No Puedo Dormir

CAPITULO 07: CON LA SOGA AL CUELLO

En ese momento, vi a mi padre entrando a la habitación del hospital, donde estaba recostada en una suave y blanquecina camilla. Yo quería dirigir la mirada hacia cualquier otro lado como las paredes intactas, las delicadas sábanas de la camilla, la pequeña y cerrada ventana, o el blanco  techo; que me recordaba el tonto error que cometí al permitir que ese demente se quedara en el patio trasero de mi casa. Pero ya era demasiado tarde para todo eso, ya estaba lo suficientemente hundida en mis problemas como para tratar de ocultar lo evidente: ese tipo me costaría un buen castigo.

─¿Te sientes mejor, Aluvi?

Mi padre levantó su mano, y a pesar de que me habló con dulzura, yo tenía miedo de que me fuera a dar el golpe de mi vida. Cerré los ojos y me quedé quieta como cachorrito que teme ser lastimado, y así fue como mi padre terminó acariciándome las mejillas. Su tacto era muy, muy, muy, muy suave, pero muy suave; mucho más suave que la calidad de las mismas sábanas que me cubrían desde el mentón hasta los pies; hasta mi madre habría sentido envidia de esa delicadeza en mi padre. Decidí sentarme, aunque continuaba cabizbaja, pues en realidad estaba apenada y avergonzada de mis acciones, y sobre todo por no imaginarme las consecuencias que podría traer a mi vida. Ahora, ese demente me provocaba asco y odio, quería echarlo de mi casa, pero no sabía si mi padre ya lo había hecho por mí o no.

─¿Tú estás bien? ─ regunté mientras ojeaba el cuerpo de mi padre, para asegurarme de que no tuviese ninguna herida como la mía.

─Al principio te di por perdida; y sabes que esa es la peor pesadilla que un adulto puede vivir.

─¿Tan grave estaba?

─Pequeña, a lo mucho respirabas, pero estabas con mucha sangre esparcida por todo tu cuerpo; pensé que no volvería a verte abrir esos lindo ojos que tienes.

Esas palabras me aliviaron ligeramente, puesto que no había nada más precioso que sentirme a salvo después de tanta tragedia. Pero no por ello podía permitirme estar como si nada hubiese pasado; realmente tenía mucho por argumentar y tocar el tema que tanto prefería omitir, incluso mis ojos me traicionaban al evadir el contacto visual con mi padre. Deseaba no estar allí, deseaba no haber conocido a ese tipo, deseaba no haber bajado de ese techo y haberlo construido sola, pero esa idea de soledad me hizo recordar a quien, en más de una ocasión, era muy buena compañía, y pregunté:─¿Mamá vino contigo?

─No, ella nos está esperando en casa. He venido para llevarte; ya puedes salir de aquí. Has sanado, yo te doné toda la sangre que perdiste.

El corazón me reprendía una y otra vez por las tantas farsas que mi boca había desprendido desde el principio con respecto al demente; esa clase de dolor se comparaba como a la de un millón de agujas que pinchaban y pinchaban en descontrol; por Dios que nunca me había sentido así de sensible.

─Lo siento, papá. Todo fue mi error. ─dije intentando no lagrimear.

─Eso es lo que sabré de camino a casa. Por ahora, sube al auto y regresemos a casa; tu madre nos debe estar esperando con la cena hecha.

Exhalé con desdén y obedecí sin dirigir ni mi mirada, ni mis palabras a mi padre. Me paré de la camilla, me puse la ropa que mi padre me había traído en una mochila, pasé entre los pasillos que contenían a toda clase de pacientes accidentados, y finalmente pude llegar hasta el exterior del hospital, donde estaba auto de mi padre;me habría encantado que estuviese mucho más lejos, como para darme tiempo de asumir mi responsabilidad, en lugar de buscar una buena excusa ante la charla tan tensionada que debería afrontar con mi padre, quien me abrió la puerta del auto. Antes de poder ingresar para sentarme en el lugar del copiloto, me pegué en la cabeza al chocar contra la parte superior del auto. Claro que ese golpe sería el que menos dolería, pero aún así no pude evitar llevarme la mano fría hacia mi frente; pensaba que en cuestión de segundos se crearía un feo chinchon. 

Mi padre se puso el cinturón de seguridad, y dijo:─Empecemos con lo más sencillo, ¿me explicas qué pasó en casa?, ¿cómo acabaste descalza, con el uniforme ensangrentado y con las tantas heridas en el cuerpo?

─Papá, yo...

Me mordí la lengua de manera inconsciente, pero no emití ningún sonido para evitar que mi padre se diese cuenta. «Por favor, completa la frase. Tú puedes, sólo piensa, piensa, piensa.»

 ─Tuve unos problemas para adiestrar a Keyla.

─¿Tu cachorra?, ¿por qué? ─preguntó mi padre al poner la llave y encender el motor.

─Creo que la dejé con hambre mucho tiempo y por eso no pudo contenerse al ver el pescado.

En ese momento, mi padre giró la cabeza para mirar hacia el retrovisor y asegurarse de que no le faltara espacio al retroceder con el auto, para así conducirlo por la carretera. Pero tomó el primer instante, antes de que las llantas fuesen hacia adelante, cuando aceleró con fuerza mientras preguntaba:─¿Buscas verme la cara, mujercita?

A primera instancia, no supe cómo reaccionar ante esa pregunta; menos por el timbre tan firme y frío con el que fue pronunciada. Supuse que, esta vez, que además de que mi mentira no había funcionado, mi padre estaba más que furioso por mi tonto intento de farsa. Entendí que era tiempo de revelar la verdad, o me ganaría más problemas; por ello respondí:─Fue culpa del demente; ese que salió en las noticias. A pesar de estar en nuestro patio trasero, amenazó con matarnos si no le conseguía comida, pero antes de que llegara a darle el pescado, me atacó. Me sacó de la habitación al jalarme entre las rejas de mi ventana y no pude hacer mucho para defenderme. Keyla hizo la mayor parte para evitar que ese tipo terminara comiéndome.




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