No Queda Nadie

Fotos borrosas, memorias rotas.

Abrí la carpeta en la computadora con un temblor en la mano que no supe controlar.
Hacía más de un año que no la tocaba. “Imágenes personales” se llamaba. Un nombre genérico para algo tan íntimo.

No sabía por qué lo hacía. Tal vez por masoquismo. Tal vez por una necesidad extraña de confirmar que lo que viví no fue un sueño.

La primera imagen se abrió en pantalla:
Ella. Sonriendo, con el viento levantándole el cabello en la playa.
Recuerdo que ese día discutimos. Pero en la foto no se nota.
Ahí parece feliz.
Yo estoy al lado, con el brazo sobre sus hombros. Sonrío también.
Dos desconocidos que se parecían a nosotros.

Pasé a la siguiente.

Una cena. Velas encendidas, copas a medio llenar. Ella me miraba como si yo fuera todo. Yo la miraba como si no pudiera creer que alguien así me eligiera.

¿Qué cambió?
¿Cuándo dejó de mirarme así?
¿Y cuándo dejé yo de hacerlo?

Pasé foto tras foto. En cada una, una escena congelada de lo que parecía amor.
Pero algo en mí se quebraba al mirarlas.
No por nostalgia.
Sino por duda.

¿De verdad fuimos felices o solo lo fingimos bien?

Recordé momentos entre cada imagen. Peleas antes de salir. Silencios al volver. Sonrisas que nacían solo para la cámara.
La memoria empezó a reescribirse sola.
Donde antes había ternura, ahora veía esfuerzo.
Donde había alegría, ahora notaba tensión.

Llegué a una carpeta olvidada: "Cumpleaños 33".
Ese fue el último que pasamos juntos.

Abrí las fotos.
Ella no aparecía en casi ninguna.
Solo yo, amigos que ya no están, velas apagadas, regalos que no recuerdo.
Y entonces una imagen me detuvo.
Estaba yo, solo, en el sofá, con una torta frente a mí.
Ella no estaba en casa ese día. Dijo que tenía trabajo.
Pero esa foto fue mi manera de fingir que no importaba.

Miré mis propios ojos en la imagen.
No había brillo. Solo cansancio.
Y ahí me di cuenta de algo brutal:

A veces no duele que alguien se vaya.
Duele aceptar que estuvo ausente mucho antes de hacerlo.

Cerré la carpeta.

Quise borrarla.
Pero no pude.
No por apego.
Sino porque borrar esas fotos sería admitir que todo eso fue mentira.
Y, por muy rota que esté la memoria, a veces es lo único que nos queda.

Me quedé en silencio frente a la pantalla negra.
No lloré.
Solo respiré.
Hondo.
Como quien se prepara para hundirse.

Y me dije:

Las fotos no guardan momentos.
Guardan versiones de nosotros que ya no existen.
Y a veces, eso duele más que el olvido.



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En el texto hay: novela fria

Editado: 12.07.2025

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