No Queda Nadie

El borde de todas las cosas.

Eran las 2:46 de la madrugada cuando decidí salir.
No sabía adónde ir, ni qué buscaba.
Solo sabía que no podía quedarme entre esas cuatro paredes un segundo más.
La casa…
Ya no era refugio.
Era una jaula de recuerdos podridos.

Me puse una chaqueta, unos zapatos viejos y salí. Sin rumbo. Sin mapa.
La ciudad dormía, indiferente.
Las luces de los postes apenas dibujaban sombras.
Y yo… era una más de ellas.

Caminé por calles vacías.
Pasé frente a un hospital, una iglesia, un bar cerrado.
Todo en silencio.
Como si el mundo supiera que estaba de luto y lo respetara sin preguntar por quién.

En un momento me encontré frente al puente.
Ese puente.
El más alto de la ciudad.
El que siempre vi desde lejos con una mezcla de miedo y misterio.

Subí.

Los autos pasaban debajo, sin detenerse.
Nadie me veía.
Y si alguien me veía, simplemente no le importaba.

Me acerqué a la baranda. El viento era fuerte. Frío. Casi cortante.
Me sostuve con ambas manos y miré hacia abajo.

No pensé en nadie.
No hay nadie.

No pensé en lo que dejaría.
No queda nada.

No pensé si era cobardía o valentía.
Solo pensé en silencio.
En paz.
En fin.

Y entonces, por primera vez en mucho tiempo, me imaginé descansando.
No durmiendo.
No escapando.
Descansando.

Cerré los ojos.
Respiré hondo.
Y sentí que, si saltaba, no dolería.
Porque lo que duele no es la caída.
Lo que duele es seguir en un mundo que ya no te quiere.

Pero algo, no sé qué, no me dejó avanzar.

No fue esperanza.
No fue miedo.
Fue algo más simple:
Curiosidad.

La curiosidad de saber si mañana, por mínima que sea la posibilidad, algo cambiaría.
Una palabra.
Un gesto.
Una nota en la puerta.
Un “te pensé”.

Y me odié por eso.

Por no ser capaz ni siquiera de rendirme del todo.
Por seguir esperando un milagro en un mundo donde Dios parece estar dormido.

Volví a casa cuando el cielo empezaba a aclarar.
No sabía si era el amanecer o solo otra forma de oscuridad.

Al cerrar la puerta, me senté en el suelo.
Aún con la chaqueta puesta, aún temblando.

Y solo pude escribir una frase en la libreta que tenía al lado del sillón:

“Hoy tampoco fue el final.
Pero ya no sé si es un triunfo… o una maldición.”



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En el texto hay: novela fria

Editado: 12.07.2025

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