No Queda Nadie

El día que nadie me llamo.

Me desperté tarde.
No porque hubiera dormido bien. Simplemente no quería abrir los ojos.
Cumplía años.
Pero no lo sentía como un día especial. Solo como otra vuelta más en este espiral de existencia gris.

No hubo mensajes al amanecer.
Ni llamadas perdidas.
Ni siquiera una notificación.

Me senté en la cama y miré el techo. La luz entraba tenue por la ventana, como si incluso el sol supiera que hoy no tenía nada que celebrar.

Recordé cómo eran mis cumpleaños antes.
Despertaba con mensajes, llamadas de familiares, fotos en redes.
Ella solía hacerme una torta casera. Nunca salía perfecta, pero eso la hacía especial.

Este año, ni el horno se encendió.

Me arrastré hasta la cocina. El refrigerador estaba casi vacío.
Tomé un trozo de pan viejo y lo comí en silencio, mirando la pared como si esperara que me hablara.
No lo hizo.

Pasó la mañana. Luego la tarde.
Y el teléfono, mudo.

A las 4:26 p. m. revisé por impulso.
Nada.
Ni siquiera un mensaje automático de alguna app.

Pensé en escribirle a alguien. Solo para provocar una reacción. Un simple “Hola”.
Pero algo dentro de mí gritó:
No te rebajes. Si tienen que recordarte, que lo hagan solos.

No lo hicieron.

A las 6:00 p. m. caminé hasta la licorería de la esquina. Compré una botella barata.
El dueño me dijo "buenas tardes" con un gesto automático.
No sabía que era mi cumpleaños.
Tampoco tenía por qué saberlo.
Pero me dolió igual.

Regresé a casa y me senté en la oscuridad. No encendí las luces.
Tomé directo de la botella. El sabor era áspero. Quemaba.
Pero no tanto como el vacío que sentía en el pecho.

A las 8:43 p. m. pensé:
¿Qué pasaría si hoy muriera?
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que alguien lo notara?

Esa pregunta me golpeó como un puño en el estómago.
No porque no supiera la respuesta.
Sino porque ya me la temía.

Y entonces lo entendí:
No es que nadie me felicitó.
Es que ya nadie me piensa.
Ya no soy parte del mundo de nadie.

Soy un recuerdo borroso.
Una conversación vieja.
Un número en la agenda que ya no suena.

A las 10:12 p. m. apagué el teléfono. Lo metí en un cajón.
No tenía sentido seguir esperando algo que no iba a llegar.

Esa noche dormí en el sofá.
Sin música. Sin luces. Sin un pastel.
Solo con el murmullo del viento afuera y la certeza en el pecho:

No hay nada más solitario que un cumpleaños sin testigos.
Ni más cruel que darte cuenta de que… no queda nadie.



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En el texto hay: novela fria

Editado: 12.07.2025

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