No Queda Nadie

Mi madre ya no pregunta por mi.

Cuando era niño, mi madre me llamaba "mi sol".
Lo hacía cuando me despertaba, cuando me preparaba el desayuno, cuando me curaba las rodillas rotas de tanto correr. “Vamos, mi sol, que el mundo te espera”, decía, con una voz que era más refugio que sonido.

Pero el mundo nunca me esperó. Y ella… ella ya no me llama así.
De hecho, ya no me llama en absoluto.

La última vez que hablamos fue en navidad. No la última navidad. La anterior. Me dijo que estaba cansada. Que la familia se había vuelto un grupo de desconocidos que solo se reunía por obligación. Que a veces olvidaba el nombre de algunos nietos. Que la soledad la abrazaba cada vez más fuerte.

Y yo… no supe qué decir.
¿Con qué cara podía hablarle de soledad si yo también me estaba ahogando en la mía?

Le dije que la iría a visitar pronto. Mentí.
Los días pasaron. Las semanas.
Luego supe por mi hermana que preguntó por todos: por los niños, por la vecina, por el perro viejo que ya no ladra. Pero no por mí.
Ni una palabra.
Como si se me hubiera borrado de su lista de preocupaciones.

Al principio, pensé que había sido un descuido. Pero se repitió. Varias veces. Hasta que dejé de esperar que dijera mi nombre.

Y eso duele. Duele más de lo que imaginé.
Porque cuando tu madre deja de preguntar por ti, no es que te haya olvidado, es que has dejado de importarle lo suficiente como para estar presente en sus pensamientos.

Una vez, cuando tenía diez años, me perdí en el supermercado. Recuerdo la desesperación en su rostro cuando me encontró entre los estantes de cereales. Me abrazó con tanta fuerza que me costó respirar.
—¡Pensé que te había perdido! —me gritó, llorando.

Y ahora, soy yo quien se ha perdido… pero nadie viene a buscarme.

A veces pienso en llamarla. Marcar su número y decirle:
“Estoy aquí, mamá. Aún soy tu hijo. Aunque no me nombres, aunque me hayas guardado en una caja con fotos que ya no ves.”

Pero no lo hago. Por miedo.
Porque si la llamo y no recuerda mi voz, no sabré cómo seguir adelante.

El otro día, vi una foto de ella en el perfil de mi hermana. Estaba sonriendo. Sostenía una planta, creo que un helecho. Siempre le gustaron las plantas más que las personas. Y pensé en lo irónico que sería que regara sus hojas cada mañana, pero no supiera que su hijo sigue marchitándose solo, en algún rincón de la ciudad.

Mi madre ya no pregunta por mí.
Y eso, aunque no lo diga en voz alta, significa que ya no hay vuelta atrás.



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En el texto hay: novela fria

Editado: 12.07.2025

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