.

Mateo me mira confundido por el color rojizo que tomaron mis mejillas y se inclina para dar un vistazo más de cerca.

—¿Y ahora qué hice? —pregunta confundido.

Llenar mi cabeza de pensamientos pecadores.

—Nada. —respondo al instante declinando en contestarle lo que mi cerebro pensó.

Un trueno se escucha a la lejanía, miro el cielo percatándome de que las nubes grises se convirtieron en unas con tonos más oscuros en cuestión de segundos. Las primeras gotas comienzan a caer golpeando de pleno mi rostro que admira el cambio en el clima y esas pequeñas gotas insignificantes se transforman en una lluvia torrencial humedeciendonos al instante. Sin sombrilla estamos perdidos.

Mateo me alcanza mi mochila y agradezco a la idea precavida de mamá al comprarla impermeable mientras meto mi móvil junto al de Moni dentro de ella. Las personas en el parque corren de un lado al otro buscando donde ocultarse de la lluvia torrencial y parece que la única parte para resguardarse de ella es en la parada. Entrelazo mi mano con la del pelinegro y tiro de él corriendo hacia ese lugar, la lluvia humedece todo a su paso tanto que mis pasos son inestables, pero de algún modo logramos llegar sanos y salvos para cubrirnos bajo el techo de la parada junto a otras personas igual de mojadas como nosotros.

Aparto mi cabello húmedo de mi rostro y me abrazo en busca de calor que sinceramente es imposible de obtener y mi cuerpo comienza a temblar ligeramente. Mi ropa, mi cabello y mochila gotean agua sin parar dándome la impresión de que tengo una pequeña nube sobre mí que genera ese efecto. Giro para mirar a Mateo, estiro mi mano para apartar el cabello húmedo de su rostro —el que le daba un aspecto increíble— y me acerco envolviendo mis brazos en su cuerpo cuando lo veo temblar al igual que yo, sus brazos me rodean al instante apoyando su mentón sobre mi cabeza cuando me giro para observar la carretera.

—Debí de obedecer el instinto climático de mamá. —se queja Mateo atrayendome a su cuerpo todo lo que le es posible cuando mi cuerpo da un espasmo fuerte.

—¿Te dijo que trajeras una sombrilla? —percibo el movimiento de su cabeza agitándose en afirmativa— Mateo debes de escuchar más a tu madre.

—Es que siempre se equivoca. En primavera me hacía llevar una sombrilla en la mano porque iba a llover. —gruñe lo último y yo suelto una estruendosa carcajada al escuchar su tono de niño pequeño.



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En el texto hay: jovenes, amor, amor novela juvenil

Editado: 14.01.2022

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