No Queda Nadie

El reflejo que no reconozco.

Hoy me vi en el espejo.

No por rutina. No por vanidad. No porque buscara algo.
Fue un accidente.
Pasé por el pasillo y, por un momento, me detuve frente a ese espejo grande que cuelga en la pared del recibidor. Ese que antes usaba para acomodarme la corbata antes de salir a trabajar.
Ese que ella usaba para retocarse los labios antes de las cenas.

Me quedé quieto.

El reflejo me devolvió la mirada como si no me conociera.
Era un hombre encorvado, con los ojos hundidos, con la piel pálida, casi gris. El cabello despeinado, la barba crecida, las ojeras profundas como túneles sin salida.

Tuve que preguntarme si ese era yo.
¿Cuándo me convertí en esto?

No es que antes fuera hermoso, ni fuerte, ni llamativo. Pero al menos me sentía… presente. Vivo. Capaz de sostener la mirada del mundo.

Ahora, incluso mi reflejo parece querer mirar hacia otro lado.

Recordé una vez, años atrás, cuando ella me dijo, mientras se apoyaba en mi pecho:
—Tienes una mirada que abraza.

Y pensé… ¿qué abraza mi mirada ahora?
Nada. Nadie. Ni siquiera a mí mismo.

Me acerqué más al espejo. Me observé con detenimiento. Me hablé en voz baja:

—¿Qué hiciste contigo, Elías? ¿Dónde te perdiste?

No hubo respuesta. Solo silencio. Solo el hombre del otro lado, tan ajeno, tan muerto en vida.

Me vi mover los labios sin decir palabra. Como si intentara gritar por dentro, pero ya no tuviera voz.
Una lágrima me corrió por la mejilla. No por tristeza. Por vergüenza.
Porque permitir llegar a este estado es una forma lenta de rendirse.

Quise romper el espejo. No por dramatismo, sino por impotencia. Pero ni fuerza tengo. Ni valor.
Así que me senté frente a él. Solo. En silencio.

Y me dije, sin rencor:
—Nadie te destruyó, Elías.
Te dejaste caer. Y nadie extendió la mano.

Y ahí está el reflejo más doloroso de todos:
No es que me fallaran.
Es que, cuando lo hicieron, yo no supe sostenerme a mí mismo.

A veces no es el abandono el que mata.
Es lo que queda después:
El eco de uno mismo viviendo sin sentido.

Pasé más de una hora ahí, frente al espejo. Observando, respirando, enfrentándome.
Hasta que entendí algo:
No se puede reconstruir lo que ni siquiera reconoces.

Me alejé. Apagué la luz del pasillo.
Y en la oscuridad, el reflejo desapareció.



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En el texto hay: novela fria

Editado: 12.07.2025

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